Un eslabón independiente para investigar el ‘Rusiagate’

EL MUNDO  19/05/17

Designado por el Departamento de Justicia para supervisar la investigación del FBI sobre la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016 y su relación con el equipo de Donald Trump, el sexto director de la Agencia, Robert Mueller III (Nueva York, 1944), es de todo menos novato a la hora de indagar y plantar cara a los presidentes de Estados Unidos.

La experiencia se la dan 12 años al frente del FBI –el mandato más largo después de J. Edgar Hoover– a la que sumar sus años como fiscal general en Boston y San Francisco, su labor como abogado en el sector privado y su paso por el Departamento de Justicia.

Durante el anuncio de su nombramiento para comandar la investigación sobre el Rusiagate, el fiscal general adjunto, Rod Rosenstein, se refirió a Mueller como «una persona que ejerce un grado normal de independencia de la cadena de mando». También mencionó las circunstancias «únicas» que rodean su decisión de nombrar un fiscal especial para este caso. El objetivo, subrayó, es que el pueblo estadounidense «tenga plena confianza en el resultado de la investigación». El fiscal general, Jeff Sessions, se tuvo que recusar del caso por sus vínculos con Putin.

Nominado por George W. Bush en 2001 para tomar las riendas del FBI, Mueller se puso al frente de la organización una semana antes del fatídico atentado del 11-S. Con ese escenario, se enfrentó a las investigaciones sobre los errores cometidos para prevenir lo ocurrido. Ahí nació buena parte de la transformación y actualización a la que enfocó sus esfuerzos en la Oficina.

Cuando en 2011 estaba a punto de expirar su mandado –de 10 años, según establece la legislación–, el presidente Barack Obama le prolongó el cargo dos años más. Previa petición y aprobación del Congreso, Mueller continuó al frente de la Agencia.

Por sus manos pasaron casos como el de los atentados del maratón de Boston en abril de 2013. En esta investigación también salieron a luz fallos de comunicación entre la Agencia y las fuerzas del orden al investigar las huellas dactilares de uno de los hermanos Tsarnaev, responsables de la bomba que estalló en la línea de meta. Una de las máximas preocupaciones de Mueller entonces era «evitar el próximo atentado terrorista», como dijo en un discurso en la Universidad de Virginia, donde décadas atrás se graduó en Derecho.

En 2013 dio el relevo a su sucesor en el FBI: James Comey. Casualmente, una pieza clave de la investigación que le ha sido encomendada a Mueller por el número dos del Departamento de Justicia. Comey fue despedido por el presidente hace una semana. The Washington Post publicó después que Trump le había pedido que cerrase la investigación contra el asesor de seguridad, Michael Flynn.

Los dos ex directores del FBI tienen en común haber dicho «no» al presidente Bush cuando en marzo de 2004 intentó que autorizaran el programa de espionaje masivo que la Administración estadounidense quería implementar. A sus 72 años, este jurista cuenta con amplio reconocimiento y respeto entre sus colegas –demócratas y republicanos al unísono– ganados en las últimas cuatro décadas. Quienes le conocen aseguran que la integridad y el trabajo meticuloso le preceden; sigue cada pista y entrevista a tantos testigos como sea necesario.

Criado en Philadelphia (Pennsylvania), Mueller fue compañero de pupitre del ex secretario de Estado John Kerry en el colegio St. Paul. El ex director del FBI se granjeó la fama de mejor atleta como capitán del equipo de hockey. En 1967 obtuvo su maestría en Relaciones Internacionales por la Universidad de Nueva York antes de cursar la carrera de Derecho en Virginia.

Tras un breve periodo en el sector privado, Mueller optó por trabajar como fiscal en California y después en Massachusetts. Tras esta aventura que duró 12 años, fue nominado como adjunto al fiscal general de EEUU en 1989. Aunque hubo algún escarceo más con la práctica de la abogacía privada, este hombre de leyes siguió el camino de servidor público desde 1995 hasta que abandonó el FBI. Mueller ha dimitido de sus cargos en el despacho de abogados del que era socio desde 2014 para evitar conflicto de interés en su nueva posición, en la que tendrá, como explicó, «todos los recursos apropiados para llevar a cabo una investigación rigurosa y completa».

¿QUÉ ES y para qué sirve UN FISCAL ESPECIAL?

Es un poco surrealista: el presidente despide al director del FBI por investigarle, y la bronca que se arma es tal que el ‘número dos’ del Departamento de Justicia tiene que nombrar fiscal especial a un ex director del FBI (otro, no el que acaba de ser cesado) para que investigue por qué el presidente despidió al director del FBI que le investigaba. A todo esto, el ‘número uno’ del Departamento de Justicia no puede nombrar a nadie, porque es posible, y hasta probable, que a él también le esté investigando el FBI en el mismo caso. Y, sólo por fastidiar, recuerde que el Departamento de Justicia de EEUU no está dirigido por un secretario y un vicesecretario, sino por el fiscal y el vicefiscal general. Que, encima, no son fiscales. Para que luego digan que los americanos no tienen sentido del humor.

Aclarada la situación (y, si no está aclarada, da exactamente igual porque en unas horas el escándalo se habrá liado todavía más), queda una pregunta: ¿qué es y para qué sirve un fiscal especial?

Lo primero: un fiscal especial de 2017 no es como un fiscal especial de 1994 (Kenneth Starr, que intentó forzar la dimisión de Bill Clinton con el ‘caso Lewinsky’), ni de 1973 (Archibald Cox, al que Richard Nixon cesó en un intento desesperado – y fútil – de frenar el ‘Watergate’, que acabaría obligándole a dimitir).

La clave es que el fiscal especial de 2017 tiene muchos menos poderes y está, además, controlado por el fiscal general (en este caso, el vicefiscal). Así pues, es difícil que Robert Mueller haga como Starr, que empezó en 1994 investigando un posible caso de corrupción inmobiliaria de Bill Clinton en Arkansas (el ‘Whitewater’) y no paró hasta que Mónica Lewinsky le llevó un vestido con espermatozoides presidenciales. El nuevo fiscal va a estar mucho más controlado por Rod Rosenstein, el vicefiscal general que le ha nombrado.

La reducción de las prerrogativas del fiscal especial está codificada en una ley de 1999 que contó con el apoyo de demócratas y republicanos que consideraban que era necesario controlar los instintos investigadores de estos altos cargos después de las hazañas de Starr. En ella se especifica que este cargo sólo se nombrará cuando haya un conflicto de intereses dentro del Departamento de Justicia o actúe en favor del interés general. Su nombramiento depende del fiscal general (en este caso, del vicefiscal), lo que es un cambio con respecto a la regulación anterior, en la que el responsable del Departamento de Justicia presentaba el candidato a un tribunal formado por tres jueces para que éstos lo ratificaran. / PABLO PARDO