Editores-Eduardo Uriarte Romero

Si algo quedó sin memoria en nuestra España derrotada fue el liberalismo. Lo que sí se ha desenterrado del pasado han sido unos heróicos y oprimidos nacionalismos, en una reinvención monumental y difamadora de la realidad, lo que les permite sobrevivir invulnerables ante la opinión pública por muchos y grandes que sean sus desmanes. También se reinventó el folclórico republicanismo de ahora, camuflaje de todo ideología anarquista, libertaria o antisistema, enarbolando la tricolor sin osar mirar la letra del Himno de Riego, por no padecer un soponcio por españolaza, oh “hijos del Cid”.

Para colmo nuestra ideológicamente huérfana izquierda, a falta de pensamiento propio, empezó un tiempo atrás a asumir identidades étnicas, plurinacionalidades -sin saber lo que es una nación- y derechos a decidir según se reunía en Loyola con los del MLNV para acabar en navidad cenando con Otegi. A ningún promotor de la memoria histórica, sin embargo, se le ocurrirá un mínimo gesto hacia el liberalismo, yaciendo bajo nuestro cainismo idiosincrático, por melifluo y contemporizador, en el más profundo desprecio.

Lo curioso en estas últimas elecciones es que una formación que se hace llamar tal -o al menos anda a la búsqueda del liberalismo perdido- en una campaña electoral polarizada y en la que se han aireado todos los demonios familiares históricos, haya salido triunfante del embate cuando sin duda alguna era el eslabón más débil del bando a batir por el sanchismo. Para colmo no dejó de padecer ataques de los de su aparente propio bando, tanto desde el PP como de Vox, y, sin embargo, sin un solo medio importante de comunicación entregado a su causa, Ciudadanos casi dobla el número de escaños.

La hipertrofia política de la ciudadanía española (aunque la del resto de Occidente sea hoy similar), a la que de manera singular han contribuido la partitocracia y lo medios de comunicación apelando a la sopa boba, lo visceral, morboso y llamativo, evitando una cultura cívica, ha abonado, junto con la crisis económica, las posibilidades de influencia social de las maquinaciones propagandísticas. Al ocultar sistemáticamente los problemas reales, como la grave crisis del Estado ante la secesión catalana y vasca, la situación caótica de nuestra economía, con deuda y pensiones disparadas y una fiscalidad difícil de soportar, un paro que repunta, unos servicios públicos con recortes, un sistema educativo pendiente de consensuar desde la Transición, etc., etc., etc., se ha conseguido el escamoteo de la realidad y que un aprendiz de brujo gane las elecciones mediante una maquiavélica (y en la mención a Maquiavelo está mi opinión admirativa) estrategia de comunicación. Ya se sabe que la primera víctima de toda guerra es la verdad, en nuestras campañas electorales la primera víctima es la realidad, a pesar de la abrumadora presencia de los medios de comunicación sólo prestos al negocio.

Le fue suficiente a Sánchez, tras amagar con desenterrar a Franco, izar el espantajo de la derecha y la vuelta al pasado, para que todo problema, incluido el secesionismo catalán, fuera encubierto, y que éste perdiera toda importancia ante la llegada de Vox. El fenómeno de Vox, sabiamente manipulado, buscó colocar a toda la oposición en el franquismo y en la reacción más ultramontana, a la vez que aglutinaba a toda la izquierda, desde progres pijos a los antisistema, con la facilidad que otorga la hipertrofiada capacidad crítica de la sociedad, elevando a Sánchez a los altares de los salvadores del progreso y del diálogo. Y que incluso los separatistas procesados lo consideraran como su única esperanza. El enfrentamiento estaba servido, sin embargo, algo salió mal, el grupo más centrado y vulnerable, el liberal de Ciudadanos, no salió mal parado de la añagaza, aunque tuviera que maniobrar ante tanto disparate desplegado.

Ante todo tipo de críticas por parte de sectores cercanos, críticas por haber acudido a la manifestación de Goya, por formar parte del nuevo Gobierno andaluz, por la declaración de que se negaba a pactar con Sánchez, o, incluso, por ir a provocar a Rentería, Rivera no salió malparado porque Ciudadanos en este embate tan revuelto supo maniobrar, aceptar los embates. De haberse quedado quieto clamando por la verdad y la necesidad de un centro constitucionalista, del que el PSOE ha estado huyendo desde hace tiempo azuzado por el PSC, hubiera caído al primer torpedo. Quizás las bienintencionadas críticas a Ciudadanos por su presencia en el Gobierno andaluz, o en la manifestación de Goya no fueran acertadas, porque sus autores las han hecho teniendo todavía un pie en el PSOE o el PP, partidos a los que se les permite con mucha más liberalidad fomentar actuaciones mucho más desestabilizadoras. El juego de las dos Españas de Sánchez es una aberración política, la llamada a votar al PP porque si no ganaba el PSOE era una coacción sin razonamiento político que coartaba la sacrosanta libertad de opción del ciudadano. Podía haber sido una advertencia, no parte fundamental de la campaña del PP.

Si no opta por el Gobierno de cambio en Andalucía, por el rechazo a la negociación con la secesión acudiendo a la manifestación de Goya, por el rechazo a los posibles indultos, Rivera, que surgió del movimiento cívico catalán frente al nacionalismo, podía haber sido, entonces sí, la primera víctima de la estrategia de bipolarización,  teniéndose que exiliar de la política española (como le pasó a los liberales en la guerra civil), Y, sin embargo, esos gestos polémicos le visualizaron en un enfrentamiento, careciendo de prensa amiga, y desde ahí emitir su discurso patriótico y liberal. Si se exilia hubiera tenido que hacer lo de Pio Baroja, volver cínicamente. Máxime cuando las condiciones del embate no las ponía él, al liberalismo no le va estas galernas, hubiera preferido entendérselas frente a un Rajoy (donde le daban mejor las encuestas) en un ambiente más calmado. Entonces no hubiera sido necesario encontrarse en Goya, ni preocuparse por indultos a los sediciosos, ni coincidir frente a un mismo adversario. Optar por formas más liberales.

Para el socialismo Madrid bien vale un acercamiento a los secesionistas, incluso una cena con Otegi. Los desinflamadores han ganado las elecciones, porque la gente, atrofiada, lo que quiere son fáciles soluciones, problemas que se resuelven con el diálogo, aunque sea hasta el amanecer, sacar recursos públicos para satisfacer cualquier apetencia -ya dijo alguien que el dinero público no es de nadie-, y acrecentar todos los problemas existentes votando una hermosa ficción y a un chico guapo.

El primer resultado que observamos es que tanto Euskadi como Cataluña se han convertido electoralmente en unos guetos de la subversión a la convivencia con el triunfo de las opciones que están por la ruptura política y sus colaboradores, el PSC y el PSE. Veremos si estas ínsulas de la subversión son capaces de limitar sus pretensiones o henchidas de su triunfo y observada la necesidad de supervivencia de Sánchez no optan por chantajear inmediatamente su próximo mandato. No sólo la aprobación de los presupuestos del Estado será la ocasión de advertir si el nacionalismo se muestra flexible con Sánchez, también planea la posibilidad del requerimiento de los indultos e incluso la propuesta del derecho de autodeterminación. Este es el panorama que se abre como resultado de la brillante campaña electoral maquinada por Sánchez.

No cabe duda que C’s tiene un inmenso espacio y tarea para mostrar la capacidad del liberalismo frente a la conexión frentepopulista desenterrada por la memoria histórica. Esperemos que ahora el liberalismo, como lo tuviera que hacer Clara Campoamor, Chaves Nogales, u Ortega y sus amigos, no tengan que huir al exilio. De momento ha salido muy bien parado.