SERGIO FIDALGO-EL MUNDO

El autor explica cómo la televisión autonómica catalana se ha convertido en una auténtica ‘estructura de Estado’ para conseguir la independencia. Gracias a TV3, el secesionismo mantiene su relevancia.

SI LA FISCALÍA viera TV3 y escuchara Catalunya Ràdio con cierta frecuencia no habría tardado tantos años en acusar al director de esta televisión, Vicent Sanchis; al director de dicha emisora, Saül Gordillo y a la presidenta del ente rector de los medios de comunicación de la Generalitat, Núria Llorach, de haber actuado «de forma concertada y permanente en el tiempo y con la finalidad de conseguir por vías delictivas la secesión de la comunidad autónoma de Cataluña del reino de España mediante su aportación individual y jerarquizada».

Desde que Artur Mas decidió en 2012 que había que romper España para tapar la corrupción de la Convergència de Jordi Pujol y para desviar la atención de los recortes en políticas sociales, TV3 se convirtió en pura agitación y propaganda. Desde la pantalla de esta cadena se han creado las condiciones para que todas las grandes manifestaciones soberanistas fueran un éxito. Y lo han hecho con un entusiasmo y una dedicación que no se sabía si los convocantes eran la ANC y Òmnium Cultural o la propia televisión de la Generalitat.

En TV3 el procés ha sido el gran corazón de su programación. Se ha dado voz a personajes irrelevantes cuyo único mérito era ser adictos a la causa separatista. Se ha insultado a líderes constitucionalistas. Se ha utilizado un lenguaje ajeno al periodismo y propio de la propaganda política. Se ha manipulado. Se ha caricaturizado y denigrado todo lo que oliera a España. Se ha degradado la imagen de las instituciones democráticas comunes a todos los españoles con un fervor cuasi religioso. Se ha satirizado a la Familia Real sin piedad, de una manera salvaje, buscando ridiculizar a Felipe VI como venganza por su papel decisivo a la hora de detener el golpe de Estado del 1 de octubre.

La televisión de la Generalitat ha sido el auténtico motor del procés, la que ha mantenido prietas las filas secesionistas a pesar de las mentiras de sus líderes. Desde prácticamente toda la programación se ha justificado lo injustificable, se han difundido las consignas de ERC y JxCAT, han contribuido a crear la condición de mártires de los políticos en prisión preventiva por intentar acabar con la democracia española, han prestado un altavoz decisivo y continuado a los que defienden que el juicio que se está desarrollando en el Tribunal Supremo es una auténtica farsa y que la sentencia está escrita antes de su inicio.

Es la televisión en la que se hace mofa porque Enric Millo, el ex delegado del Gobierno de Cataluña, donó un riñón a su mujer, simplemente porque al secesionismo no le gustó su testimonio, valiente y veraz, ante el Tribunal Supremo. Es la televisión que paga abundantes sueldos a personajes como Jair Domínguez, un humorista que en las redes sociales ha llamado «hijos de puta» a los que apoyan a Manuel Valls o «analfabetos integrales» a los dirigentes de Ciudadanos. Es la televisión que ha hecho rico a Toni Soler, el productor de los programas en el que el PP es un partido «facha» y Cs, tres cuartos de lo mismo. Es la televisión que sirve de altavoz a los radicales de Arran, que se permiten el lujo de amenazar en directo a las instituciones democráticas españolas en prime time sin cortapisas por parte de la presentadora del ya famoso Preguntes freqüents.

Es la televisión que entrevista a etarras que no se arrepienten de sus crímenes. Es la televisión que ha difundido y popularizado entre la población catalana conceptos como «presidente en el exilio» (Puigdemont) o «presos políticos». No es lo mismo que estos términos los usen dirigentes políticos que presentadores o conductores de informativos, porque les dan carta de naturaleza a unas expresiones que no son neutrales, sino partidistas. El eje de la TV3 actual es que cualquiera que venda que España es un país poco democrático es bienvenido. De ahí el éxito que han tenido personajes como Ramón Cotarelo o Bea Talegón, que han encontrado en la cadena de la Generalitat una tribuna de primer orden para seguir en el candelero, cuando en buena parte del resto de España se les veía como poco más que un par de frikis pasados de moda al estilo del Padre Apeles o Yola Berrocal.

En esta televisión se han hecho entrevistas-masaje a líderes secesionistas mientras se ha rozado el mobbing periodístico en la entrevista que a finales de 2018 el director de TV3, Vicent Sanchis, hizo a la líder de la oposición, Inés Arrimadas (Cs). Se ha permitido que en los mensajes de texto que mandan los telespectadores se insulte a los partidos no nacionalistas. Se ha quemado un ejemplar de la Constitución. Se llamó «gran reserva del independentismo» al ex terrorista Carles Sastre, que fue condenado por participar en el salvaje asesinato del empresario José María Bultó –con una bomba lapa en el pecho–. Se han introducido contenidos políticos pro secesionistas en informativos infantiles…

Todas las televisiones públicas en España han tenido el estigma de las presiones gubernamentales, pero lo que ha hecho TV3 desde el 2012 va mucho más allá de vender las bondades de las políticas de un presidente u otro. Ha practicado una labor de ingeniería social para convencer a centenares de miles de catalanes que «España nos roba», que «España es un país autoritario» y que «conviene implantar una República catalana que nos aleje de la caspa franquista española».

Desde su nacimiento (en 1984 comenzó su programación) ha sido una televisión nacionalista. Con la excusa de garantizar la supervivencia de la lengua catalana Jordi Pujol creó una maquinaria al servicio de lo que llamó «construcción nacional». Un poderoso medio de comunicación muy útil para crear una cosmovisión al dictado de CiU y, en parte, de ERC. Buena parte del imaginario del soberanismo catalán se ha creado desde los estudios centrales de la televisión autonómica. Si lo que los pancatalanistas llaman «Países Catalanes» gozan de cierta aceptación por el gran público se debe, en buena medida, a que el mapa del tiempo de TV3 lo recoge.

Hasta la eclosión del proceso secesionista, aun siendo una televisión hecha desde una visión convergente de la sociedad y la política, intentaba guardar las formas. Nacionalismo de hierro en guante de seda. Pero desde que comenzó la fase álgida del procés se ha convertido en un fenómeno religioso. Esta cadena se ha convertido en el pastor que guía a las almas de sus feligreses hacia la verdadera fe, que es la que emana de los despachos de las sedes de los convergentes en sus numerosas mutaciones o de Esquerra Republicana. De ahí que a pesar del descrédito que TV3 se ha ganado a pulso entre millones de catalanes, la parte de la población no independentista, haya aumentado su audiencia y se haya situado como la cadena líder en el 2018. De hecho, sus cifras se dispararon ese año, subiendo del 11,8% al 14% de cuota de pantalla. Por detrás estuvo Tele 5, con un 9,8% de share.

DESDE que comenzó el proceso secesionista TV3 ha pasado de ser la televisión de referencia de la mayoría de los catalanes, dado que gozaba de influencia en casi todos los estratos de población por ser el medio audiovisual catalán más importante, a ser un medio seguido básicamente por los catalanes independentistas. Ha dejado de ser la televisión aceptada por la mayoría de la sociedad para convertirse en la televisión de una causa política concreta: la que considera que España es un país atrasado y antidemocrático, frente a una Cataluña «republicana» que es «admirada» por medio mundo por su «lucha por la libertad».

La Fiscalía ha acertado en sus recientes acusaciones a Sanchis, Gordillo y Llorach. Porque sin ellos, y sus antecesores en el cargo, el proceso secesionista no habría sido posible. Los líderes secesionistas engañaron a sus seguidores cuando les dijeron que habían creado las estructuras de Estado necesarias para conseguir la independencia. En todos los casos, menos en uno: TV3 es la única que merece tal nombre. Y gracias a ella, y a un sistema electoral perverso, el secesionismo mantiene la mayoría que les permite regar con fondos públicos toda su maquinaria.

Sergio Fidalgo es periodista y autor de ’50 hazañas de TV3’ (Ed. Hildy).