Joan Tapia-El Confidencial

Torra prioriza los gestos simbólicos contra Felipe VI para no romper el cordón umbilical con Puigdemont y seguir sin reconocer la realidad

El viernes la ministra de Justicia, Dolores Delgado, no tenía tiempo para Cataluña. Estaba concentrada en la libertad de La Manada que ha vuelto a inflamar las calles. Pero en círculos de dirigentes del PSC —al juzgar lo que le ha costado al ‘president’ Torra decidir su asistencia a la inauguración de los JJ.OO del Mediterráneo— se recuerdan las declaraciones del pasado domingo de la ministra: «El nivel de tensión en Cataluña es tan elevado… es como una contractura que ha llegado a tal extremo que cualquier movimiento duele… lo primero que hay que hacer es descomprimir, destensar, desinflamar, conseguir un clima de acercamiento… para avanzar hay que desinflamar para que no duela». Y subrayaban lo que corroboró el mismo viernes en la rueda de prensa del Consejo de Ministros, la ministra portavoz Isabel Celaá, «las aproximaciones no pueden venir solo de una parte, tiene que haber reciprocidad».

La desinflamación avanza a pasos de tortuga porque el ‘president’ Torra ha optado por refugiarse en las batallas simbólicas para no tener que confesar que la república independiente solo existe en la imaginación de la CUP, la Asamblea Nacional Catalana y —lo que más esteriliza— bastantes ‘puigdemontistas’ que hablan continuamente con Berlín (ahora con Hamburgo porque hay miedo a la extradición). Me aseguran que algunos colaboradores de Torra cuando hablan del ‘president’ no se refieren a él sino al actual habitante de Hamburgo. Torra intuye que debe hacer de ‘president’ —el cargo condiciona las ideas—, pero como sabe que su capacidad para ir hacia la república es nula, lo compensa con la liturgia independentista y escondiendo lo que la ‘exconsellera’ Clara Ponsati ha confesado desde su exilio escocés y que cada día es mas evidente, que el gobierno Puigdemont jugó al póker y además fue de farol con la famosa DUI (declaración unilateral de independencia).

Solo los símbolos, la estelada, los lazos amarillos de protesta contra los dirigentes independentistas encarcelados… pueden ocultar el fracaso del 27-O y alejar así el peligro de admitir la realidad pues sería muy difícil movilizar a los catalanes a favor de unos dirigentes que jugaron al póker de farol al prometer que la Cataluña del 2018 ya sería independiente y, con un poco de suerte, un nuevo estado de la Unión Europea. El número 29, el 28 cuando el Brexit se hiciera realidad.

Desinflamar Cataluña costará porque el independentismo teme que sin inflamación tendrá menos capacidad de arrastre

Desinflamar costará porque el salto adelante del independentismo se produjo tras la inflamación contra la sentencia del Estatut, mantenida viva por algunos políticos españoles —no todos del PP— y que simboliza aquel ministro de Educación que dijo: «Hay que españolizar a los niños catalanes». Torra —Puigdemont más— creen que si baja la inflamación el independentismo perderá fuerza y eso complica más encontrar la salida del laberinto. Se ha visto esta semana. La asistencia de Torra a la inauguración de los Juegos del Mediterráneo, el acontecimiento deportivo de más proyección internacional que va a tener lugar este año en Cataluña, que la propia Generalitat ha contribuido a financiar y que potencia la ciudad de Tarragona, era algo absolutamente normal. ¿Cómo no iba a estar el presidente de Cataluña en un acto así? Y era perfectamente compatible con hacer un discurso crítico con la monarquía, incluso con atribuirle responsabilidad por la actuación del ministro Zoido.

Pero no ha sido así. La presencia, o la silla vacía, de Torra a Tarragona se ha convertido en una cuestión existencial para el independentismo. Una anécdota lo evidencia. A las 10.55 del viernes un despacho de la Agencia Catalana de Noticias, la agencia oficial de la Generalitat, aseguraba que Torra plantaría al rey y no asistiría a la inauguración de los Juegos del Mediterráneo. Imposible que algún redactor de la ANC se hubiera atrevido a lanzar el despacho sin adecuada consulta previa. Pero apenas 90 minutos después el ‘president’ Torra —en rueda de prensa convocada para el asunto— afirmaba que iría a la inauguración.

¿Qué había pasado? Que durante días la presencia, o la ausencia, de Torra había sido objeto de gran discusión en el grupo parlamentario de JxCAT y en el gobierno catalán (menos entre los ‘consellers’ de ERC); que no ha habido mucha coincidencia sobre el asunto entre Torra y Puigdemont; que para justificar su presencia Torra pidió al Rey, en la posdata de una carta que firmó junto a Puigdemont (exigencia del de Hamburgo) y de Artur Mas (de comparsa), un encuentro en Tarragona para hablar del conflicto catalán; que el día anterior —jueves— Torra viajó a Alemania para «sintonizar» con Puigdemont y que, si bien cuesta creer que a las 10.55 del viernes, si es cierto que la noche del jueves Torra todavía no sabía qué hacer.

El presidente catalán está afectado de un agudo síndrome de doble personalidad

Tiene su explicación. El presidente de Cataluña no puede dejar de asistir a un acto de relevancia internacional que tiene lugar en su territorio y que la Generalitat ha financiado en parte. Si no iba, las críticas habrían sido fuertes y habría quedado en evidencia que la Generalitat vivía en un mundo imaginario sin mucho contacto con la realidad. Imposible, pues, no acudir. Pero si se fotografiaba junto al Rey en la inauguración de los Juegos (Pedro Sánchez es otra cosa porque entonces no era ni diputado y dimitido Rajoy el malo de la película es el Rey de España), el independentismo más radical le acusaría no solo de estar aceptando ante el mundo que Cataluña no es la república que el independentismo proclamó, sino amnistiando la represión del 1 de octubre y el discurso posterior del Rey. El problema de Torra es que hiciera lo que hiciera no podía quedar bien.

Pero el ‘president’, que trabajó en una compañía de seguros suiza, no carece de cierta prudencia y Puigdemont viene tanto de la tradición carlista como del negocio pastelero. Y han encontrado —no sé si juntos— lo que creen que es el mal menor. Asistir a la inauguración para demostrar que el ‘president’ no vive en el reino de lo imaginario; pero, al mismo tiempo, afirmar que se rompen las relaciones con la Casa Real (algo de lo que nadie sabe las consecuencias), anunciar que se dimite de la vicepresidencia honoraria de la Fundación Princesa de Girona (un certero golpe a la mandíbula), entregar al rey sendos informes de Rafael Ribo, el defensor del pueblo catalán, y un libro de fotos sobre la violencia policial y además hacer acto de presencia, una hora antes de la inauguración oficial, en una manifestación de repulsa a la presencia en Tarragona de Felipe VI (algo que a José Félix Ballesteros, el alcalde socialista de la ciudad, le parece perfecto). Así se quiere demostrar que Torra cumple con el dicho castellano de que «lo cortés no quita lo valiente». Se asiste junto al Rey a la inauguración para no irritar a la sociedad civil catalana y no menospreciar a los habitantes de una capital catalana (que no es Girona, pero cuenta) y se satisface a la ANC y a los separatistas más radicales exhibiendo nervio de protesta. No hay ni rendición ni colaboracionismo.

Al final Torra ha acabado haciendo lo debido: asistir junto al Rey de España a la inauguración de los Juegos del Mediterráneo

Pero quizás sí que no haya sido lo peor que podía pasar. Al final, adobado con todo tipo de jaculatorias y gestos extraños, Torra ha estado junto al Rey de España en la inauguración de un acto deportivo internacional. Como debe ser. El propio exdelegado del Gobierno del PP en Cataluña, Enric Millo, un político sensato, ha dicho que se alegraba de la presencia de Torra porque implica cierta normalización. Cierto, pero muestra también que Torra está atrapado (no sabemos el grado) en un laberinto sin salida: proclamar que Cataluña es una república independiente y, al mismo tiempo, ser el presidente de una autonomía en la que los independentistas son el 47% y en la que Cs es el primer partido. ¿Se puede sobrevivir en esta flagrante contradicción y con los espías de Puigdemont en los cargos de confianza? ¿Se puede negociar con alguien que padece una dolencia de doble personalidad? A Pedro Sánchez y a Meritxell Batet, que viajaron juntos a Tarragona, les inquieta. Cierto que, como ha dicho la ministra de Justicia, ahora toca desinflamar y como dijo el ministro de Fomento, José Luís Ábalos, lo importante es que se respete la legalidad. Además, todavía faltan días para la entrevista con Torra y antes se verá con el lendakari Urkullu con el que piensa alcanzar acuerdos. Pero el orden del día del 9 de julio no progresa adecuadamente. La ministra portavoz volvió ayer a marcar los límites del diálogo, el respeto a la Constitución, que no tiene porqué limitar ni las creencias ni las aspiraciones futuras de nadie. Pero el ‘president’ de la Generalitat no se entera del todo y parece confundir los límites de un diálogo con un cercenamiento a su libertad política.

Lo de los Juegos del Mediterráneo, mal que bien, se ha superado. Enric Millo y José Félix Ballesteros están razonablemente satisfechos, pero se ha constatado que desinflamar según las fórmulas de las ministras Delgado y Batet será mucho más laborioso que inflamar a lo Wert o a lo Zoido. Y que al independentismo le costará salir de su laberinto pese a que Torra ya debe estar constatando que no tiene otra opción. Salvo sentarse a esperar la sentencia del Supremo, hacer discursos para mantener la llama de la ANC y confiar en que la virgen de Montserrat haga un milagro. Como si fuera la de Lourdes.