Vistatriste

JUAN MANUEL DE PRADA – ABC – 11/02/17

Juan Manuel de Prada
Juan Manuel de Prada

· Iglesias se dejó devorar por sus demonios interiores y se convenció de que Errejón era el responsable del desaguisado.

Con el congreso que este fin de semana celebra en Vistalegre, Podemos completa su arco de estrella fugaz. Como le decían al replicante encarnado por Rutger Hauer en Blade Runner: «La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Y tú has brillado con mucha intensidad».

Por supuesto, seguiremos percibiendo la luz de Podemos; pero será la luz rezagada de una estrella muerta. En su esplendor y caída se esconde una novela suculenta, llena de personajes desmesurados, pasiones desbordantes, demonios interiores, amistad y traición. Una historia ebria de palpitación humana, que tiene algo de tragedia shakespeariana y algo de bufonada siniestra.

Podemos no nació como un partido político al uso. Lo formaban un puñado de jóvenes izquierdistas que habían estudiado y hecho novillos juntos, que habían compartido lecturas y amantes, que se habían enardecido con las mismas canciones y habían soñado las mismas revoluciones. En la explosión popular del 15-M distinguieron esa bandera tirada en el suelo que aguarda una mano decidida que la empuñe y enarbole; y tuvieron la habilidad de conducir aquel desbordamiento de esperanza y descontento hasta su molino.

Entre todos ellos descollaba Pablo Iglesias, que era el más desenvuelto ante las cámaras, pero también el retórico más contundente y astuto, un ironista de inteligencia rápida y colmillo retorcido que, además, tenía el encanto risueño del malote y humillaba con su esgrima verbal a los tertulianos de derechas, que a su lado parecían mastodontes sonados.

En la figura carismática de Iglesias, la izquierda suburbial halló el ídolo que llevaba muchas décadas buscando; y de este hallazgo nació un entusiasmo arrollador, capaz de vencer todo tipo de asechanzas. Tanta capacidad de resistencia sólo se explica porque a su núcleo dirigente lo fortalecía una amistad que lo tornaba invulnerable. Así lograron vencer las campañas mediáticas más adversas; así lograron resultados electorales cada vez más halagüeños; así se lanzaron al «asalto de los cielos», que exigía superar a los socialistas en las urnas.

Para lograrlo, adoptaron tácticas equivocadas: su errónea alianza con Izquierda Unida les dio, de repente, un aire viejuno y comunistón, quebrando la ilusión de «transversalidad» que hasta entonces habían logrado transmitir a sus votantes; y su incongruente apelación a la socialdemocracia sonó a impostura y maquiavelismo. Iglesias era tan culpable como Errejón de aquellos errores de bulto; pero en la depresión posterior a las elecciones de junio, mientras se lamía las llagas exiliado del mundo, Iglesias se dejó devorar por sus demonios interiores y se convenció de que Errejón era el responsable del desaguisado.

Tal vez llegase a esta conclusión porque necesitaba un chivo expiatorio; tal vez lo instigase, como a Macbeth, una sombra femenina, en la que había buscado el reposo del guerrero. Pero en ese momento se rompió en añicos aquella invulnerable alianza entre amigos que habían estudiado y hecho novillos juntos, que habían compartido lecturas y amantes, que se habían enardecido con las mismas canciones y habían soñado las mismas revoluciones.

Y ese amor se infiltró sigilosamente de un odio bituminoso y frío; pues no hay odio más enconado que el de aquellos que antes se han amado mucho. La cizaña ya había sido sembrada; luego no harían sino sucederse las reyertas intestinas, las luchas entre facciones, las purgas más descarnadas. Toda esa ponzoña se desagua ahora en Vistalegre, triste epílogo de una luminaria que brilló con mucha intensidad. Alguien tendría que escribir esa novela.

JUAN MANUEL DE PRADA – ABC – 11/02/17