CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO-EL MUNDO 

 

El lehendakari Urkullu tuvo que decir el sábado que la unidad didáctica del Gobierno vasco sobre la historia de ETA –Herenegun!– está «abierta a aportaciones». Es cierto que lo dijo en Facebook y que añadió que esas aportaciones deben hacerse «con una actitud constructiva, para dejar atrás los tiempos negativos que nos abocaban a la tensión y (sic) rifi-rafe (sic)». Tensión y rifirrafe no están mal como eufemismos de tiros y bombas. Sobre todo porque los primeros denotan una responsabilidad compartida y los segundos fueron unilaterales. Pero, ciertamente, seamos constructivos. Y nada más constructivo que saber de dónde partimos.

Voy a resumir los cinco vídeos de la unidad didáctica. Están dirigidos a alumnos de 15 a 18 años, fueron encargados en su día para EiTB y evocan los programas más celebrados de TV3 y La Sexta: factura de calidad estética máxima para contenidos de calidad ética nula. Pero antes quiero decir algo sobre el espíritu –en este caso la letra– que los anima. Los cuadernillos que los acompañan son interesantísimos. Sobre todo los dos primeros: la introducción y el texto base para profesores. Ahí anida la infección ideológica. Vamos a desbrozar tres párrafos. Para didáctica, yo.

El primero asoma bajo un epígrafe titulado, qué ironía, Punto de partida ético:

«El análisis del pasado reciente es lo más difícil porque en ese tiempo conviven distintas memorias, chocan los diagnósticos sobre las responsabilidades de la culpa, dolor y sufrimiento padecidos y hay diferentes lecturas sobre sus causas y génesis. La percepción subjetiva de la historia vivida es plural y está presente. Su gestión es siempre poliédrica y conflictiva».

Arranquemos la costra posmo. Lo que dicen los pedagogos del Gobierno vasco es algo tan abrasivo como que la mirada viva mata la verdad. Exactamente, que la verdad no existe. Es la doctrina Kellyanne Conway, o directamente Trump, aplicada al drama vasco: no hay verdad, sólo versiones. Alternativas, solapadas, contrapuestas. Conflictivas, sí. Como el propio conflicto vasco, sórdida bruma de culpas compartidas.

El segundo párrafo escarba en la misma fosa inmoral y acientífica, con un añadido:

«Para poder construir un repaso histórico lo más plural y cercano posible a la realidad, estos cinco documentales se han realizado bajo la supervisión de varios expertos con sensibilidades y miradas plurales, buscando encontrar los puntos en común entre ellos».

La verdad como fruto del consenso social o de lo que no es estrictamente disenso. ¡La verdad popular! Voluble, cual pluma al viento. Y la certeza de que bastaría escoger otros «expertos» para que cambiara la verdad. Pero sobre todo el uso de la palabra «plural». Qué sutil. Y qué perverso. El pluralismo actúa como coartada de la posverdad vasca y sirve a un doble objetivo: el blanqueo de ETA y el blindaje del nacionalismo. Casi puedo oírles mascullar: «¿No es el pluralismo la esencia de la democracia, lo que lleváis reclamando, eh, constitucionalistas? Pues tomad pluralismo: asumid las razones y los sentimientos de los terroristas, sus familias y sus cómplices. Porque no hacerlo es dogmatismo, intolerancia, fascismo, España».

El otro concepto que los posmo-pedagogos del Gobierno vasco pervierten con plácida impunidad son los derechos humanos. Una y otra vez se invoca la Declaración Universal de los Derechos Humanos con un propósito no por viejo y evidente menos vil: la disolución del terrorismo de ETA en una sopa de violencias equiparables. Hasta el punto de que, en el texto base para profesores, la cifra de asesinados por «organizaciones ultras o parapoliciales» aparece citada antes que la cifra de asesinados por ETA. Este desorden de prioridades.

Estamos en lo de siempre: la memoria, histórica o de anteayer –herenegun– al servicio de la política. Lo que se promueve no es el conocimiento de los hechos, sino un relato autojustificativo que sirva a las necesidades de sus autores y del presente. Si hasta lo reconocen. Como en los periódicos, la verdad asoma en el último párrafo del último folio del cuaderno madre, mi tercer ejemplo:

«Objetivos de la unidad didáctica: […] Construir una imagen plural e integradora de las sociedades vasca y española actuales, apreciando su heterogeneidad interna, a fin de adquirir una visión global de la evolución histórica de las mismas».

Construir una imagen plural… Es la ingeniería social aplicada a la historia del terrorismo. El Gobierno vasco considera que la verdad es inconveniente para la convivencia. Para la convivencia como la entienden todos los tribalistas: no entre ciudadanos de ideologías diferentes, sino entre nacionalistas de distinto voltaje.

Y ahora vamos a los vídeos, donde la posverdad vasca adquiere toda su fuerza corrosiva. Son cinco y están estructurados por décadas: desde el primer asesinato de ETA, en 1960, hasta la disolución de la banda en mayo de 2018. Por cierto, «por decisión unilateral», según los cuadernillos. Adiós, derrota.

El contenido de los vídeos es la suma de tres elementos:

1. El desprecio a las víctimas.

No es sólo la calculada omisión de las víctimas de la Policía, la Guardia Civil y el Ejército, que suman casi la mitad de los asesinados por ETA. No es sólo la obscena simetría: por siete víctimas de ETA hablan siete ex etarras. No es sólo el insólito olvido de Covite y la AVT, y el autohomenaje que se hace el ex concejal de HB y responsable directo de la unidad didáctica, Jonan Fernández, mediante la glorificación de ese chiringuito pro-cesiones a ETA que fue Elkarri. No es sólo el sinuoso guión, que hilvana asesinados con torturados, víctimas con verdugos: te cuento rápido lo de Goyo Ordóñez y, a fotograma seguido, entrevisto largamente a la ex etarra Carmen Gisasola. No es sólo el derroche sentimental reservado a las víctimas del franquismo: Inés Núñez evoca el asesinato de su padre por los grises, su agonía «lenta y dura», sus últimas palabras, las pesadillas posteriores… ¿Y qué tal vivieron lo suyo Rubén Múgica, Maite Araluce o Daniel Portero? Ni idea. Los vídeos no lo cuentan. No es sólo el impresionante comentario del actual líder de Sortu, Hasier Arraiz: «Teníamos que dormir con un ojo abierto por si venía la policía. En estas condiciones es realmente difícil hacer política». Ni les cuento con un tiro en la nuca. Ni siquiera es la respuesta –ética y políticamente invalidante– de la abogada Jone Goiricelaia a la pregunta de por qué Batasuna no condenó el asesinato del teniente coronel Blanco, en enero de 2000: «La Izquierda Abertzale lo que no ha hecho nunca es lo que el otro quiere que haga porque sí, porque le parezca mejor o peor al otro». Repito: «Porque sí, porque le parezca mejor o peor al otro». Además de todo esto, que ya es suficiente, está la selección de las víctimas. Tan impúdica, tan política.

Las únicas víctimas que interesan a los guionistas de Urkullu son las que se han reconciliado con ETA. Como Maixabel Lasa, que participó en los llamados «encuentros restaurativos» y que dice ante la cámara: «Yo salí levitando, súper a gusto». O como Carmen Torres, que le escribió una carta al ex jefe de ETA Txelis: «Yo sí te perdono». De fondo, la melodía va y viene, como la Sonata de Vinteuil: Estas víctimas sí han comprendido, éstas sí han perdonado, éstas sí contribuyen a la paz… No como las demás. Duras. Rencorosas. Intransigentes.

2. La justificación de ETA.

Yo soy de ETA porque Franco me hizo así. Éste es el segundo mensaje de los vídeos. Lo trasladan, por activa y por pasiva, el heroico Julen Madariaga, las amazonas del euskera, los mártires de Burgos, la beata Carmena, el facha Fraga y el despótico Carrero, voló, voló. ¿Pero por qué otros antifranquistas optaron por las vías políticas? Humm… Y, sobre todo, ¿por qué el 92,8% de los asesinatos de ETA corresponden a la etapa democrática? Recuerden esta cifra. Y lean el artículo de Ruiz Soroa, ayer en el Diario Vasco: «ETA nunca fue antifranquista, salvo en un sentido irrelevante: el de que, como Franco era el jefe del Estado español, luchaba contra él. Como luchó contra el que siguió a Franco, el Rey Juan Carlos. Y como hubiera luchado contra cualquier régimen político español, República incluida». Yo soy de ETA porque España me hizo así.

Pero los maestros de la manipulación son contumaces. Para justificar la continuidad –el brutal recrudecimiento– del terrorismo bajo la democracia van entreverando en el guión, sutilmente equiparados a las acciones de ETA, una serie de acontecimientos. Los crímenes del GAL son imputados al Estado, cuando fue el propio Estado el que los juzgó y condenó. La ilegalización de Batasuna y sus herederas; la persecución de la kale borroka; el cierre de las estructuras económicas y mediáticas de ETA… Actos legales de autodefensa de la democracia se narran como ataques a las libertades civiles, coletazos del franquismo. Y luego están los entrevistados, que también empujan: Pilar Manjón habla de paz mientras la voz en off acusa a Aznar de mentir sobre la autoría de ETA en el 11-M. Ibarretxe reivindica su plan de autodeterminación: «Subí a la tribuna del Congreso sin llevar ningún tipo de armas». Faltaba más, Arafat. Y la juez Garbiñe Biurrun insiste en sus invectivas contra la Audiencia Nacional, por excepcional y represiva. Y entre testimonio y testimonio, una montaña de torturas: probadas, inventadas, qué más da. La imagen de una nalga destrozada, una cara deshecha y el testimonio de un forense: «Aquello era más que frecuente». De nuevo la voz en off: «Más de 5000 casos sólo en la década del 2000». El Gobierno vasco cuenta la historia de ETA como una espiral de acción-reacción, en la que al final es imposible saber quién fue peor.

3. La exculpación de la sociedad.

Los vídeos plasman las conclusiones del anexo 7 del texto base para profesores. Se titula Dónde estuvo la sociedad vasca y es una réplica al Informe Foronda, que por primera vez señaló al noble y bravo pueblo vasco por su connivencia con el terrorismo y cobardía. El anexo tiene frases antológicas. Explica la actitud de la sociedad vasca por «el miedo que sufrió bajo el régimen franquista y sus secuelas represivas». Como si el miedo justificara el asesinato y ETA no hubiera matado hasta el año 2010. Asegura que, en los años 70 y 80, «vivió abrumada, sumida en la ambigüedad de un fuego cruzado». Como si Gabriel Cisneros le hubiera devuelto el tiro a Otegi, y Bilbao fuera Belfast. Y, lo mejor, subraya que los vascos no encontraron «referencias ni liderazgos claros de respuesta». Como si para enfrentarse al terrorismo hiciera falta algo más que un mínimo de valor y decencia.

Pero seamos constructivos, démosle la vuelta: veamos en esta exculpación de la sociedad, en este empeño en tratar a los vascos como niños, una crítica implícita al que durante cuatro décadas ha sido su padre. Es cierto que el PNV tiene una inmensa responsabilidad como partido más votado en el País Vasco y primus inter pares del nacionalismo. No ejerció su poder contra ETA. Jamás dijo: «Os prohíbo que utilicéis mis ideas para matar». Es más, sacó tajada política y económica de la violencia, y combatió a los partidos que la sufrían. Puso la tribu por delante de la ciudadanía. Y sólo la ciudadanía valiente se plantó.

Al final del quinto y último vídeo aparece, por fin, Urkullu. La periodista lo tutea: «Lehendakari, ¿qué has aprendido?» Y él contesta con aire pastoral: «Tenemos que hacer autocrítica del silencio. […] Si nos callamos estamos de alguna manera, no justificando, pero sí no dejando que seamos una sociedad sana». Está bien que un lehendakari nacionalista reconozca que la vasca es una sociedad enferma. Ni Patxi López se atrevió a tanto. Ahora sólo falta que Urkullu retire su pseudopluralidad antididáctica y empiece a decir la verdad, que todo lo cura.