EDITORES-Eduardo Uriarte Romero

Estaba escrito que Pedro Sánchez iba a padecer su Waterloo en el apoyo que buscó en el secesionismo catalán. Era una cuestión más que evidente. Lo sorprendente es que renunciara a contemplarlo, a considerar que si en la moción de censura a Rajoy había recibido el apoyo nacionalista era porque así él mismo, el presidente del Gobierno de España, se convertía en instrumento, pues era su rehén, del separatismo catalán. Es más, su mero nombramiento como presidente y su empecinamiento en no convocar elecciones animaban a los secesionistas a proseguir con su radical tarea de ruptura porque difícilmente en un futuro iban a encontrar condiciones más favorables para un procés, que, como toda aventura revolucionaria, no tiene vuelta atrás.

Finalmente, por presión de propios y extraños, ha tenido que romper las negociaciones establecidas con los secesionistas lo que ha supuesto el rechazo de éstos a unos presupuestos generales que en condiciones normales hubieran considerado privilegiados. Sánchez ha tenido que acortar su legislatura y convocar elecciones lo que constituye un rotundo fracaso. Fracaso, porque tiene que acortar su legislatura, pero, sobre todo, porque lo ratifica el que sus barones no quieran ir con él en una misma fecha a elecciones generales y autonómicas, debido a que su política catalana les quitaría votos. Fracaso porque ha conseguido unir a todo el arcoíris de la derecha desde liberales a radicales, dejando un problema de naturaleza estratégica en el futuro político: la creación de dos bloques. Fracaso porque ninguna de sus medidas, la mayor parte provocadoras, incluida la exhumación de Franco -cuyo efecto ha sido animar el crecimiento de Vox-, están sin llevar a cabo.

Un fracaso absoluto, pero él no lo ve así, como gran parte de la sociedad que le va a seguir ofreciendo su voto debido a que la visión general de la política en estos últimos años se ha distorsionado radicalmente a manos especialmente de la acción ideológica de la izquierda y la inaguantable pasividad de la derecha bajo el mandato de Rajoy. De hecho, Sánchez repite como candidato, de hecho, se mantiene como secretario general sin atisbo de movimiento interno que reclame su sustitución, y eso es, porque tras ganar unas primarias frente al comité federal que le defenestró, el apoyo plebiscitario interno de “las primarias” le otorga un mando de naturaleza cesarista. Posiblemente, también, porque la base militante que aún sigue en el partido esté como él de acuerdo en todo lo que ha realizado, su acercamiento a las formaciones antisistema y a los separatistas y el enfrentamiento con el resto, la derecha, que califican fascista rememorando emociones fratricidas. Su legado, iniciado por Zapatero, es un partido izquierdista y no socialdemócrata.

Sánchez sigue creyendo en la negociación para acercar a los secesionistas a España, lo ha dicho en su primer mitin en Andalucía donde tal política le ha hecho perder a su partido el Gobierno de dicha comunidad. Empecinamiento que resulta difícil de entender. Muy posiblemente Joseba Arregi (“Infantilismo, Arcaísmo, Sueño de Omnipotencia”, El Mundo, 14,02,2019) nos oriente ante este tipo de conducta cuando indica que es debido al actual infantilismo social resultado de la revolución en la información. Infantilismo, que, como tal, considera posible cualquier meta y comportamiento por disparatado que fuere.

Los que usábamos la cita leninista de “el izquierdismo enfermedad infantil del comunismo” debemos alterarla en sentido contrario: es el infantilismo social, producto en gran medida de la inmediatez en la comunicación, el promotor de izquierdismos y populismos, y, además, de la ensoñación, infantil donde las haya, de que todo deseo es alcanzable, como devolver a los secesionistas mediante el diálogo al marco democrático.

Es necesario, pues, temerse lo peor, que Sánchez y su partido estén convencidos en la posibilidad de llegar a un acuerdo con éstos, cuando la razón de ser de todo secesionismo es que no haya acuerdo. Por eso son secesionistas. Además, sería útil avisar que no siempre la política -ni mucho menos eso que la izquierda y los nacionalismos llaman diálogo- es capaz de resolverlo todo. En ese caso sobrarían cárceles, policías y ejércitos. Y en el espíritu buenista del diálogo, cual bálsamo de Fierabrás para todas las contradicciones, reside la más peligrosa cualidad del infantilismo: la ingenuidad.

 Sánchez, el partido socialista, padecen todas esas maldades. El problema es que gran parte de la sociedad también, la dispuesta a seguir dándole su apoyo a pesar de las aberraciones políticas cometidas a los ojos ajenos a este infantilismo. Tras las elecciones volverán a negociar con los secesionistas. ¿“Qué mal Hay en ello”?, frase de otro iluso como Ibarretxe, y que expresa de manera clara la naturaleza caprichosa e infantil de la osadía de romper y enfrentar a toda una comunidad humana. Sánchez volverá a acordar con los nacionalistas, aunque su lealtad brille por su ausencia. El PNV le dejó tirado a Rajoy a pesar del suculento bocado que éste les entregó en los Presupuestos -y que ahora ha perdido-, y los secesionistas catalanes han hecho lo mismo con Sánchez, porque ellos van solamente a lo suyo. Y lo volverán a hacer si el PSOE forma Gobierno tras las elecciones.

Nos encontramos ante unas elecciones con un panorama político muy deteriorado. A la crisis catalana se suma la crisis a nivel de toda España provocada por la política de Sánchez en los meses de su Gobierno. A Sánchez -y a todos- le hubiera ido mejor convocarlas tras la moción de censura, pero le venció la tentación de erosionar a sus adversarios mediante una estrategia de acercamiento a los nacionalismos periféricos, con la ilusa pretensión de arreglar mediante su fracasada desinflamación el problema, y provocando a sus adversarios. Su efecto ha sido deteriorar a Podemos, su aliado, y el nacimiento de Vox. El gran demiurgo que ha promovido la derecha nacionalista española ha sido Sánchez, ni el PP ni C’s, a los que acusa de haberlo favorecido, estaban interesados en ello. El infantilismo es servil usuario de la mentira.

El panorama de bloques no le gusta a C’s, se le nota demasiado su incomodidad a la hora de ponerse en un bando, pero las condiciones políticas no las ha elegido él, vienen puestas por Sánchez, por su obsesión con el Caudillo, la Memoria Histórica, su dialéctica frentista en todos los sectores sociales, desde el feminismo al ecologismo, pasando por el animalismo, hasta enfrentando el problema catalán al resto de los constitucionalistas. Todo el que no esté de acuerdo con su dialéctica frentista será un facha, y eso a C’s le amedranta. Se le nota a este partido su dificultad de moverse en la dialéctica radical provocada por el socialismo, lo que no estaría en las previsiones de un partido surgido de la rebelión cívica en Cataluña. Pero las cosas son así, no tiene más remedio que optar, porque Sánchez, a pesar de que a cualquier militante de movimiento cívico le repugne, ha dejado de ser parte de la solución y el progreso social para España para convertirse en su problema.

A Ciudadanos le ha costado demasiado dejar claro cual iba a ser su posicionamiento ante el socialismo de Sánchez, y estos titubeos y dilaciones le están convirtiendo en un partido subalterno que en las citas electorales acaba perdiendo importancia tras las expectativas alcanzadas. En el terreno de lo concreto y del juego electoral sucio también Ciudadanos padece cierto infantilismo. Afortunadamente, ya era hora, se está preocupando por atraer personas del desaparecido UPyD, como Maite Pagazaurtundua, de singular valía ante lo que fue el movimiento cívico en Euskadi y asociaciones de víctimas del terrorismo. Importante acicate de simbólica defensa de la libertad y la Constitución. Defensa de la Constitución que es incompatible hoy en día con el partido de Sánchez, porque éste es el único garante de que el proceso independentista catalán pueda tener éxito.