MARISA CRUZ-EL MUNDO

Cargar contra los socios, pedir a la derecha que allane un proyecto de izquierdas y evitar negociar conducen directamente al 10-N

Habló Pedro Sánchez ayer por fin sin intermediarios, y de su discurso sólo se concluye una enorme contradicción, un relato perfecto para dinamitar justo lo que asegura perseguir en sintonía, dice, con los deseos de los españoles y del propio Rey.

Pretende Sánchez un pacto para formar Gobierno al tiempo que zurra sin contemplaciones a sus socios necesarios; aspira a un acuerdo progresista y de inmediato reconoce su desconfianza hacia el principal partido que se lo puede facilitar; asegura ser el elegido para implementar una política de izquierdas pero pide a la derecha que se lo ponga en bandeja; afirma coincidir al cien por cien con el jefe del Estado en su deseo de evitar nuevas elecciones y todo en su estrategia parece enfocado hacia una próxima contienda electoral.

El famoso «relato» es, en realidad, un caos, un sofisma que, como tal, induce al error. La única línea argumental evidente gira en torno al lanzamiento de trastos contra la cabeza del contrario al mismo tiempo que se le pide ayuda. Y así, convendrá el lector, resulta imposible construir nada. Ni a derecha ni a izquierda. No se puede pretender hacer amigos repartiendo estopa.

Por aclarar, convendría que el presidente en funciones definiera lo que entiende por Gobierno «progresista». Si se trata, como parece lógico, de un Ejecutivo con programa de izquierdas, sus opciones para conformarlo se restringen a pactar con Unidas Podemos, Compromís, ERC y Bildu. Por más vueltas que se le dé resulta difícil encasillar en la izquierda al PNV, JxCAT o Coalición Canaria. Sobra hablar del PP, Ciudadanos o Vox.

Es más, de esta hipotética alianza, es el propio aspirante el que se encarga, por más sorprendente que resulte, de suprimir sumandos sin contemplaciones hasta reducir su valor a prácticamente cero.

Tacha a las fuerzas secesionistas –«el propósito es crear un Gobierno progresista que no dependa del independentismo»– y, después, pone la cruz sobre la formación de Pablo Iglesias –«desconfío de Unidas Podemos; la desconfianza es recíproca»–.

No cabe duda de que con estas premisas –desdeñar los votos de ERC que van de la mano de los de Bildu y cargar abiertamente contra Unidas Podemos–, las posibilidades de pacto para la investidura y de apoyo para la gobernabilidad, flojean mucho.

La consecuencia, de momento, es bien lógica: lo que hay son 123 apoyos socialistas más uno del regionalismo cántabro (PRC) y la posibilidad, aún muy inconcreta, de añadir seis votos de los nacionalistas vascos (PNV) y otro de los valencianos (Compromís). Fin de la cuenta.

Tampoco cuadra en la estrategia que ha desplegado el aspirante la petición al flanco derecho –PP y Ciudadanos– para que sea el que le allane el camino a la Moncloa. El argumento de la abstención por responsabilidad en boca precisamente de Pedro Sánchez, que llegó a dejar su escaño para no tener que tragarse la bilis en la investidura de Rajoy, como mínimo, resulta chocante en las sedes de Génova y Alcalá.

Máxime cuando el objetivo, abiertamente declarado, es permitirle gobernar apoyándose en fuerzas que lo que pretenden es –incluso con buenos motivos– dinamitar las reformas que puso en marcha el Gobierno popular. Con esta intención, es fácil de entender que en el Partido Popular ni siquieran den señales de acuse de recibo. Pedir a Pablo Casado que preste la bala para disparar contra lo que construyó Mariano Rajoy, por mucho que el nuevo PP intente distanciarse de su pasado cercano, no resulta muy lógico.

Y es que, pese al empeño de Ferraz y de Moncloa, cuando de lo que se trata es de votar una investidura, las abstenciones no son neutras. Pueden jugar en el bando del sí o en el bando del no y está claro que, en esta ocasión, la abstención que Pedro Sánchez reclama a los partidos del centro derecha tendría el mismo valor que un apoyo explícito a su persona porque implicaría anular prácticamente entera la columna de votos en su contra.

Nada pues en los movimientos que el líder socialista y presidente en funciones está llevando a cabo desde que el pasado 25 de junio fracasara en su intento de investidura, induce a pensar en un plan sincero encaminado a conseguir este propósito en una segunda oportunidad. Más bien todo lo contrario.

Sánchez aseguró ayer, tras mantener un despacho con Felipe VI en Marivent, que él mismo calificó como «audiencia habitual», estar completamente de acuerdo con el deseo del jefe del Estado de intentar evitar una repetición de las elecciones.

Eso sólo implica negociar, negociar y negociar con quienes tienen la capacidad de aportar votos al pacto. Es decir, con los partidos con representación parlamentaria. Todo lo demás es, a mes y medio de que suene el despertador constitucional y se disuelvan las Cámaras, puro entretenimiento.

De momento, que se sepa, Pedro Sánchez sólo tiene en agenda a partir del día 19, mantener un encuentro en Bilbao con los representantes del PNV. No hay noticia de cita prevista con Unidas Podemos, el socio preferente e imprescindible en el que ya no se confía y ante el que el candidato cava a diario una brecha cada vez mayor. Todas las pistas apuntan ya al 10 de noviembre.