ABC-PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Sería injusto desplazar toda la responsabilidad a Rivera

DOY por supuesto que la oferta realizada ayer por Albert Rivera a Pedro Sánchez será valorada hoy con criterios muy diversos que irán desde la aprobación entusiasta al reproche más radical, acusándole de oportunista.

Los dos extremos son una simplificación porque el líder de Ciudadanos se halla en una situación extremadamente difícil en la que debe examinar muchos factores que confluyen en la decisión de dejar gobernar al PSOE con su apoyo o forzar unas nuevas elecciones. Esto se llama en términos filosóficos un dilema moral.

En un dilema moral, como explica el profesor Bernard Williams, el sujeto se enfrenta a opciones contrapuestas que no se pueden conciliar. Hay que elegir una cosa en detrimento de otra.

Esto es, si Rivera elige que haya un Gobierno presidido por Sánchez como un mal menor, tiene que renunciar a un compromiso electoral y aceptar que su decisión puede generar consecuencias no deseadas. Como sucede en el clásico dilema del prisionero, Rivera tiene que actuar a ciegas porque no sabe de antemano la respuesta de Sánchez ni las implicaciones de su determinación.

No faltará quien argumente que el planteamiento de Rivera es un falso dilema porque su propósito es quedar bien ante la opinión pública y preservar una imagen que ha quedado dañada en los últimos meses, a sabiendas de que Sánchez rechazará su oferta. Este razonamiento es un juicio de intenciones y, por tanto, no puede ser rebatido.

El hecho es que Rivera está condenado objetivamente a elegir entre que haya o no elecciones, dos escenarios que inevitablemente comportan consecuencias personales y políticas muy distintas.

Como bien apuntaba Williams, el problema de los dilemas morales es que no existe un manual para resolverlos. Este intelectual de Cambridge rechazaba el utilitarismo como guía de las decisiones humanas, subrayando la complejidad de las motivaciones.

Ya decía Habermas que la política está llena de dilemas morales que no pueden ser evitados como, por ejemplo, aplicar una política que favorece a la mayoría pero que perjudica los derechos de un minoría.

A mi juicio, Rivera, y hago extensible el argumento a Casado, tiene que optar por el bien moralmente superior, lo que supone colocar los intereses colectivos por encima de los suyos y los de su partido. Por eso, debe utilizar sus escaños para que Sánchez pueda gobernar sin hipotecarse al independentismo.

La paradoja es que esa decisión puede minar su credibilidad y generar unos efectos que escapan a su control, como cuando el PSOE decidió facilitar la investidura de Rajoy hace tres años. Pero esta opción parece mejor que bloquear la gobernabilidad, valor indispensable en una democracia parlamentaria.

Pero sería injusto desplazar toda la responsabilidad a Rivera porque Sánchez también está enfrentado a otro dilema moral, en el que deberá decidir entre un tacticismo egoísta o la defensa de los intereses generales. Y es que la política siempre es un dilema.