Ferrer Molina-El Español

La negativa de A.R. a hacer presidente a P.S. ha desatado un chaparrón de críticas sobre A.R., incluso de otrora afines.

La posición renuente de A.R. a investir a P.S. es antiintuitiva. Si cambiara de opinión, todo serían ventajas. Una mayoría coincide en que la popularidad de A.R. está por los suelos como consecuencia de su incomprensible empecinamiento y se aportan gráficos en los que se observa cómo se despeña su partido.

Está todo tan claro que el debate ha pasado a ser qué le sucede a A.R. Cómo puede caminar con paso firme hacia el abismo, imperturbable y sordo a las advertencias. Se hacen conjeturas sobre su estado psicológico, se examinan los cambios en su entorno con precisión de entomólogo. El análisis político ha sido sustituido por el psiquiátrico. De pronto estamos ante una persona trastornada.

La pirámide de sobrentendidos que ha ido construyendo P.S. con los resortes de un poder que sólo iba a utilizar para convocar elecciones, le permite presentar como un éxito el haber sumado sólo un diputado a su proyecto después de cuatro meses. La falta de avances no se debe a que P.S. prefiera concurrir de nuevo a las urnas para rematar un trabajo que dejó a medias en abril, sino a la falta de altura de miras del resto y a su desconexión respecto de lo que quiere la ciudadanía.  

Pero, ¿y si A.R. estuviera cuerdo?

¿Y si hubiera motivos para sospechar que el aumento del gasto público que propone P.S. -y consecutivamente del déficit y de la deuda- no es la mejor receta para afrontar el temporal que la creciente altura de las olas deja entrever en el horizonte entre subidas y bajadas?

¿Y si lo más sensato fuera no dejar la política territorial en manos de quien, ante una crucial sentencia del Supremo sobre el proceso separatista, ha obligado a la Abogacía del Estado a rebajar la calificación penal y ha contemplado la figura de un «relator» para las cumbres bilaterales con Cataluña?   

¿Y si fuera razonable pensar que quien ha pactado con los nacionalistas en todas las comunidades autónomas en las que ha podido, sin hacer ascos siquiera a Bildu, no parece el mejor dirigente para garantizar la igualdad entre españoles?

¿Y si lo prudente fuera cuestionar la tornadiza política migratoria de P.S., ésa que un día apela a los derechos humanos para abrir los puertos y al siguiente los cierra, entre devoluciones en caliente en la frontera, con el pretexto de que es un asunto de la competencia de Bruselas?  

La realidad, sin embargo, es que P.S. parece cada día más fortalecido y pocos dudan de que A.R. se hunde en la preferencia de los electores. Quizás A.R. ha interiorizado ya que para poder ganar, las más de las veces toca perder primero. Que hay supuestas victorias que son pan para hoy y hambre para mañana. Que la política, como el esquí, puede ser antiintuitiva: aunque el cuerpo te pide echarte atrás ante el precipicio, la única manera de vencer es lanzarte al vacío.