RAÚL LÓPEZ ROMO – EL CORREO

Hemos vivido insertos en una red de noticias falsas que ha sobrevivido al final del terrorismo. Desmontarla tiene que ver con el derecho a la verdad

Los bulos son creencias falsas que a menudo tienen una incidencia en el mundo real. Los antivacunas son una fuente inagotable de ellas. Si no fuera porque ponen en riesgo la salud de los niños, sus alucinaciones sonarían a chiste: inyecciones que propagan nuevas enfermedades, farmacéuticas malignas e intereses ocultos en los que nosotros, ingenuos que confiamos en los avances de la medicina moderna, no habíamos reparado. Las embarazadas también están expuestas a innumerables leyendas urbanas. Si la tripa es redonda, traen niña; picuda, niño. Descuide si ha oído esta historia al revés: las leyendas son versátiles. Siempre se apela a ‘estudios científicos’ (no se busque mayor precisión) que respaldarían una opinión. Y su contraria.

Los infundios afectan a muy diversos planos de la vida social; también, por supuesto, a todo lo relacionado con un fenómeno tan grave como el terrorismo. Las redes sociales nos alarman con el anuncio de atentados inminentes que, por fortuna, no tienen lugar. También las explicaciones sobre qué es el terrorismo están preñadas de estereotipos y bulos. Veamos algunos que están muy presentes en nuestro entorno.

Primero. ETA ayudó a traer la democracia. El magnicidio de Carrero Blanco en 1973 habría dejado al franquismo sin su relevo natural. Esto es contrafactual: es imposible saber qué habría ocurrido sin ese atentado. Lo que sí conocemos es que ETA no trajo libertad alguna, sino todo lo contrario durante 40 largos años, tantos, por cierto, como los que duró la dictadura. El 95% de los asesinatos cometidos por ETA fueron después de la muerte de Franco. Para terminar de emborronar las cosas, hay conspiranoicos que siguen pensando que la CIA estuvo implicada en la ‘operación Ogro’. No existen pruebas que sostengan tal aseveración.

Segundo. Los terroristas toman las armas porque no les dejan expresar sus ideas de otra manera. El terrorismo ha surgido tanto en dictaduras como en democracias; empleando pretextos étnicos, religiosos, ideológicos, o una combinación de los mismos. Y los terroristas son siempre una minoría: la mayor parte de la población rechaza sus medios. Hay contextos más propicios para que prenda la violencia, pero la aparición de la misma nunca es inevitable. Una variante local de este bulo reza que gracias a la reacción de ETA se salvaguardó una identidad vasca en trance de desaparición. En realidad, la misma ha sobrevivido al intento del nacionalismo vasco radical de monopolizarla por la vía totalitaria, del mismo modo que resistió, gracias a múltiples motivos, al intento del franquismo de subyugarla.

Tercero. En Euskadi hemos vivido un conflicto armado abierto. Acosar violentamente a toda una oposición desarmada no es un acto de guerra, sino una campaña terrorista pura y dura, protagonizada por ETA. Esta organización es responsable del 92% de los asesinatos cometidos dentro del llamado ‘caso vasco’. El porcentaje restante corresponde a los GAL, el Batallón Vasco Español y otras siglas de la ultraderecha. Estas cifras no surgen de ‘estudios científicos’ fantasmagóricos, sino de meses de trabajo que derivaron en la publicación del Informe Foronda, consultable en abierto en Internet.

Cuarto. Aquí todos han matado, así que todos son víctimas y culpables en idéntico grado. Sorprende que esta falacia, muy vinculada a la anterior, goce de tanta vitalidad. ETA era una organización consagrada al asesinato político: planificaba fríamente cómo acabar con la vida de sus ‘enemigos’ y cómo escapar para cometer más atentados. Enfrente no tenía a otro ‘bando’ que cometiera similares tropelías, sino a unas Fuerzas de Seguridad que han conseguido acabar con dicha lacra y, es más, que la sufrieron con singular crudeza, pues la mayoría de las víctimas mortales de ETA fueron guardias civiles y policías nacionales. Lo dicho no niega que en democracia hubiera agentes que se saltaron las leyes que habían jurado defender. Pero esto no lo hacía un cuerpo policial en su conjunto, sino ciertos individuos totalmente condenables.

Quinto. Al PP le convenía la actividad de ETA. Esta es una creencia tan extendida como miserable. ¿De verdad alguien considera que ese partido estaba cómodo con un fenómeno que se llevó por delante la vida de una veintena de sus cargos públicos y militantes, condicionando la de todos los demás? Una variante habla del negocio en torno a la seguridad, naturalmente sin pruebas y con absoluta mezquindad, y otra amplía al ‘Estado’ o ‘al constitucionalismo’ el espectro de los supuestos interesados en la continuidad del terrorismo.

Sexto. Algo habrá hecho. Es la quintaesencia del bulo patrio, tan bien descrito por Fernando Aramburu. A menudo las víctimas del terrorismo se han sentido revictimizadas por dicha actitud: han proliferado las mentiras y patrañas para justificar cualquier crimen. ‘Txakurras’, ‘represores’, ‘chivatos’, ‘traficas’, ‘franquistas’, ‘cipayos’, ‘oligarcas’… En suma, ‘españoles’. Etiquetas repetidas por un coro de murmuradores, con consecuencias irreversibles: la ausencia forzosa del ser querido asesinado, el ostracismo social de los supervivientes.

Todos estos bulos no son simples interpretaciones particulares de la realidad. Son noticias falsas propagadas con un fin muy determinado: legitimar el terrorismo de ETA o suavizar sus efectos. Son ‘tontos tópicos’ (Aurelio Arteta) o ‘Mitos que matan’ (Gaizka Fernández Soldevilla), que encuentran una audiencia crédula, proclive a afirmaciones exculpatorias, sin espíritu crítico. En suma, hemos vivido insertos en una trama de paparruchas que ha sobrevivido al final del terrorismo. Desmontarla no es una labor partidista, sino que tiene que ver con el derecho a la verdad.

RAÚL LÓPEZ ROMO HISTORIADOR, CENTRO PARA LA MEMORIA DE LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO