Kepa Aulestia-El Correo

Sánchez no puede apartarse como si nada ante una colisión inevitable entre dos estados de opinión; España en general y la más particular Cataluña

El choque de trenes es siempre distinto a como lo imaginamos. Cinco años esperando a que el Estado constitucional y la mayoría independentista catalana se toparan bruscamente en algún punto, pero nadie había previsto el 1-O, y los propios secesionistas se intercambiaron las vías en el último momento -Junqueras pasó de extremista a moderado, y Puigdemont de titubeante a huido- después de que por inercia acabaran declarando la independencia unilateral. La aplicación del 155 dio lugar a un instante de impasse, cuando el independentismo gobernante hasta la víspera se ausentó durante muchas horas. Nadie hubiera imaginado que el choque de trenes afloraría a cuenta del «relator» año y medio después del último siniestro. Y que la colisión atraparía en medio al PSOE y al PSC. Al PSOE de Pedro Sánchez y al PSC de Miquel Iceta. Aunque en el último minuto la vicepresidenta, Carmen Calvo, tratara de zafar al Gobierno. Es de suponer que intentaba librar también al resto de los socialistas del pantano en el que les había metido. Queda en evidencia que la política en este país se mueve entre repentizaciones y tardanzas. Y cada uno de sus actores se desplaza sobre el escenario variando de ritmo con torpeza.

Toda negociación da lugar a una burbuja que envuelve a sus protagonistas hasta aislarles de las incidencias circundantes. Ello les procura una abstracción que a veces resulta útil en cuanto al logro de determinados fines. Pero por lo general distancia a los negociadores de la realidad. Lo que nunca es inocuo, porque propende a favorecer a uno u otro lado de la mesa. El mito del «relator» necesario forma parte del universo de la ‘polemología’, cuyos predictores instan a contar con intermediarios, facilitadores y notarios que aporten un clima de confianza mutua. Pero, en este caso, su propio requerimiento delata la existencia de un abismo que no puede puentearse añadiendo únicamente una figura personal. Máxime cuando esa figura resulta imposible de hallar. Entre otras razones, porque de contar con las virtudes que se le exigen nunca asumiría tan descabellada tarea.

Cada gobernante lleva consigo una dosis más o menos notable de adanismo cuando alcanza el poder. Quizá con la excepción del impasible Mariano Rajoy. También por eso no es casual que sus dos sucesores, Sánchez en la presidencia del Gobierno y Casado al frente del PP, se destaquen por una pretendida audacia. En el caso del líder socialista, su vocación de permanencia le ha llevado a pasar por alto la causa que imposibilita un diálogo fructífero con el independentismo. Este no es otro que el pulso existente entre nada menos que cuatro sectores o núcleos de influencia secesionistas: ERC, el PDeCAT, Puigdemont y la CUP. Ninguno de ellos se atreve a rebajar postulados y a aproximarse seriamente hacia interlocutores constitucionalistas. Ni siquiera las advertencias dirigidas por algunos de los independentistas presos, pidiendo que no se mezclara su suerte con la negociación presupuestaria, han hecho efecto como para relajar la sugestión que envuelve a los secesionistas militantes. En tales condiciones, ni es posible la negociación ni adquiere sentido alguno el diálogo. De manera que sus intentos se evidencian como mero ejercicio para engañarse a uno mismo tratando de engañar a la otra parte.

La hiperactividad de Casado resulta insoportable incluso para muchos de los suyos, porque pretende que cada una de sus frases se convierta en bandera. El empeño por salir al paso a Vox y, a la vez, procurar su sintonía le obliga a recargar tanto el improvisado programa que desgrana cada día que amenaza con vaciar hasta la cultura política del PP. Sugerir que la sostenibilidad del sistema de pensiones depende de la revisión legislativa en materia de aborto es un disparate tal, que a nadie debiera sorprenderle su asimilación de Torra con el proyecto de ETA; interpretación siempre más opinable. En medio de la contienda electoral que mantienen PP, Ciudadanos y Vox entre sí, y la que protagonizan los independentistas contra ellos mismos en vísperas del juicio por los sucesos de octubre de 2017 y al borde de una huelga general en Cataluña, Pedro Sánchez no tiene más remedio que apartarse ante un choque seguro entre dos estados de opinión. Claro que tampoco podrá hacerlo de verdad mientras no se atreva a convocar elecciones.