Viaje sin retorno

EL MUNDO 14/04/17
SANTIAGO GONZÁLEZ

Una aplicación de la ley de Murphy al proceso catalán es que todo lo que puede empeorar lo hará y si creían que Artur Mas había puesto bajo el listón, ahí está Puigdemont para excavar el hoyo. Sus dos viajes a EEUU en una semana han sido viajes sin retorno como todas las excursiones al ridículo, según una de las pocas definiciones incontestables de Juan Domingo Perón.

El problema de estos viajes es que requieren dosis crecientes de empeño y cuando Mas ya había realizado viajes de Estado para no ser recibido por nadie, Puigdemont ha hecho lo mismo, pero a un nivel más alto. La Universidad de Harvard, en miniconferencia, el Carter Center, donde acudió por una invitación que el centro le cursó por el premio Internacional Catalunya que la Generalidad le había concedido en 2010, cuando era presidente José Montilla, aquel catalán de Iznájar tan pundonoroso.

Recordarán, y si no para eso estamos, que el presidente delegado del premio fue el filósofo Xavier Rubert de Ventós, y con eso está dicho casi todo. Rubert de Ventós fue el iluminado letrista del Estatut que acertó a definir entre los méritos de la patria su sentido paisajístico: «Catalunya ha diseñado un paisaje». Partiendo de aquí, a nadie le puede extrañar que definiera a Carter, uno de los presidentes más mediocres de los Estados Unidos (y mira que había donde elegir) por una gestión de gobierno que algunos considerarán pusilánime, pero que tuvo «gran coraje y visión de futuro». Claro que en esto de las comparanzas siempre cabe el relativismo de San Agustín, mediocre sí, pero comparado con qué.

Total, que la Generalidad organizó un viaje a Atlanta unos días después de su periplo anterior, y fue a lo que se va a estos sitios, a por atún y a ver al duque, pasaba por aquí y me he dicho voy a ver al presidente Carter, que ha de recordar aquel premio que le dimos en 2010 y malo será que no intervenga para convencer al Gobierno español del derecho a decidir que nos asiste a los catalanes. Se llevó a una periodista amiga para dejar constancia del encuentro, pero no hubo foto, cosa milagrosa, porque a estos sitios se va con el mismo propósito que llevaba a Luis Miguel Dominguín a visitar el santuario de Ava Gardner, «no te jode, para contarlo».

Carter no lo recibió ni le dio esperanza alguna sobre la autodeterminación de Cataluña. Carter, mediocre, pero no tonto, desmintió al botarate de su invitado que hacía doblete. Lo había invitado para agradecer el premio que le habían dado en 2010.

Al mismo tiempo, la Embajada de EEUU en Madrid hizo saber en términos inequívocos que España era un fiel aliado y que el Gobierno norteamericano está comprometido con una España fuerte y unida. Es lo que hay. En su ofensiva diplomática, el autodenominado ministro de Exteriores, Raül Romeva, un entreverado de Puigdemont y Yul Brinner, viajó en 2016 a 78 países, una media de un país cada cuatro días. El nivel más alto de encuentros fue el ministro de Asuntos Sociales de Camboya, que debió de mostrarse muy interesado en su denuncia del alevoso pisotón de Pepe a Messi durante un clásico. Es el nivel.