JORGE BUSTOS-EL MUNDO

Un debate a seis puede ser cualquier cosa menos un debate, pero esto ya lo saben todos ustedes, que no se sientan ante el televisor en la campaña más polarizada del siglo para oír argumentos sino para calibrar gestos, ponderar reflejos, aplaudir sarcasmos, maldecir presencias o extrañar ausencias. Fue una velada de boxeo en la que el cartel de los asaltos lo paseaban dos varones medrosos –Aitor Esteban y Gabriel Rufián– y los guantazos corrían de parte de dos mujeres capaces de redefinir ellas solas los roles tradicionales de género sin cobrar un solo euro de ninguna asociación.

Cayetana Álvarez de Toledo salió de su esquina como salía Tyson en los 80; la ministra Montero tenía un plan, la consabida impostura del estadismo sanchista, pero como decía Tyson todo el mundo tiene un plan hasta que le cae el primer puñetazo. «Es una anomalía que no esté aquí Sánchez, ese vanidoso útil del separatismo, de coraje discutido y discutible…». Y a partir de ahí hacia arriba. Abusó de sus turnos de palabra tanto como del hígado del adversario, que unas veces eran las Montero y otras veces era Rufián. Solo una vez trató de defender la propuesta fiscal del PP, pero no acertó a desgranarla bien. Y qué coño, ha vuelto a la política para disfrutar. Protagonizó el momento más tenso de la noche con Irene Montero, que cometió el error fatal de tratar a Álvarez de Toledo como si fuera la caricatura de Álvarez de Toledo que el feminismo de tea ardiente quema a escondidas en sus aquelarres digitales. Pero topó con carne, hueso y cerebro. La estrategia de frontalidad de la candidata popular le asegura el foco del debate. Acaso entraña un único riesgo, que no sé si lo es en estos tiempos: una irradiación de suficiencia que atraerá a muchos y disuadirá a otros.

Inés Arrimadas no busca el KO sino la victoria a los puntos. Va combinando directos al mentón con juego de piernas, golpes calculados al sanchismo y al separatismo con propuestas en positivo del programa de Cs. Solo le salió el punto macarra que lleva dentro –y al que debe algunas de sus mejores tardes en el Parlament– cuando se hartó de soportar las lecciones de moderantismo del mismísimo Rufián: «Yo soy más moderada que tú desde que nací, chaval», le espetó. He aquí la gran paradoja que el sanchismo intenta instalar en la opinión pública: Sánchez y sus aliados, incluidos los partidos promotores de un golpe de Estado que se está juzgando en el Supremo, se presentan como la sensatez frente al fascismo desorejado, que son todos los demás. Oyes a Irene Montero, la activista que llegó a propietaria en la sierra a lomos de la indignación profesional, y por más que repita cloaca, fondo buitre y puerta giratoria resulta imposible creérsela. Es como si hablara un magnetofón escondido en su chaqueta con cintas grabadas hace cuatro años. Antes alguien de Podemos gritaba «¡escrache!» y te palpabas la cartera; ahora lo dice y corres a ayudarlo.

Con don Gabriel, el clown parlamentario antes conocido como Gaby, ocurre lo mismo. Ya no nos acusa a todos de carceleros desalmados sino que nos persuade de la conveniencia de renovar el parque de vivienda pública. Hasta le han salido canas. En unos meses pedirá el ingreso en el PNV.

Donde le estará esperando Aitor Esteban, que es un señor que baja del País Vasco a poner el cazo a cambio de poner o quitar presidentes y luego se marcha al baño del batzoki a lavarse el efluvio maketo, no sin antes hacer saber a los andaluces que los vascos les pagan el AVE. Es una vida cojonuda. No hay que agotarse declarando la independencia: te la van abonando un Rajoy o un Sánchez en cómodos plazos.