Un acto festivo, una huida hacia adelante

EL MUNDO 12/09/16
EDITORIAL

LA MANIFESTACIÓN que en la primera Diada, hace cuarenta años en Sant Boi, fue un deseo de democracia de todos los catalanes, que reclamaban Llibertat, amnistía i Estatut d’Autonomía, se ha convertido en los últimos años en un acto de división, como se volvió a reflejar ayer en las ciudades y pueblos de Cataluña. El delirio independentista de los dirigentes de la Generalitat desde la etapa de Artur Mas ha expulsado de las celebraciones de 11 de septiembre a muchos ciudadanos, que no quieren ser partícipes de esos ejercicios de presión popular en los que se han convertido las convocatorias de lo que debería ser una fiesta de todos los catalanes.

Como se preveía, la sociedad catalana no ha seguido las celebraciones con la misma intensidad que en los últimos años, sobre todo porque las campañas institucionales han sido mucho menores. Y a pesar, una vez más, del denigrante sectarismo de a favor de las tesis soberanistas de TV3, la televisión pública de la comunidad autónoma, que debería ser de todos los catalanes.El lógico cansancio popular –son cinco años de Diadas reivindicativas– ha convertido las manifestaciones de ayer en una especie selfie soberanista sin más pretensiones que un pretendido lucimiento del independentismo.

Con todo, ha sido la primera en la que el presidente de la Generalitat ha acudido a una de las manifestaciones convocadas, eludiendo así su papel institucional de representante de todos los catalanes. Puigdemont rompió la tradición de Mas y acudió a los actos de la Asamblea Nacional Catalana y de Òmnium Cultural. En parte lo hizo obligado por las circunstancias, para evitar que la presencia en la calle de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, capitalizara el posible éxito de la convocatoria. Colau acudió ayer porque «como alcaldesa hay más motivos para estar que para no estar». Justo lo contrario que hace un año, cuando afirmó que en «mi rol institucional es mejor separar las cosas».

Este ponerse al frente de la manifestación de los representantes de las dos más altas instituciones catalanas denota también el clima de división que se ha vivido en la celebración de la Diada. ERC participó el viernes en un acto organizado por En Comú Podem y la CUP para conmemorar el 40 aniversario de la Diada al que no fue invitado el Partido Demócrata Catalán (antigua Convergència), decisión que fue calificada de «equivocada» por la portavoz del Govern, Neus Munté.

Aunque el independentismo no sea mayoritario en las urnas, el mensaje secesionista ha calado en la sociedad y los partidarios de la ruptura con España han ido ganando apoyos. Eso hace que los partidos soberanistas peleen por disputarse ese voto. Así se explica la radicalización de En Comú Podem, manifestada como decimos en la presencia de Colau en los actos más reivindicativos, y en el deslizamiento de ERC hacia la izquierda separatista, alejándose de un PDC en el que cada vez hay más voces que sugieren levantar el pie del acelerador soberanista.

Los mensajes no trajeron novedades, excepto la constatación de un nuevo retraso en la hoja de ruta de la Generalitat. Puigdemont habló de negociar con el Gobierno la convocatoria de un referéndum y anunció la posibilidad de nuevas elecciones antes de la próxima Diada para el «tránsito entre la postautonomía y la preindependencia». Queda lejos el objetivo que se marcó en su investidura, el pasado enero, de lograr la secesión del Estado en 18 meses. Ahora bien, la Generalitat no reduce un ápice la tensión del desafío y mantiene su intención de seguir legislando sobre esas «estructuras de Estado», a pesar de la prohibición expresa del Tribunal Constitucional.

El hecho es que desde Cataluña, la mayoría de los partidos, de las asociaciones y las instituciones no dudan en la defensa del proceso soberanista. Para ese sector de la sociedad, sólo existe el anhelo de independencia y todo lo demás no importa. Cataluña vive gracias al auxilio económico del Estado porque sus dirigentes la han llevado a la ruina, pero eso no parece importar a muchos ciudadanos.

Aunque estamos convencidos de que Cataluña nunca se independizará de España, el reto es mayúsculo y para afrontarlo con garantías hace falta un Gobierno con fuerte respaldo parlamentario capaz dar las respuestas políticas adecuadas –además de las judiciales cuando sea preciso– a los intentos de avance de los separatistas, para que se den cuenta de que han emprendido un camino que no llega a ninguna parte.