Y ahora, el juicio a Millet y Convergència que tumbará el ‘procés’

EL CONFIDENCIAL 28/02/17
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS

· Mañana comienza el juicio oral del macroproceso penal que va a desvelar cómo fue posible que Félix Millet saquease el Palau de la Música en beneficio propio y de CDC

La lectura de ‘Auge y caída de la derecha nacionalista. Del Palau de la Música al PDeCAT’ es un buen relato de Jordi Marcet de muy reciente publicación (Editorial Catarata). Ilustra con detalle sobre la mutación del autonomismo al independentismo de la que fuera CDC y ahora es el PDeCAT. Sin embargo, no enfatiza lo esperable sobre la determinante influencia de la corrupción política de los convergentes y sus entornos en el impulso, no tanto del secesionismo, como del llamado proceso soberanista. Mañana miércoles comienza en Barcelona el juicio oral del macroproceso penal que va a desvelar cómo fue posible que el prohombre catalán de la cultura, el muy respetado Félix Millet i Tusell, saquease la institución del Palau de la Música de Barcelona (se defraudaron más de 22 millones de euros) en beneficio propio y de CDC, que, a través de su fundación, pudo embolsarse hasta más de seis millones y medio de euros.

En el banquillo se sentarán 19 acusados por delitos de malversación de caudales públicos, tráfico de influencias, falsedad en documento mercantil, apropiación indebida, blanqueo de capitales y fraude al fisco. Comparecerán 115 testigos y las penas que pide el fiscal para Félix Millet y su cómplice Jordi Montull superan los 27 años de prisión. Para el extesorero de la Fundación Trías Fargas de la ex CDC (ahora denominada CatDem) Daniel Osácar, el ministerio público solicita siete años y seis meses. El expolio del Palau se produjo entre 2002 y 2009, y nutrió el bolsillo de su máximo responsable (llegó a financiar la boda de sus hijas con su rapiña) y las arcas de CDC. Un complicado mecanismo de comisiones por obras públicas y apropiación de fondos dejó a la burguesía catalana perpleja y a Pujol, Mas y demás dirigentes nacionalistas en una posición algo peor que desairada: eran cómplices por acción o por omisión.

Para los inspectores, el Palau era «un misterio», ya que «se contaban más billetes de 500 que partituras», para los economistas, «agujero negro»

Santiago Tarín, un excelente profesional de ‘La Vanguardia’, escribió ayer que para los inspectores de Hacienda, el Palau era “un misterio”, ya que “se contaban más billetes de 500 euros que partituras”, y para los economistas “un agujero negro en el que desaparecía el dinero por arte de magia”. Sin embargo, y pese a la advertencia de Pasqual Maragall en 2005 de que «el problema” de CDC era “el 3%”, la Barcelona del momento miró para otro lado hasta que en 2009 saltó el escándalo, que ha tenido un recorrido judicial de ocho largos años y que se conecta con otros procesos por cobro ilegal de comisiones por CDC —he ahí la extraña figura del tesorero Andreu Viloca— y culmina con la confesión de Jordi Pujol en julio de 2014, según la cual había ocultado a la Hacienda Pública un supuesto legado de su padre.

Ya no existen ni CDC ni la Fundación Trías Fargas. Ambas entidades se las llevó la corrupción. Y el proceso soberanista que urdió en 2012 Artur Mas —delfín de Pujol y miembro eminente de la burguesía que reconocía en Millet a un referente de la cultura nacional catalana— resultó constituir la envoltura patriótica precisa para atribuir todas estas excrecencias de la corrupción y el engaño a operaciones conspirativas del Estado para verter en el oasis todo tipo de difamaciones y calumnias. No solo no lo eran, sino que a medida que han ido avanzando los procedimientos, la prepotencia, el descaro y la inmoralidad han aumentado su volumen. De tal manera que las protestas de los independentistas de CDC decaen ante la contundencia de los hechos.

Serán Oriol Junqueras y ERC, quizá con Colau y sus comunes, los que asistirán a la agonía del ‘procés’ y alumbrarán otro

El sentimiento secesionista de miles y miles de catalanes no está contaminado por la corrupción. Sus aspiraciones deben ser reconocidas como legítimas, por más que no sean, en su radicalidad, mayoritarias. Pero el proceso que se puso en marcha en 2012 por CDC y por Artur Mas, arropado en la épica historicista y en la estética de la movilización colorista, está viciado por un comportamiento incívico de una parte de la dirigencia exconvergente que terminará por tumbarlo, sustituyéndolo por otro planteamiento —más o menos radical, pero en todo caso rupturista— que extirpará de cuajo a la vieja clase pujolista, cuya época se sienta en el banquillo mañana en Barcelona.

Son relevantes las sentencias que recaigan en los casos de Mas, Ortega y Rigau y en el de Homs, cuya vista oral comenzó ayer en el Tribunal Supremo. Pero donde se juega la partida de la autocombustión del proceso soberanista es mañana en Barcelona, en el caso Palau, que es el que marca el declive de la derecha nacionalista que ha tratado de escapar del reproche histórico a su gestión —tras la degradación pública y sumaria de Pujol en 2014— a través del patriotismo secesionista. Serán Oriol Junqueras y ERC, quizá con Colau y sus comunes, los que asistirán a la agonía del ‘procés’ y alumbrarán otro. Lo seguro es que el tiempo de Mas y sus entornos anteriores y posteriores se ha instalado ya en un purgatorio sin salida de emergencia.