Un suicidio colectivo

EL MUNDO 15/05/17
SANTIAGO GONZÁLEZ

EL DEBATE que hoy va a enfrentar a los tres candidatos es lo que Sergio Leone llamaba il triello en la secuencia final de sus películas. La diferencia es que en el spaghetti western sobrevivían dos y aquí solo puede quedar uno, y de momento, ya veremos por cuánto tiempo.

Hay en el PSOE de esta hora una notable pulsión suicida, que no es siempre una inclinación individual. Los socialistas beben en el ejemplo de la secta fundada por Jim Jones, el Templo del Pueblo, cuyos 909 integrantes se suicidaron en Guyana en 1978. Pasar del Templo del Pueblo a la Casa del Pueblo sólo requiere un poco de imaginación y una pizca de laicismo.

Rabelais lo llevó al animalismo. Gargantua discute con un comerciante que tenía un rebaño de carneros. Para vengarse, le compra uno y lo tira al mar, lo que lleva a sus congéneres a tirarse por la borda tras el náufrago. Quizá esto del PSOE esté más inspirado en el Escuadrón suicida del Frente del Pueblo Judaico de La vida de Brian. En realidad, sólo cuentan dos. Patxi López acudirá con mucho pundonor, pero le pasa lo mismo que a Eli Wallach en Sad Hill: le han descargado el revólver. Es algo sorprendente que Zapatero, al igual que sus antecesores en Ferraz, esté con Susana, cuando ZP tiene en Pedro el más acabado admirador y continuador de su obra.

Sánchez ha perfeccionado las dos peores herencias de Rodríguez: el vicio de mirar al adversario como enemigo y el relativismo en el uso del lenguaje. La memoria histórica y aquella impresionante declaración de principios: «las palabras han de estar al servicio de la política; no la política al servicio de las palabras».

Y en ello está, dando a sus palabras cada vez el sentido que conviene a sus necesidades de presente. Dos perlas: Pedro ha dicho este fin de semana que quiere dejar atrás el PSOE de los notables y abrir la puerta al PSOE de la militancia. Sin solución de continuidad añade que él defiende al PSOE de siempre. Pero gañán, el PSOE de siempre es el de los notables. El PSOE de siempre aún lamenta aquellas primarias entre Joaquín Almunia y Pepe Borrell, que le obligaron a apuntillar al candidato ganador. Quizá en ese episodio esté la explicación del agravio que ha llevado a Pepe al bando de Pedro: su rencor a los notables.

Pedro se agarra más a sus palabras que a los hechos. Y la socialdemocracia que él aspira a representar tiene como herencia un rosario de fracasos europeos: el Pasok en Grecia, lo del PS en Holanda, lo de Corbyn y lo del pobre Hamon, dos izquierdistas como él, en Reino Unido y Francia. Curiosamente, el SPD, que practica esa Grosskoalition que Pedro no llega a concebir, lleva sus derrotas con algo más de discreción. Y eso no es todo. Es que él tuvo una ocasión de oro cuando Rajoy perdió 63 escaños en una legislatura. Pedro no sólo no ganó ninguno, sino que perdió 20 diputados sobre el mínimo histórico de su partido. Y no dimitió y perdió otros cinco. Y se postula para las primarias. Si Pedro aspirase a presidir una empresa, ¿se imaginan que el consejo general de accionista le daría una oportunidad con esas cifras?

Los notables del PSOE tal vez piensen que se han precipitado al copiar las primarias de la designación de los candidatos en las presidenciales de EEUU. Allí tienen debates encarnizados, pero el derrotado se pone a las órdenes del vencedor. Recuerden las de Obama y Clinton en 2008, y luego él la nombró secretaria de Estado. De las nuestras los socialistas saldrán rotos y enemistados. No somos americanos. Lo decía un cineasta vasco cargado de razón: «Para hacer cine americano hay que ser americano. O parecerlo, que es todavía más difícil».