ABC-IGNACIO CAMACHO

Una recesión se anuncia con eco de cañonazos. La cuestión clave es si la política los va a escuchar o preferirá ignorarlos

MUCHAS de las últimas grandes crisis de las últimas décadas se han incubado durante los traicioneros meses de verano, cuando una gran parte del mundo occidental se va de vacaciones en la alegre confianza de que nada cambiará en su ausencia del trabajo. Grave error. Para comprobarlo no hace falta leer «Los cañones de agosto», el libro en que Bárbara Tuchman relató el insensato clima eufórico con que los europeos creían que la primera Gran Guerra duraría un rato: basta recordar lo que sucedió en la tempestad bursátil de final del siglo XX o en la hecatombe financiera de hace once años. Muchas decisiones cruciales de la alta economía se gestan durante el período estival mientras la mayoría de las clases medias disfruta del descanso. Y los síntomas indican que estamos ante nuevas sacudidas tectónicas cuyo roce de placas anuncia seísmos cercanos. La guerra comercial entre China y Estados Unidos, el retroceso productivo alemán, los nuevos regímenes arancelarios americanos o el debate sobre los tipos de interés bancarios apuntan indicios que los expertos identifican como heraldos de una recesión a medio o incluso corto plazo. Y cuando el pesimismo se instala en los mercados se produce un efecto de profecía autocumplida que las empresas trasladan a sus estrategias de inversión en forma de recortes o frenazos. Esos son los nuevos cañones que truenan en el horizonte del mundo globalizado. La pregunta que importa es si los dirigentes políticos del momento los van a escuchar o preferirán ignorarlos.

En España, con elecciones o sin ellas, todo sugiere que el futuro inmediato transcurrirá bajo un Gobierno de izquierdas. Es decir, gasto alto, subidas fiscales, trabas al desarrollo de las compañías grandes y estrangulamiento tributario de las pequeñas, apretones de tuercas a la frágil maquinaria que mueve la sociedad burguesa. Sánchez no cometerá el error de Zapatero de negar los barruntos de tormenta; al contrario, en cuanto sean evidentes los acentuará para desarrollar un programa de proteccionismo social y transferencia de rentas. Nos esperan alzas de impuestos bajo la coartada del cambio climático, derroche subvencional, empleo público disparado; la versión posmoderna y verde del método keynesiano de la socialdemocracia con los tintes populistas que añadirán sus aliados. La receta de la austeridad está proscrita en el prontuario de un sedicente progresismo que sólo cree en la virtud proveedora del Estado, en la función tutelar, vertebral, del aparato burocrático.

La recesión en ciernes se parece más a una certeza que a una amenaza. Y la vamos a afrontar bajo una dirección política que en ocasiones similares ha demostrado su ineficacia dejando la economía privada exánime y el erario sin un euro en caja. Pero en el dulce relajo de agosto nadie se acuerda de las cuitas pasadas. Y los spin doctors en boga son magos de la propaganda.