Trump o el lío de gobernar sin ética y con improvisación

EL MUNDO 30/01/17
EDITORIAL

A GOLPE de tuit –en su línea–, Donald Trump calificó ayer lo que está sucediendo en Europa a cuenta de la crisis de los refugiados como «un lío terrible». Pretendía justificar así la última de sus controvertidas medidas: la imposición de un veto temporal al ingreso en EEUU de inmigrantes y asilados de siete países de mayoría musulmana. Envuelto en retórica ultranacionalista, insistió en que su país debe contar con unas «fronteras sólidas», lo que incluye el muro con México, para ahuyentar a la inmigración ilegal y el terrorismo.

Da igual que la mayor parte de los atentados que ha sufrido EEUU en los últimos años los hayan protagonizado ciudadanos de nacionalidad estadounidense. O que esta última medida no afecte a los países de procedencia de los terroristas y de las fuentes de financiación del 11-S, como Arabia Saudí. Da igual porque, en su alocada carrera de decisiones, a Trump no le importan ni la verdad ni la ética ni mucho menos los derechos humanos. Instalado en su retórica populista, sólo le interesa que sus votantes vean que está decidido a cumplir sus promesas, por disparatadas que sean. De hecho, para «lío terrible», el que ha provocado ese decreto contra refugiados, que además de haber indignado a medio mundo, obligó finalmente el sábado a intervenir a una jueza de Nueva York para suspender cautelarmente las deportaciones, en medio de una situación de caos en todos los aeropuertos del país.

Ése es Donald Trump. Un presidente que no ha llegado a la Casa Blanca para resolver los complejos problemas en su país, sino más bien para crear otros nuevos. Es cierto que estamos ante uno de los primeros políticos decidido a cumplir su propaganda electoral. Aunque en este caso incluso muchos de los ciudadanos que le respaldaron en las urnas preferirían que incumpliera y modulara los asuntos más polémicos. Lo confirman las encuestas. Desde su jura como presidente, su popularidad ha bajado de un 40% –la más baja de la historia al inicio de un mandato– al 36%.

Se cumplen sus primeros 10 días en la Casa Blanca. Y Trump, con un ritmo frenético y movido por las ansias de enterrar el legado de Obama, ha hecho más cosas de las que nunca antes había podido aprobar en tan breve plazo un presidente. Ha firmado hasta 12 órdenes ejecutivas para ordenar que se construya el muro con México; para abandonar el tratado de libre comercio con los países de Asia-Pacífico –lo que puede provocar una guerra comercial internacional–; para empezar a entorpecer el Obamacare; para dificultar el acceso al aborto y a la información sobre el mismo; para recortar los fondos de algunas de las agencias públicas –como la de protección medioambiental–; para endurecer el tratamiento a los inmigrantes que ya están en EEUU; o para autorizar la construcción de los dos oleoductos de la discordia que desechó su predecesor.

Guiado por el eslogan «América primero» que repitió sin cesar en su investidura, Trump intenta construir un relato y un andamiaje presidencial muy ideologizado, para lo que cumple sus advertencias sobre la vuelta al proteccionismo –tanto le da que la fórmula fracasara estrepitosamente en los años 30– y un cierto aislacionismo diplomático, y toma decisiones compulsivas con improvisación, como se ha demostrado con el decreto sobre los refugiados. EEUU asiste a una verdadera sacudida. Y el mundo, atónito, recibe el calambrazo.

Han pasado tantas cosas en tan pocos días, que la comunidad internacional parece en shock. Pero críticas ya nada disimuladas como las de ayer de la canciller Merkel –«la prohibición a los inmigrantes es un regalo a los extremistas»– evidencian que la política de Trump va a ser uno de los grandes problemas en la gobernanza mundial. Washington ha pasado de ser el gendarme imprescindible para la estabilidad internacional a ser un factor de desequilibrio. En este escenario, se van a recomponer las alianzas multilaterales. Y la UE debe hablar con una sola voz ante Washington en defensa de los intereses, pero también de los principios y valores, comunitarios.

Definitivamente, Trump es un mandatario que hace suyo el principio maquiavélico de que el fin justifica los medios. Con tal de lograr unos objetivos marcados, despoja a la acción política de valores éticos y morales, lo que le permite justificar aberraciones como el uso de las torturas. Es una concepción del poder muy peligrosa. Confiemos en que los republicanos pongan las cosas en su sitio cuando los decretos de Trump lleguen al Congreso. EEUU debe demostrar por qué es la primera democracia del mundo.