Víctimas de ETA y en cadena perpetua

AURELIO FERNÁNDEZ – EL MUNDO – 23/10/16

· Esta semana ETA ha vuelto a la palestra por uno de esos aniversarios redondos: se han cumplido cinco años desde que declarara el alto el fuego permanente. Por desgracia, su mala sombra es tan alargada como su lista de crímenes y el mismo día se cumplían 33 de la muerte del capitán de Farmacia Alberto Martín Barrios, asesinado de un tiro en la nuca por polimilis dos semanas después de haber sido secuestrado.

Prácticamente todos los días de nuestra existencia nos vamos a topar con la huella de un episodio de esta crónica negra. Las víctimas, la mayoría ciudadana que se aflige y se conmueve, cargarán para siempre con ese pesado lastre en su memoria, atados a una cadena perpetua que nunca cumplirán ni los más sanguinarios activistas de la organización.

Cuando el último recluso de ETA abandone la prisión acabará su sufrimiento. Esa es la ventaja de los verdugos. El entorno más cercano de las víctimas cumplirá la condena de la pérdida sin ninguna posibilidad de remisión ni la mínima esperanza del reencuentro. No hallarán, aunque se lo propongan, motivos para ser felices en ningún escenario, ni siquiera cuando todos los demás nos dispongamos a celebrar la superación definitiva de la violencia con la entrega de los últimos arsenales que ETA conserva.

El único consuelo al que pueden aspirar las víctimas es el del arrepentimiento de quienes acabaron con la vida de los suyos y de aquellos que les dieron cobertura política, sus cómplices, cuando no los autores intelectuales de los atentados. Cinco años después de que ETA anunciara que silenciaba sus armas, poco o nada han hecho desde sus filas para cumplir con la irrenunciable obligación que tienen los asesinos de arrepentirse, de pedir perdón, de avergonzarse por el daño irreparable causado. Mas al contrario, quienes deberían tomar la iniciativa para ganarse la generosidad de las víctimas se obcecan en su estrategia de siempre, aclamando a sus presos como libertadores de la patria vasca y combatiendo desde la demagogia más rancia al Estado opresor y a todos aquellos que no se resignen a aceptar su proyecto para Euskal Herria.

Los más retrógrados de la izquierda abertzale, los que sueñan con la vuelta al infierno de la violencia, se emplean a fondo para recuperar el clima de tensión y de miedo en los pueblos de la Euskadi profunda, en la que gobiernan e imponen su particular ley de la camorra (también vale con la primera letra en mayúscula), propiciando incidentes como los que culminaron en la agresión en Alsasua.

No parece que Arnaldo Otegi tenga la más mínima intención de condenar enérgicamente este tipo de incidentes, ni siquiera de llamar al orden o apaciguar a los nostálgicos de la kale borroka. Es un sarcasmo que diga ahora que no era consciente de que ETA hubiese causado tanto daño. ¿Pero en qué punto del sistema planetario ha vivido? En plan perdonavidas asegura también que él saluda en su pueblo, Elgoibar, «a la gente del PP». Este es todo su progreso. Hay quien puede pensar que no está mal, cuando hasta hace nada pocos se atrevían a mirarles a los ojos cuando paseaban por las mismas calles escoltados. Pero lo cierto es que esta concepción sobre sus antagonistas sigue viva en muy buena parte de la izquierda abertzale, como Otegi, a la cabeza durante largo tiempo de quienes se echaban a la calle al grito de «PP hiltzaile, PNV laguntzaile (PP asesino, PNV cómplice)».

Por mucho que se empeñe Pablo Iglesias en sostener lo contrario, el proyecto político que abandera Otegi ha evolucionado menos en los últimos 25 años que su corte de pelo. La vieja guardia que representa ha levantado expectativas de un cambio profundo en multitud de ocasiones, pero casi siempre los más inmovilistas han impuesto su rodillo. No es un hombre de paz quien sigue instalado en la táctica del enfrentamiento, quien no acepta que la reconciliación debe asentarse en una rotunda petición de perdón por los crímenes cometidos por la banda a la que dieron cobertura social y política.

Los españoles y particularmente los vascos nos hemos ganado la paz. Pero la paz definitiva sólo se podrá construir a partir del resarcimiento a las víctimas. Puede que algunos partidos constitucionalistas, particularmente el PP, necesiten flexibilizar algunas de sus posiciones respecto al problema vasco. Seguro que hay aún dirigentes demasiado condicionados por el pasado para avanzar en el debate político. Otros deben tomar su relevo si representan una traba real. Del otro lado, nos quedamos con la sensatez del nacionalismo práctico de Urkullu y la capacidad para el entendimiento de dirigentes como Uxue Barkos.

¿Y Otegi? Lo que está claro es que no está llamado a erigirse en el Gerry Adams de este proceso. Le falta la capacidad, la valentía, la generosidad y el carisma necesarios para liderar la renovación de una izquierda abertzale que, defendiendo legítimamente su ideario y su proyecto, sea capaz de reconocer el error histórico de la violencia y aprenda, de una vez por todas, que no es posible avanzar en una solución satisfactoria para todos sin compensar, como la mayoría espera, a los más damnificados por ETA y su régimen de terror.

AURELIO FERNÁNDEZ – EL MUNDO – 23/10/16