Rita Maestre-El Confidencial

Es transversal porque la desigualdad, con diferencias y matices, nos afecta a todas las mujeres

1. La desigualdad existe. Por supuesto, hemos avanzado mucho, viniendo de muy atrás (recordemos que en España el divorcio es legal desde ¡1981!). Tenemos un marco legislativo igualitario, pero la sociedad y las instituciones no hemos sido capaces, aún, de aplicarlo. Los datos de la realidad son tozudos: la brecha salarial existe, la violencia machista mata decenas de mujeres cada año, las mujeres tienen más estudios universitarios y mejores notas y sin embargo no ocupan de igual forma los puestos de responsabilidad, los hombres ocupan muchas horas menos a la semana para cuidar a sus familiares o mantener limpia su casa. En este y en todos los casos, hacer un buen diagnóstico de la situación es la única forma razonable de encontrar soluciones, y eso no nos convierte en víctimas ni en quejicas.

¿Alguien acusa de victimistas a trabajadores que exigen mejoras salariales? Entonces tampoco se puede acusar al feminismo de victimista. Un buen análisis de la realidad nos conduce hacia buenas soluciones. Taparnos los ojos, negar la realidad, o retrotraerse al pasado (“antes estábamos peor”) o a regiones lejanas (“están peor las mujeres obligadas a llevar burka”) nos aboca a la inacción. Y lo que necesitamos, precisamente, es acción: políticas públicas que favorezcan la igualdad, referentes culturales que la evoquen, medios de comunicación que la recojan, compromisos personales, en nuestra vida cotidiana, que la asuman.

2. El feminismo es un movimiento transversal. Es transversal porque la desigualdad, con diferencias y matices, nos afecta a todas las mujeres. Las actrices de Hollywood son ricas y parecen poderosas, pero descubrimos recientemente que no se libran del acoso. Y, por supuesto, hay unas más desiguales que otras. Parece una obviedad, pero parece que a veces hay que explicarlo. Es más difícil trabajar limpiando habitaciones de hotel por 2,5 euros que ser mujer universitaria. Es más difícil encontrar trabajo siendo una mujer de origen paraguayo que de origen sevillano. Es más difícil ser una mujer lesbiana que una mujer heterosexual.

Por eso la retórica de la meritocracia solo en parte nos es útil para avanzar: porque no existe igualdad de oportunidades cuando se parte de situaciones desiguales. El porcentaje de mujeres paraguayas limpiadoras de hotel y lesbianas que terminan dirigiendo el hotel es ínfimo. De hecho, no se me ocurre una sola. Y nadie puede defender hoy, con seriedad, que el problema sea de capacidad. El problema es que si no has podido acceder a la universidad, tienes acento al hablar castellano y es tu chica quien viene a buscarte al salir del trabajo, es casi imposible ‘ascender’ en la ‘pirámide social’. Y, sobre todo, ¡qué injusto que precisamente tú tengas que hacer mayores esfuerzos! ¿No debería una sociedad moderna garantizar que tu capacidad de desarrollarte libremente no dependa de tu entorno familiar?

3. La violencia machista existe. Cualquier adolescente de 16 años ha sufrido en la calle, en el metro o en un bar miradas, comentarios o actitudes agresivas o desagradables. Según algunos estudios, en España se produce una agresión sexual cada ocho horas, la enorme mayoría de ellas en el ámbito privado. Cada año decenas de mujeres son asesinadas porque sus asesinos pensaban que eran sus dueños. La violencia machista existe y no es ‘una lacra’, no es un temporal natural: es la consecuencia de siglos de dominación sobre los cuerpos de las mujeres. Hacen falta leyes y sanciones, pero también revisión de los comportamientos masculinos. Un piropo puede ser bienintencionado; un piropo a una mujer sola en una calle oscura por la noche puede generar pavor.

4. Los roles de género son imposiciones culturales realmente aburridas. El rosa y el azul, las profesiones de chicos y de chicas, la iniciativa al ligar. Son roles no solo limitantes e injustos sino también aburridos. Estoy segura de que multitud de hombres están cansados de que se espere de ellos que paguen la cena, no digamos ya muchas mujeres de fingir orgasmos. Estoy segura, por tanto, de que multitud de hombres y mujeres quieren liberarse de esos corsés antiguos que nos conducen a reproducir una y otra vez los mismos esquemas.

5. El feminismo pone en el centro los cuidados. Los cuidados son todas esas tareas que permiten, sencillamente, que la vida se reproduzca: todos los seres humanos somos dependientes en al menos dos momentos de nuestra vida, al nacer y al envejecer. La tarea de cuidarnos en esas épocas, y de acompañarnos y sostenernos el resto de la vida, es tan necesaria que, sin ella, el mundo no giraría. Esas tareas recaen abrumadoramente sobre las espaldas de las mujeres, y recaen, además, sin ningún mérito ni reconocimiento.

Se da por sentado que las madres y las abuelas cuidan, y solo el día de la madre se escucha un ‘gracias’. No solo es de justicia compartir los cuidados, porque muchos de ellos —como levantarse tres veces una noche cuando a un bebé le están saliendo los dientes— requieren esfuerzo. Es también una oportunidad de disfrutar de nuestros amigos y familia. Y en eso poco a poco vamos avanzando: aunque quería mucho a sus hijos, mi abuelo jamás cambió un pañal. Pero la mayoría de los hombres de mi generación quieren cuidar de sus hijos y tener jornadas laborales que les permitan verlos no solo cuando ya están dormidos. Ahora tenemos que ser capaces, como sociedad, de garantizar el reparto y la corresponsabilidad de los cuidados.

6. El feminismo es modernidad, igualdad y libertad. Hemos avanzado mucho, pero hoy habrá centenares de miles de personas que en toda España y todo el mundo saldrán a la calle a reivindicar derechos. La huelga feminista es ya un éxito, porque ha conseguido colocar en el centro del debate público las tareas pendientes que tenemos como sociedad. Las mujeres queremos reconocimiento, igualdad y libertad, y por eso hoy paramos. Para demostrar que si paramos nosotras, se para el mundo.