LLuis Bassets-El País

Existe una coalición subterránea, más amplia que la primera y en la que participa incluso el PP, que afecta directamente a la fecha de las elecciones. Y está dirigida a cerrar el camino a La Moncloa a Ciudadanos

El fulgurante cambio en la presidencia del Gobierno que hemos presenciado no es fruto únicamente de una coalición negativa, muy bien explicada por Santos Juliá ayer en estas mismas páginas, sino de dos. Hay una coalición visible, que se expresa en los votos a favor de la moción de censura y de la consecuente investidura de Pedro Sánchez y versa sobre las responsabilidades políticas de Mariano Rajoy por la corrupción oceánica de su partido, pero hay otra coalición subterránea, más amplia que la primera, en la que participa incluso el Partido Popular, y que afecta directamente a la fecha de las elecciones. Esta coalición va dirigida a cerrar el camino a La Moncloa a Albert Rivera, y su existencia no explica tan solo la negativa de Rajoy a convocar elecciones y a dimitir, sino también la actitud de los otros partidos, amenazados por una inmediata convocatoria electoral que iba a situar al líder de Ciudadanos en una posición, en cuanto a expectativas de cambio y de victoria, similar a la de Felipe González en 1982 antes de acceder a La Moncloa.

Ciudadanos ha sido hasta ahora el partido que mayor capital electoral ha acumulado en relación a la corrupción del PP y a la crisis constitucional catalana. La acción de la justicia en los próximos meses, tanto respecto a los casos pendientes de corrupción del PP como a las responsabilidades penales por la secesión catalana, iba a contribuir a aumentar todavía más este capital, tal como han ido detectando los sondeos de opinión. Nada permitía pensar en la reversión de la tendencia en un partido sin responsabilidades de gobierno en los Ayuntamientos ni en las comunidades autónomas y ajeno, por tanto, al desgaste y a la corrupción, más bien al contrario. Como oposición cada vez más visible, tanto en Cataluña como en Madrid, el pronóstico de un crecimiento imparable de la figura de Rivera era hasta el pasado viernes un tópico compartido.

Convocar elecciones inmediatamente, con un PP noqueado y desorganizado, era el negocio más apetitoso al que podía aspirar Ciudadanos. A poco que se hicieran bien las cosas, Rivera iba a sustituir a Rajoy, y Ciudadanos, al PP, situándose al menos como partido senior de la derecha y, en el mejor de los casos, devorando el espacio conservador entero en su favor. Esta operación debía ser tan fulminante como ha sido el asalto de Sánchez, e iba a concretarse en una convocatoria electoral inmediata, gracias a la disolución anticipada a la que Rajoy se negó, o en una convocatoria algo más diferida, quizás en otoño, después de que la dimisión de Rajoy dejara paso a un Gobierno del PP debilitado y de enorme confusión en cuanto a liderazgos.

Para Rajoy era mejor la derrota ante la coalición negativa que convocar elecciones dentro de poco

Dicho de otra forma: el PP no podía permitirse ir a elecciones ahora con su líder políticamente inhabilitado y sin saber en quién confiar para intentar mantenerse en el Gobierno. Para Rajoy era mejor la derrota sufrida ante la coalición negativa que cualquier otra circunstancia que pudiera obligarle a convocar elecciones a corto plazo. En la consigna de cualquier cosa menos Rivera, Rajoy encontró el consenso tácito de todas las otras fuerzas parlamentarias, al que contribuyó con su negativa a dimitir o a disolver.

Los nacionalistas vascos, clave de la moción de censura, tienen un puesto muy destacado en esta coalición. Ciudadanos es su enemigo jurado, al que ven como el ladrón de su estatuto de independencia fiscal y al que se enfrentan con un respaldo popular que desborda su estricto electorado y abraza incluso al del PP. Para los nacionalistas catalanes, el partido de Rivera es doblemente maldito: porque ha nacido en Cataluña, de la crítica y del disenso respecto al catalanismo soberanista hegemónico; y porque se ha convertido en la principal fuerza de la oposición, con vocación de avanzar en la periferia de Barcelona y de penetrar incluso en el territorio de la Cataluña profunda con ocasión de las municipales y de convertirse en alternativa de Gobierno. Parar a Ciudadanos es la consigna aglutinante entre los independentistas de todo cuño, ERC, PDeCAT y CUP, a la que fácilmente se añadirán los otros partidos con los que se disputa el voto opuesto a la secesión.

No habrá urnas mientras el PP no haya culminado la tarea de poner orden en sus filas

La partida entre Podemos y Ciudadanos también es doble. Es una disputa antagónica en las ideas polarizadas y competitiva en el protagonismo renovador del sistema de partidos, en el que cada uno de los nuevos aspira a sustituir al viejo o al menos a situarlo en posición subordinada. Las elecciones inmediatas iban a proporcionar a Ciudadanos la oportunidad de ganar al PP sin que Podemos hubiera podido vencer todavía al PSOE.

Para Sánchez era una jugada a todo o nada, la clásica oportunidad caída del cielo, que quien aspira a ganar el poder tiene la obligación de no desaprovechar. Sin riesgo y sin osadía nada se obtiene en circunstancias tan decisivas y peligrosas. Se trataba de utilizar la corrupción para construir la coalición contra Rajoy y la ambigüedad sobre la convocatoria de elecciones para construir la coalición contra Rivera. No era posible hacer una sin la otra. Había que hacerlo, además, con sigilo y nocturnidad, tal como aconsejan las mejores —o peores— artes maquiavélicas, que solo se denuncian cuando las practican los otros.

Rajoy ha caído, pero Rivera ha perdido su envite, que era sustituirle directamente en unas elecciones anticipadas, mientras que ahora deberá limitarse a disputar con el PP por el mayorazgo de la derecha. Queda el margen del error socialista, por el que trabajarán Ciudadanos y el PP, este con algo menos de intensidad, ensimismado como estará en sus cosas. Si se produce inmediatamente el tropiezo, si tiene grandes dimensiones, si es un escándalo enorme, la apelación a unas elecciones inmediatas puede tener sentido, aunque habrá que contar con que la coalición adversa seguirá en pie mientras el PP no haya culminado la difícil tarea de poner orden en sus filas.

En la lógica florentina desplegada estos días, las elecciones se convocarán cuando los dos grandes partidos del sistema estén en disposición de entrar en liza sin temer pérdidas irreparables. Esto sucederá en cuanto la estatura de Sánchez esté consolidada y Rajoy pueda dejar la casa razonablemente ordenada. Difícilmente será antes de la gran cita electoral del 26 de mayo de 2019 (europeas, municipales y autonómicas en 13 comunidades), una primera prueba muy conveniente sobre la nueva correlación de fuerzas, en la que ya se sabrá si los dos grandes partidos del turno de poder, PP y PSOE, siguen todavía acosados por los nuevos o han conseguido mantenerse. A fin de cuentas, esta era la cuestión de fondo que se jugaba en la moción de censura.