ABC-VENTOSO

La corrección política ya se aplica con efectos retroactivos

EN el año 1968, el carismático cantante brasileño Caetano Veloso, por entonces un veinteañero flaquito de cabeza coronada por una selva de rulos dylanianos, lanzó su canción «Prohibido prohibir». Caetano protestaba contra el endurecimiento del régimen militar que mermaba las libertades en su país. El pulso no acabó bien para él. Pronto fue detenido junto a su compinche Gilberto Gil, los raparon al cero y los archivaron en la trena. El siguiente paso de Caetano fue exiliarse en Londres.

Pasados cincuenta años de aquellas pugnas, nuestra civilización ha experimentado un giro curioso. El progresismo ha pasado del «prohibido prohibir» a fomentar la restricción de las libertades personales en nombre de la corrección política. Todo es susceptible de molestar. Siempre puede haber un ofendido. Los alumnos de las universidades punteras de EE.UU. rehúyen la desagradable confrontación de ideas. Las redes sociales fomentan ámbitos de ratificación de los propios prejuicios y excluyen al discrepante. Pensadores de valía son vetados en los campus por la queja de alumnos de la apodada «generación copo de nieve», que tachan de energúmeno a todo aquel que se aparte un ápice de su consenso correcto. El catecismo bien pensante va minando los márgenes de la libertad de expresión. Creadores, pensadores y políticos se reprimen para no molestar. La corrección política acaba fomentando así la autocensura. Ni quiera el humor y los ámbitos de esparcimiento particulares, oasis de libertad hasta en los tiempos más oscuros, escapan ahora de la nueva forma de control.

Se da la paradoja de que la última víctima es un progre de manual, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, apóstol de la corrección política que se ha visto obligado a flagelarse en público por un «grave» pecado contra el gran dogma que cometió a los 29 años. El joven Trudeau, hijo de otro primer ministro, era por entonces profesor en la West Point Grey Academy de Vancouver. En 2001 se celebró allí una fiesta, una «Noche arábiga» de disfraces. Justin eligió ir de Aladino, ataviado con ropajes arábigos. Para completar el rol se embadurnó el rostro con betún. ¡Anatema! La revista «Time» ha encontrado una foto de la fiesta y el primer ministro, que afronta elecciones el mes que viene, ha tenido que salir a expresar unas sentidísimas –¿exageradas?– disculpas por una anécdota de hace 18 años. «Cometí un error de joven. Ahora sé que hice algo racista y que para las comunidades que se enfrentan a la discriminación es muy doloroso». Trudeau recuerda que «toda mi vida he luchado contra el racismo y la discriminación». Es cierto: no es ningún racista. Sin embargo se ha visto forzado a fustigarse en público, porque la ola se le ha echado encima. Su rival en las elecciones, el candidato conservador, ya se ha aprestado a denunciar que «Trudeau no es apto para gobernar esté país», ¡porque hace 18 años, en una fiesta de chavales, se pintó la cara para disfrazarse!

Veremos el día en que todo estará prohibido, hasta lo permitido. Y sin libertad de expresión no hay libertad de pensamiento.