Vidas ejemplares

IGNACIO CAMACHO – ABC – 30/07/16

Ignacio Camacho
Ignacio Camacho

· El progresismo es un salvoconducto moral que otorga la confortable certeza de hallarse en el lado correcto de la vida.

Frente a los duros tiempos, no tan lejanos, en que ser de izquierdas podía costarle a un ciudadano la libertad o la vida, la militancia progresista se ha convertido en esta época en una especie de salvoconducto moral que otorga a sus portadores la confortable certeza de hallarse en el lado correcto de la existencia.

El don extraordinario de la infalibilidad predeterminada por la adscripción a una ideología. Algo así como ese viejo «decálogo del jefe» que aún cuelga en las paredes de algunas oficinas. Artículo primero: el progre siempre tiene razón. Artículo segundo: cuando el progre no tenga razón se aplicará el artículo primero.

Santificados por el halo indefectible de la posesión de la verdad, los dirigentes de Podemos se benefician además de una hegemonía en la opinión pública conquistada en las redes sociales y aceptada por gran parte de los medios de comunicación. Ellos deciden qué conducta es honesta y cuál no. Ellos poseen la espada flamígera de los arcángeles éticos que custodian el paraíso del pensamiento dominante.

Ellos reparten certificados de integridad. Ellos dictan las bienaventuranzas del bien público y del mal privado. Ellos sentencian la fatwa contra los infieles ideológicos y señalan a los enemigos del pueblo. Para eso son los redentores de «la gente», los mesías de la izquierda prístina, los profetas del nuevo orden.

Cualquier político de derechas que hubiese incurrido en alguno de los pequeños «errores» conocidos esta semana en el comportamiento de la cúpula populista –a saber: contratar en negro y sin Seguridad Social a un asistente, cobrar como falsos autónomos, escamotear ingresos a la Universidad o bromear con azotar a una atractiva presentadora– no tendría campo para correr hasta ponerse a salvo de la fulminante condena social. No habría un gramo de piedad en el linchamiento de la expeditiva justicia paralela. Titulares reiterados de primera plana, carnaza de tertulias y noticiarios. La expulsión de la vida pública del infractor sería objeto de clamor nacional y su propio partido lo repudiaría en un intento vano de exculparse. Ostracismo, humillación y lapidación sumarísima.

En Podemos, sin embargo, esta clase de episodios rebotan contra su intangible coraza de superioridad deontológica. Los implacables inquisidores de la casta se sienten exentos de todo reproche porque su propia condición salvífica los pone a salvo del escrutinio; nadie tiene derecho a juzgarles.

Y el «macho alfa» (sic) de la manada se permite calificar de ejemplar al compañero pillado en flagrante explotación de un trabajador; un fraude cuya culpa es, faltaría más, del perverso sistema que ellos han venido a depurar con su misión emancipadora. En sus mitificados años treinta, el fascismo acuñó un lema que retrata este rasero autoindulgente: los jefes no se equivocan.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 30/07/16