EL MUNDO-SANTIAGO GONZÁLEZ

El socio principal del doctor Sánchez había convocado el sábado pasado un escrache frente al Tribunal Supremo, que en las dos últimas semanas había protagonizado un asunto lamentable respecto al impuesto de las hipotecas. El clamoroso fallo –qué gran polisemia– del Supremo es muy preocupante, pero no es el más grave de nuestros problemas. Es peor que el Gobierno lo haya enmendado por decreto ley y que Pablo Iglesias haya querido enmendársela más dotando al decreto de retroactividad.

Ese pulso lo ganó el doctor, Podemos apenas movilizó a unos centenares en su escrache, a pesar de que también convocaron CCOO y UGT. La «manifestación multitudinaria» de La Sexta fue una prueba más del desprecio de algún periodismo por los hechos. Hasta Público dijo que «cientos de personas», no digo más.

Alguien, no recuerdo quién, dijo que los países mediterráneos muestran una tendencia a suicidarse cada 20 años. Nosotros llevábamos 40 sin intentarlo y ya tocaba. No puede decirse que no estuviéramos advertidos. Gil de Biedma lo explicó muy claro: «De todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España, porque termina mal». Ya venía con problemas de origen: los dos principales partidos de la democracia española siempre se arreglaron mejor con quienes andando el tiempo se mostraron sus peores enemigos que con sus adversarios constitucionales.

El Gobierno y sus socios parlamentarios han planteado singular batalla contra el poder judicial, en extravagante alianza con Torra y el tribunal regional de Schleswig–Holstein. Los golpistas catalanes han demandado al Supremo por el impuesto, aunque en realidad tiran contra la instrucción de Llarena. Puteado el poder legislativo mediante decretos leyes, ya sólo queda el Rey. Habíamos pasado por el vergonzoso episodio del besamanos en la Fiesta Nacional. Pocos días después, Sánchez ayudó a los golpistas catalanes y a los podemitas a despenalizar las injurias al Rey. Aquí sólo es punible decir que la novia de Iglesias ha asumido la portavocía del partido por su condición de tal.

Los cinco meses presidenciales del doctor Plagio han sido un secante para la agenda exterior de Felipe VI que registraba algo de actividad ayer con un viaje a París, a la conmemoración del centenario del final de la Primera Guerra Mundial. El Monarca viaja sin la Reina, pero va acompañado por la augusta pareja de La Moncloa.

¿Puede alguien pensar que hubo confusión en el besamanos de la Fiesta Nacional? El lance se repetirá mañana, cuando Begoña Gómez acompañe al presidente del Gobierno y al Rey a la Cumbre Iberoamericana. La Reina no viajará porque no hay programa para primeras damas, aunque por lo visto, sí para segundas. No sería de extrañar que la Casa del Rey emitiera un comunicado para explicar que la incorporación de Begoña Gómez a los dos viajes citados fue un empeño personal del Monarca, que en París les vendría bien la presencia de una africanista, no se hacen ustedes idea de cómo está la banlieu de negritud, de gente necesitada que una experta les lea poemas de Sédar Senghor.

Sánchez es un desastre sin paliativos y sin sentido del ridículo, que arrastra consigo a su partido. Cuando entró a vivir en La Moncloa ya estábamos en decadencia y él conectó el turbo. ¿Y el PSOE? Le acompañó en el viaje entre el entusiasmo y el silencio anuente. El último socialista que defendió su dignidad con la palabra fue José Luis Corcuera. Después, todo ha sido silencio y el verso tan descriptivo de Celaya: «Estamos tocando el fondo».