ARCADI ESPADA-EL MUNDO

LA POLÍTICA se la juega este septiembre en España. Más que sus circunstanciales actores, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, sus partidos políticos y el resto de líderes y partidos. Si el 23 de septiembre no hay un presidente será un gobierno en funciones y un parlamento limitado el que encare la sentencia del Tribunal Supremo y la salida de Gran Bretaña de la comunidad económica, política y moral de Europa. Es probable, además, que este gobierno en funciones deba encarar también la reanudación de la crisis económica y desde su provisionalidad se vea forzado a tomar medidas de un cierto calado. A este Gobierno manqué le espera cualquier cosa menos la gestión de los asuntos corrientes.

La política hace un ruido ensordecedor en todas partes. El sistema mediático ha cambiado profundamente; pero la política sigue vertebrándolo. En los medios y en las barras de los bares, digitales o no, la principal conversación sigue siendo política. La duda es si la política es algo más que este ruido, si esta agitación se corresponde con la importancia real de los hechos políticos o se ha emancipado de ellos definitivamente como la cháchara se emancipa del sentido. Es legítimo preguntarse por la importancia real de la política cuando un país puede prescindir de un gobierno y un parlamento consolidados para encarar tres hechos como los descritos y previstos. Si ese gobierno y ese parlamento no son imprescindibles en septiembre, ¿cuándo lo serán?; qué suerte de cataclismo necesitará insoslayablemente de la política? La posibilidad de llegar a esta situación, además, estaba escrita desde que Pedro Sánchez obtuvo su relativo éxito electoral. Incluso apuntaban ya los signos del parón económico. Y, sin embargo, Sánchez no se apresuró ni trató de forzar los ceremoniosos plazos que las instituciones españolas se dan para formar gobierno. Como si confiara en que el Estado, más que el Gobierno, tomara a su cargo el próximo septiembre. Una hipótesis que por otra parte no deja de ser reconfortante visto el carácter del Gobierno que dibujan las negociaciones entre los dos partidos de la izquierda.

La convicción general de que, señaladísimas excepciones aparte, la política contemporánea la ejercen personas de un pobre nivel, malpagadas y sometidas a trabajos de una extenuante vacuidad, obtiene en este insólito septiembre español un claro apoyo fáctico. No es precisa mayor cualificación. Salvo la de los cuentistas. Aquellos que subrayando siempre la prioridad del relato tienen el delicado encargo de convencer a la afición de que hay algo más que relato.