TONIA ETXARRI-El Correo

Por primera vez en su trayectoria política Mariano Rajoy ha imprimido un ritmo más apresurado, al renunciar a seguir presidiendo el PP, de lo que sus compañeros de partido necesitan. Con la convocatoria para el lunes de la junta directiva nacional, encargada de organizar el congreso extraordinario a mediados de julio, los populares no tienen ni tiempo para regodearse en el duelo. Rajoy perdió el Gobierno el viernes por exceso de confianza en su socio presupuestario, el PNV. Y porque Ciudadanos abandonó el barco tras la sentencia de ‘Gürtel’. Por eso los populares, al haberse visto desalojados del poder por una mayoría parlamentaria cuyos intereses comunes han pivotado en torno al rechazo al PP, y sin que lo hayan decidido las urnas, necesitaban un tiempo para la digestión.

Para hacer un ‘entierro político’ a Rajoy como se merece. Tiempo para colgarse la medalla de los datos del paro (los mejores de los últimos diez años). Para recordar que la herencia que recibe Pedro Sánchez, Presupuestos incluidos, es mucho mejor que la que se encontró Rajoy cuando Zapatero le pasó el testigo. Para tener a gala que, a pesar de su inacción política en sus primeros años con el conflicto creado en Cataluña, fue capaz de garantizar la normalidad institucional implicando a PSOE y Ciudadanos. «Se va después de ganar», decía ayer Núñez Feijóo. Les habría gustado también insistir en que la Justicia, cuando más diligentemente ha funcionado contra la corrupción, ha sido durante el Gobierno de Rajoy. Hasta con el fin de ETA. Que se ha efectuado sin concesiones. Aznar acercó presos. Él ni eso. Pero no hay tiempo para los reconocimientos. Solo podrán justificar su oposición a sus propios Presupuestos en el Senado. Para escenificar su enojo con el PNV y poner al Ejecutivo de Sánchez en la contradicción de no aceptar enmiendas que serían más beneficiosas en comunidades donde gobiernan ellos.

El tiempo de Rajoy ha pasado. Y el primero que lo ha asumido es él mismo. Dejando a los suyos sin otra capacidad de reacción que las loas a su gestión. Se quiere retirar tan bien de la escena que piensa prescindir, por fin, del ‘dedazo’ para nombrar sucesor. O sucesora. No va a tutelar la renovación. Pero estará ahí para garantizar que la batalla interna no vaya a provocar heridas irreparables. Pensar en nombres próximos como Soraya Sáenz de Santamaría, Dolores de Cospedal o Íñigo de la Serna, precisamente por estar asimilados a su equipo, transmite una imagen de continuidad que no le interesa ofrecer al PP, que tiene que resurgir de sus cenizas. Núñez Feijóo, hoy por hoy, es el mejor visto por la militancia. Ha sido el eterno candidato de la opinión pública cuando no se planteaba siquiera la posibilidad de sustituir a Rajoy. Ahora su nombre ha recuperado fuerza. Un dirigente que ha ganado las elecciones y con la veteranía y modernidad lo suficientemente asentadas como para poder medirse con el principal adversario electoral del PP: Albert Rivera.

El PP vasco se reúne hoy para decidir la actuación de los próximos meses. Alfonso Alonso escenificará un distanciamiento del PNV. Pero como Urkullu tiene los Presupuestos aprobados hasta fin de año, no habrá consecuencias de calado, de momento. Los más críticos con su líder por su parsimonia a la hora de tomar decisiones ayer se vieron sobrepasados. Rajoy, con el ritmo exprés a su sucesión, no deja margen para las conspiraciones. Ni siquiera para que Aznar pueda interferir. Aunque quiera.