HERMANN TERTSCH-El País

La ministra alemana tiene interiorizado el argumentario del golpismo español

EL Gobierno alemán hizo ayer su primer intento de aplacar la indignación que han generado en España las declaraciones de su ministra de Justicia, Katerina Barley, sobre la rocambolesca sentencia del tribunal de la Audiencia Territorial de Schleswig-Holstein que denegaba la entrega a España de Puigdemont por rebelión. El portavoz de Merkel, Steffen Seibert, dijo que la posición de su Gobierno es la de siempre. Que considera el conflicto de Cataluña «un asunto interno que debe ser resuelto por los actores políticos españoles, al amparo de la Constitución española y de acuerdo a la legislación vigente en ese país». Perfecto. Es lo que pensamos nosotros. Nadie le está echando la culpa al Gobierno alemán de una decisión de un tribunal que se ha excedido groseramente de sus atribuciones porque su única obligación es garantizar que Alemania y España, miembros de la misma comunidad de Derecho, se apoyan mutuamente en la persecución de los delitos dentro de la Unión Europea. El auto del tribunal de Schleswig Holstein es por ello una pura impertinencia en todos los sentidos. Porque no viene al caso. Y porque es una ofensa. Los jueces habrán de resolverlo.

El problema del Gobierno alemán es otro. Está en que, por mucho que su portavoz diga que la ministra Barley ha hablado ya con su colega Rafael Catalá para «solventar el malentendido», resulta que no hay malentendido. Porque se ha entendido todo. Su ministra no niega haber dicho lo que ha dicho y que sabemos porque el periodista del diario

Süddeutsche Zeitung no respetó la confidencialidad que, según dice ahora la ministra, habían acordado. Pero ella no niega haberlo dicho ni niega pensarlo. Nada de malentendido. Y lo que piensa y dijo es que España tiene que negociar con los golpistas y ella es partidaria de poner todas las dificultades al Gobierno de España y todas las facilidades a los separatistas para forzar esa negociación. Entre el defensor de la ley y el criminal, se entiende. Presumía de haber estado al tanto del proceso de toma de la decisión judicial y dejaba ver que es partidaria de entorpecer hasta la causa de entrega de Puigdemont por malversación. Además de no considerar a España un país plenamente libre.

Retórica izquierdista barata de la ministra, otra radical en un SPD escorado hacia la izquierda porque Angela Merkel, con sus democristianos hechos socialdemócratas, no le deja otro espacio. Además está el declive de la calidad. También allí es dramático. Ministros de Justicia del SPD fueron Gustav Heinemann o Hans Jochen Vogel. En ese cargo que ocupa ahora esa patética bibianaaido renana con máster en leyes. Pero a Merkel lo único que le importaba era salvar la cabeza y no estaba para ponerse exquisita en la elección de ministros.

La ministra no se ha disculpado ni parece tener intención de hacerlo ante los españoles. Y el Gobierno de Merkel piensa que el asunto está saldado. Se equivoca. La gravísima ofensa de su ministra a España sigue en pie. Porque todos los españoles sabemos hoy que en el gabinete de Merkel hay una ministra federal de Justicia que simpatiza abiertamente y actúa en la sombra a favor de una banda golpista que quiere destruir España. En su Consejo de Ministros hay al menos un miembro con el discurso del separatismo y la ultraizquierda española de que la democracia española solo se redimirá del franquismo aceptando la destrucción del Estado y de la Nación Española que dichas fuerzas exigen. Así las cosas y si la ministra Barley sigue y no se disculpa, los españoles tenemos muchas razones para considerar rota la confianza en quien siempre ha sido un aliado y amigo. Porque Katerina Barley ha demostrado ser una enemiga de España.