JORGE BUSTOS-EL MUNDO

Entonces Pilato dio a elegir al pueblo entre Jesús y Barrabás, porque era costumbre por pascua indultar a un preso, y el pueblo eligió: «Suelta a Barrabás». «¿Y qué hago con Jesús?», empezó a rendirse el político. «Crucifícalo», sentenció la voz del pueblo, voz de Dios, voz de ángeles unívocos que siempre terminan siendo ángeles exterminadores.

He aquí, evangélicamente fijado, el eterno mecanismo del referéndum del que jamás aprenderemos. La degradación de la democracia a oclocracia, o mandato directo de la masa. El sometimiento de la letra clara de la ley al espíritu turbio de la opinión pública. La confirmación de la greguería de Ramón que avisa de que un tumulto no es más que un bulto que les suele salir a las multitudes. Ese bulto que bulle en las plazas y crece tumoral en las redes, aplastando el criterio bienintencionado de los políticos débiles. Los del siglo I como los del XXI.

El gobernador sabía que a Jesús se lo habían entregado por envidia. Su romano sentido de la justicia y la intuición moral de su esposa le habían persuadido de que aquel hombre era inocente. Pero no podía soltarlo sin más, desafiando el ánimo levantisco de los judíos. De modo que se confió a las emociones como cualquier estratega de campaña: mandó flagelar a Jesús para luego mostrarlo al gentío, reducido a un guiñapo de carne sanguinolenta. Esperaba que su patética visión ablandara a los congregados, saciado ya su populismo punitivo. No era mala estrategia. Según Bernanos solo hay un sentimiento más poderoso que el amor y es la piedad. Pero la piedad no funcionó entonces y no funciona ahora. ¿Por qué?

Porque la piedad es una pulsión positiva, y en una elección polarizada, cuando los candidatos ya solo son símbolos deshumanizados de lo odioso, se impone la pulsión de rechazo. Los judíos no votaron a Barrabás: votaron en contra de Jesús. Porque siempre se vota a la contra. Y porque los sacerdotes –los tertulianos de la época– se ocuparon de transferir a la masa su lacerante resentimiento, nutrido por la insoportable evidencia de un hombre tanto mejor que todos ellos. Y la misma masa que había aclamado a Jesús una semana antes lo odió ahora, y votó a Barrabás. El tal Barrabás, informan los evangelistas, era un bandido, acusado de robo, sedición y homicidio, seguramente por este orden: ya se sabe que el último refugio de los corruptos suele ser el patriotismo. Un preso famoso, un delincuente común dedicado al saqueo vislumbró en el nacionalismo judío el más eficaz lavado de imagen: por eso protagonizó un alzamiento sangriento contra los romanos y fue encarcelado. Pero a él sí le funcionó la coartada, como funciona hoy. Y fue indultado. A Jesús, en cambio, lo crucificaron.