JORGE BUSTOS-El Mundo

TODOS los estudiosos del sanchismo sabemos que el sanchismo no es una categoría fija. Puesto que Sánchez es un significante vacío, un donut de ambición –la nada contorneada por el azúcar–, sus movimientos se acomodan a la mudanza de las circunstancias; lo único importante es que el maniquí se almacene cada noche en La Moncloa. En estos momentos, por ejemplo, el sanchismo es una mezcla de la abulia de Rajoy y el cinismo de Zapatero.

Del primero ha adoptado la renuncia al trabajoso deber de gobernar, que se ha puesto imposible desde que hay tanto partido pidiendo cosas, así que se conforma con durar en funciones y prorrogar el último presupuesto de Montoro, a quien tengo que preguntar qué se siente gobernando España después de muerto. De ZP hereda Sánchez el desprecio a la concordia del 78 camuflado de diálogo sonriente. Hace falta tener un estómago de hierro para sonreír como sonríe ZP tragando lo que traga ZP. El mismo que se reunió con Otegi en septiembre para recordar con nostalgia aquellas negociaciones de caserío; el mismo que aceptó incluir en ellas la baza de Navarra; el mismo que arruinó el país, después arruinó su credibilidad y ahora está terminando de arruinar Venezuela, todo sin dejar de sonreír. Uno escruta los ojos de Zapatero, esa glauca fijeza almohadillada de insomnio, y recuerda la sentencia en bronce de Pla: «Cuando das el poder a los virtuosos, todo el mundo se muere de hambre».

El debate está servido. ¿Será más nocivo para España el maestro o el discípulo? ¿Se puede legar un desastre mayor que el que dejó Zapatero? Tampoco en esto deberíamos subestimar a Sánchez. De momento el veto que su mentor Pepiño sí puso al pacto del PSN con nacionalistas y batasunos ya ha sido abolido. Pero no solo Chivite gobernará Navarra con el aval de Bildu; el propio Sánchez puede ser presidente con el sí de los que organizan el ongi etorri a cada serial killer con boina que sale del trullo. Tragarse ese plan y seguir dando lecciones de sensatez europeísta delata una repulsiva lepra moral.

Pero Zapatero no se rinde ante el empuje del alumno aventajado y hace lo que puede por mantenerse en la ATP de la infamia. Hay que reconocer que no ha perdido cualidades. En una sola entrevista exigió a Marchena «una sentencia que no comprometa el diálogo» y reclamó el indulto para Junqueras, a quien querría visitar en prisión como un san bernardo que portara el agua del talante en el barrilete. Le faltó aconsejar a Sánchez un uso todavía más desacomplejado del decretazo para completar la reunificación de los tres poderes siguiendo el modelo caraqueño.

Este es el sanchismo real, niños. No el que sus sastres por radio, prensa y tele disfrazan de franciscano. Ahora vas y lo invistes.