ABC-JON JUARISTI

O del cine para el pueblo en la España nuevamente invertebrada

CUANDO, el pasado febrero, el Goya de la Academia para el cine documental fue a parar a Muchos hijos, un mono y un castillo, la película de Gustavo Salmerón estrenada en 2017 y realizada a lo largo de los trece o catorce años anteriores, nadie se olía aún la llegada al gobierno de la charanga frentepopulista encabezada por Sánchez. Visto desde el presente momento histórico, el documental de Salmerón, parodia de sí mismo o, para decirlo de otro modo, lograda parodia de un documental paródico puesto en abismo, resulta un curioso presagio de lo que vendría tras la moción de censura del 1 de junio.

A lo largo del verano, todo en España se nos ha ido volviendo parodia de la República Española. Ni de la Primera ni de la Segunda, sino de la República a secas como alternativa a la Monarquía realmente existente. Como es sabido, la alegoría de la República Española ha sido, desde el siglo XIX, la figura de una matrona sedente coronada, como la Cibeles, por una muralla con torres y almenas, y flanqueada por un león. Julia Samerón, protagonista del documental de su hijo, ofrece una desternillante rechifla de dicha alegoría (y su propio apellido ayuda mucho a hacer verosímil la involuntaria y premonitoria retorsión del símbolo). Más que el de una matrona, su personaje parece el de una matriarca como la Úrsula de García Márquez o la Mamá por antonomasia que encarnó Rafaela Aparicio en la gran película de Saura. En vez de un fiero león ostenta a su lado un mono enloquecido y, a falta de la cívica diadema amurallada de Ceres, el fastuoso y hortera castillo de Perafita.

Hay otros muchos aspectos de la película que se prestarían a interpretaciones en clave de dolorosa actualidad, como la pérdida del castillo catalán a raíz de la ruina familiar, y el regreso del matrimonio García Salmerón a Madrid. Ahora bien, lo más increíble es el asunto de la vértebra extraviada, cuya demanda funciona en el caos argumental de la historia del ascenso y caída de la familia como el hilo de una improbable narración. La vértebra, según se va desvelando a medida que aquella avanza, es un resto de la abuela materna de Julia recogida piadosamente por su nieta al término de la guerra civil. La abuela, Julia Mombiedro, fue violada y asesinada, junto a una sobrina suya, por heroicos mocetones antifascistas que abandonaron sus cuerpos junto a un arroyo, en un bucólico rincón de la serranía de Cuenca sacado de una égloga de Garcilaso.

Pues bien, Julia Salmerón recibió en herencia una vértebra y otros huesecillos de su abuela cuando los restos de esta y de su sobrina, descarnados por las alimañas y resecados por el cierzo y el ábrego, fueron recuperados y repartidos por el abuelo, que retornó vincitore. Pero Julia olvida donde los puso, en medio de un desbarajuste de cajas, bolsas y paquetitos llenos de minucias familiares que almacena el castillo bajo el signo de Diógenes (y que constituye una magnífica y no pretendida metáfora de la Memoria Histórica). La familia emprende la obsesionante búsqueda de la vértebra, animados por la convicción de que mientras permanezca dentro de la vivienda atraerá la desgracia sobre sus moradores. Una historia que, como la paranoia de la izquierda con Franco y Cuelgamuros, pedía un Poe o un Tolkien, aunque tampoco la película de Gustavo Salmerón está del todo mal. La gente se ríe mucho. En especial con la cosa de la abuela asesinada, porque, en la España incivil del segundo frente popular, el personal encuentra muy divertidas las alusiones cómicas del cine progre a los civiles asesinados por ser de derechas en la guerra civil o a los guardias civiles sacrificados en aras de la ampliación de los privilegios vascos. Por ejemplo.