Teorema de Béziers

GABRIEL ALBIAC – ABC – 02/01/17

· Sólo al ser trocada en teología, la política arrastra a las muchedumbres. Las arrastra hacia la muerte.

Año 1209. 22 de julio. «Matadlos a todos. Dios ya reconocerá a los suyos». Sobre Arnauld Amaulric, legado pontificio y Abad de Cîteaux, habría recaído –según el cronista cisterciense Cesáreo de Heisterbach– la autoría de ese axioma que cifra la absorción de política y guerra en teología. La plaza de Béziers va a ser tomada. Es el punto de inflexión de la primera cruzada contra los albigenses. Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius. Todos muertos.

Los historiadores de aquella sistemática matanza juzgan hoy la atribución probablemente legendaria. Pero eso da lo mismo: sea Amaulric su autor o sea otro, o con mayor peso aún si es nadie, el axioma fija el criterio de la guerra santa. Y, mucho más allá de eso, puesto que la política no es más que un anecdótico momento de la guerra, como habrá de saber un teórico alemán del siglo XIX, el «teorema de Béziers» fijará la clave definitiva de la «teología política». Eso contra la cual se alzarán unos muy pocos pensadores del siglo XVII. Eso que retornará en tromba en la Europa del XX con la emergencia de los totalitarismos y a lo cual Carl Schmitt dará cuerpo académico: sólo al ser trocada en teología, la política arrastra a las muchedumbres. Las arrastra hacia la muerte sin límite, es cierto. Pero eso las muchedumbres no lo saben.

El año 2017 comenzó como acabó 2016. Todos los años, desde hace quince ya, comienzan y terminan del mismo modo. En guerra. La que empezó un 11 de septiembre de 2001. La que no es una guerra como todas las que los de mi edad han conocido. Una guerra de religión. Para la cual no hay más árbitro que una deidad autista, a la cual sus sumisos juzgan sensato sacrificar el mundo. En el retorno a la más pura forma de teología política que haya conocido la historia, el islamismo pone en el cedazo de Alá la potestad de cernir grano y paja. Y el criterio de los asesinos yihadistas de ayer en Estambul es idéntico al de los asesinos yihadistas de 2015 en el Bataclan de París, en las calles de Niza al año siguiente, en Berlín, en cualquier sitio. Idéntica es la entidad de los infieles: valor cero. Se mata a todo lo que se mueva. Y si alguno no lo merecía, ya Alá se encargará de remunerar el agravio.

No, no es Estambul. Como no era Madrid, ni Londres, ni París, ni Berlín, ni Niza, ni Nueva York siquiera. El territorio sobre el cual el islamismo juega su sacrificio de kafires –«cafres» descreídos–, al Grande y Misericordioso es el mundo. Europa representa sólo su primera etapa. Sencillamente, porque Europa es ya, en un porcentaje siempre en alza, territorio islámico. Y porque Europa es rica. Y porque Europa está militarmente indefensa. Turquía es la puerta del continente. Como lo fue siempre. La constricción geográfica es ahí difícilmente eludible. Y el peso simbólico del último Califato juega en la memoria del islam como un don inalienable –un waqf– de Alá a los suyos.

Empieza el año como todos los años desde 2001. Con Alá haciendo tamiz y recuento. De cadáveres.

GABRIEL ALBIAC – ABC – 02/01/17