José Andrés Rojo-El País

Detrás del discurso de Torra se puede imaginar una república supremacista donde la xenofobia es el motor que mueve sus engranajes

Todo va muy rápido. No se había terminado de asimilar que el nuevo president de Cataluña exhibió una imponente colección de ideas xenófobas cuando ya inició una carrera de gestos que solo parecían tener sentido para dejar en la bruma su oscuro pasado. Lo primero fue la servil rueda de prensa en Bruselas con Carles Puigdemont. Luego propuso una toma de posesión como de tapadillo, íntima, para quitarle relieve a la institución que va a presidir: solo estoy aquí de paso, venía a decir con sus mustias pompas.

El tercer acto ha sido la formación del Govern, una provocación estudiada que puede servirle para fortalecer su liderazgo con una potente dosis de victimismo. Nada nuevo bajo el sol: el procés sigue adelante. Nada parece haber cambiado.

¿Nada? ¿Es verdad que no ha cambiado nada? Todo va muy rápido y el bullicio de la actualidad enmascara las cosas, pero hace falta detenerse y rebobinar. Y claro que con Torra las cosas han cambiado. Hasta ahora, con lo que ha significado de ruptura de las reglas de juego y de violencia institucional, lo que había en el campo de batalla era un sector de catalanes independentistas que se batía contra un Estado en el que no se sienten a gusto.

Lo que ahora hay, y por eso es importante darle su justo valor a las palabras, es que el hombre al que se le ha entregado el gobierno de la Generalitat entiende que lo que está dirimiendo es la lucha entre un pueblo superior, los catalanes, contra los bárbaros que habitan en el resto de España y a los que, incluso, tienen dentro de sus fronteras —como una pústula—. Ya se les ha querido quitar valor a estas palabras de Quim Torra, como si fueran chiquilladas de patio de recreo. No lo son.

La república que se puede imaginar detrás de su discurso es una república supremacista, que sostiene de manera casi infantil que hay razas superiores a otras, y donde la xenofobia es el motor que mueve sus engranajes. Las cosas sí han cambiado: ahora el foco ya no puede estar en el Gobierno español, ni siquiera en los catalanes constitucionalistas, sino justo en los otros independentistas. ¿Es esa la república que quieren los liberales que quedan en el PDeCAT y los viejos izquierdistas de Esquerra? ¿Es la que van a defender en las calles los anticapitalistas de la CUP? Las palabras de Torra no son palabras escritas en la arena que el mar va a ir desdibujando: se concibieron para quedarse en las entrañas de un proyecto. A los que lo defienden les toca borrarlas.