Entrevista a JOAQUÍN LEGUINA

Primer y hasta la fecha único presidente socialista de la Comunidad de Madrid, Leguina (Villanueva de Villaescusa, 1941) es doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y en Ciencias Humanas y Demografía por la Soborna. Estadístico Superior del Estado por oposición y con una ingente obra escrita en su haber, el político cántabro ejemplifica literalmente la concepción de verso suelto.

En su muy íntima autobiografía, Domicilio Familiar, recuerda Joaquín Leguina las enigmáticas palabras con las que su padre deseaba pervivir tras la muerte: «Como un hombre bueno», no como «un buen hombre». Al entender paterno, el segundo epitafio era «despectivo», destinado para los «intrascendentes». Leguina parece más pragmático y, ya que entre lo que se le podrá achacar no asoma la intrascendencia, opta por un «hizo todo lo que pudo». Abanderado de la llamada incorrección política, entregado a «la causa de la tolerancia y del antisectarismo», hasta el 2008 no abandonó una carrera que asaltó como concejal de Tierno Galván en 1979. Sus desavenencias con el PSOE, su partido –sigue pagando las cuotas de su agrupación–, de sobra son conocidas. Su prolífica obra literaria abarca ensayos como El duelo y la revancha, donde destapa a los «antifranquistas sobrevenidos» para sentenciar que los españoles nos hemos ido acostumbrado al sectarismo político. «Ser capaz de rectificar es una cualidad de la que carecen los sectarios», escribió Gregorio Marañón mediando en una polémica leguiniana. Novelas, policíacas o ambientadas en la Guerra Civil, Tu nombre envenena mis sueños fue llevada al cine. Y diversas publicaciones científicas sobre demografía.

Pregunta.– Parece que el invierno demográfico enfría como nunca.

Respuesta.– Los últimos datos son aterradores. En un solo año, los nacimientos han caído un 6%, cuando los datos demográficos suelen evolucionar muy lentamente. Nuestra tasa de fecundidad es de las más bajas del mundo pero aunque subiera sería complicado que se tradujese en un aumento del número de nacimientos, ya que el de mujeres está destinado a caer. El norte de España está en un abismo demográfico. Asturias, Galicia, País Vasco… El año pasado, sobre el 30% de los nacimientos en el País Vasco fueron de mujeres extranjeras. No extranjeras en el sentido del PNV, que serían todas las españolas, sino en el sentido civil. Como dijo Nicolás Redondo, eso no le preocupa nada al PNV porque los extranjeros no votan.

P.– ¿La despoblación se solucionará con una mayor vertebración territorial o el éxodo rural no tiene freno?

R.– En esta cuestión la caída de la fecundidad también juega un papel muy relevante. Pero veo un proceso de imposible reversión. Se puede aminorar, mejorando el transporte, acercando a médicos, creando empresas de alto nivel tecnológico en las zonas afectadas, etc. Y se debe intentar. Ahora: creo que yo no veré cómo se vuelve a poblar lo que hoy está vacío. Una mayor vertebración puede ayudar, pero el éxodo es inevitable. La urbanización es imparable en todo el mundo.

P.– Usted es, hasta la fecha, el primer y último presidente socialista de la Comunidad de Madrid. ¿A qué se debe la ausencia del PSOE en el poder?

R.– Lo describió a la perfección Porfirio Díaz: «Pobre México, tan lejos de dios y tan cerca de los Estados Unidos». Pues la FSM [Federación Socialista Madrileña], o como se llame ahora, el PSOE-M, está lejos de dios y demasiado cerca de Ferraz. Las derrotas aquí tienen más que ver con Ferraz que con los de Madrid. Y operaciones como la de Carmena-Gabilondo, bendecida por Sánchez y por el periódico El País, han llevado el partido a donde lo han llevado: a no ganar nunca en la Comunidad y a perder en el Ayuntamiento, donde en este momento el PSOE no pinta nada. Nada. ¿Por qué? Porque desde Ferraz apoyaron a Carmena.

P.– ¿Quiere decir que el candidato del PSOE era …?

R.– Como no era de su cuerda, lo machacaron lo que pudieron. No es algo de ahora, claro. Cuando Miquel Iceta era la mano derecha de Josep Borrell, en las primarias a líder socialista que ganó, habló con miembros de la FSM que me apoyaban como candidato a la Alcaldía y después se cambiaron de bando. Iceta les dijo: «Borrell ya tiene a Pasqual Maragall en Barcelona, si además tiene que pelear con Leguina en Madrid, mejor lo dejamos». Esa es la «política de unidad». Yo perdí esas primarias y naturalmente quien me sustituyó [Fernando Morán] fue derrotado. Y hasta hoy.

P.– ¿El PSOE que lidera Pedro Sánchez se parece más al primer PSOE en el que usted ejerció o al «nuevo socialismo» de Zapatero que usted mismo acuñó?

R.– Se parece más al de Zapatero. Pero sin duda Sánchez es mucho más listo y, como persona, mucho más duro. No ha dejado títere con cabeza. Y eso es ejemplo del sectarismo más puro. Pero la prensa le da poca importancia, al igual que los militantes.

P.– ¿Por qué un partido pionero de la democracia interna no acepta corrientes críticas?

R.– Eso tiene su arranque en algo que se hizo fatal, que fue sacarle [a Sánchez] poco menos que por la ventana en un Comité Federal. Y aquí los responsables son bastantes. Entre ellos, Susana Díaz. Tiene una gran responsabilidad de lo que ha pasado. No debió haber invitado al baile a los viejos líderes del partido. En el mitin que dio en Madrid, vi dos cosas. Por un lado, ahí estaba la vieja guardia. Alfonso Guerra y Felipe González en primera fila, dándose casi un beso, cosa difícil de creer. Yo estaba en la última y lo vi claro. Pensé: «Se va a hundir todo». ¡Porque no había gente, había muy poca gente! Se veía venir: si dejas el liderazgo y lo depositas en la militancia, pues ya sabes lo que te cuesta, ¿no? Cuantas más barbaridades digas y más izquierdista seas, pues más posibilidades tienes de ganar. Creo en los liderazgos, pero no en la militancia. No soy tan tonto (ríe).

P.– ¿Quedan todavía «antifranquistas sobrevenidos»?

R.– Haciendo el ridículo mañana, tarde y noche; ahí los veo. Lo último ha sido lo de sacar a Franco del Valle de los Caídos. ¿Qué les costaba llegar a un acuerdo con la familia? ¿O es que creen que Franco quería enterrarse ahí? Se sabe desde hace mucho, y está escrito, que Franco nunca pensó enterrarse ahí. La culpa de ese entierro la tiene su esposa y viuda, que se dejó llevar por los pelotas de turno. Si eso lo hizo para los caídos y él no era un caído, era un levantado.

P.– ¿Y los franquistas sobrevenidos existen?

R.– Yo creo que no. Ya nadie dice las cosas que decía Franco. Ni la Iglesia Católica…

P.– ¿Por qué votó a favor de la ley de memoria histórica si, en sus palabras, solo servía para abrir las heridas ya cerradas por la ley de amnistía?

R.– Voté a favor porque había defendido toda mi vida que había que ser disciplinado a la hora de votar en los parlamentos y nunca me quise volver atrás.

P.– ¿Por qué toma tal decisión un claro defensor de lo llamado políticamente incorrecto?

R.– No podía dejar de hacerlo. Otra solución hubiera sido abandonar el Parlamento. Me tenía que haber marchado. Y de esto sí que me arrepiento.

P.– Señala el Estatut catalán como origen del empoderamiento del independentismo. ¿Por qué el proyecto final barrió las líneas rojas del discutido inicialmente por Zapatero, Maragall, José Bono y compañía?

R.– Cambió la actitud del Gobierno. En el proceso se cometieron todo tipo de errores. Para empezar, en ese momento nadie pedía un nuevo Estatuto, se negocia simplemente porque Maragall lo quiso. El Estatuto tiene una primera etapa dentro del parlamento catalán donde se estrangula el proyecto. Pero Zapatero lo despeja: llama a Artur Mas, que estaba en la oposición, y lo sacan adelante. Se vuelve a atragantar en el Congreso y lo vuelve a desatascar. ¿Qué interés tenía en eso? Naturalmente acaba en el Tribunal Constitucional, que corta una serie de artículos. Pero, previamente, Zapatero, que es un inconsciente, lo somete a las urnas catalanas, permite que ese Estatuto vaya a referéndum sin ni siquiera cambiar la ley de referéndum. No puedes llevar a referéndum una ley que está pendiente de una sentencia del Constitucional.

P.– Siguiendo la disciplina de partido, también votó a favor. ¿Nadie en el PSOE se dio cuenta del grave perjuicio para la cohesión territorial que podría suponer?

R.– Claro que sí. Yo mismo… o Bono, que se marchó. Si Bono me hubiera dicho que se marchaba por este motivo, me habría ido con él. La gente se dejó hacer, pensando que ya vendría el TC a arreglarlo. Y vino, pero vamos, con un coste tremendo: darle un arma de destrucción masiva al soberanismo catalán.

P.– Disculpe que insista pero… esta manera de proceder, de votar en contra de las ideas de uno, ¿no contribuye a la pérdida de confianza del ciudadano en quien depositó su voto?

R.– No lo sé. Mire. Durante la República, cada uno votaba lo que quería y el resultado fue una inestabilidad tremenda. Lo que intentan los partidos cuando se recupera la democracia es no cometer los mismos errores. Se crea un sistema cerrado, donde no te pagaba el Parlamento, te pagaba el partido. Lo cual es una aberración tremenda, porque la retención no la hacía el partido, la hacía el Parlamento. En fin, un desastre desde el punto de vista que usted plantea. Pero que tiene su explicación en lo que pasó durante la República.

P.– Explica cómo los «nuevos socialistas» apoyan un movimiento revanchista como una estrategia para aislar al PP. ¿Los populares se han dejado aislar?

R.– Sí, es posible. Pero no vayamos tan atrás. Es que no se le ocurre ni al que asó la manteca coger y reunirse todos juntos en la plaza de Colón, dejándoselo en bandeja a Sánchez que, insisto, no es nada tonto. Ahí está «la derecha trifálica». Y uno de los grandes responsables de eso ha sido Cs.

P.– ¿Es quien ha cometido el mayor error?

R.– Sin duda. No sé si va a perder votos o no, pero ha perdido la confianza de la gente más válida que tenía, sus impulsores.

P.– Algunos fundadores se muestran críticos, pero Cs tiene más fuerza en el Parlamento…

R.– Sí, tiene más escaños, pero no tantos como esperaba. Y a lo mejor les caen unas nuevas elecciones y se vienen abajo…

P.– ¿Cuál fue el error de la fotografía de Colón?

R.– No darse cuenta de que Sánchez estaba abocado a convocar elecciones. Y si fue una foto para pedir elecciones, pues toma: entre la derecha derecha, que es Vox, y PP y Cs han obtenido miles de votos más que PSOE y Podemos. Y pierden Senado y pierden todo.

P.– En su afán de diferenciarse más emocionalmente que programáticamente con el PP, apunta que el PSOE ha caído en un progresismo ilimitado, una auténtica losa. En esa mochila, usted carga el feminismo, «un lobby que discrimina penalmente».

R.– El feminismo radical. Hoy el PSOE, mejor dicho, toda la izquierda sufre una invasión identitaria. ¿Desde cuándo es de izquierdas el separatismo? ¿Desde cuándo es de izquierdas un feminismo supremacista? Porque cuando la vicepresidenta del Gobierno dice las mujeres no mienten nunca [«a la mujer hay que creerla sí o sí», Carmen Calvo dixit] ¿eso no es supremacismo? Una parte de la población que no miente nunca. Qué cosa más nueva… El feminismo es muy amplio y el que más aprieta es el radical y se lleva, aparentemente, el gato al agua.

P.– ¿Considera que con ese «feminismo radical» se obvian a conciencia otras desigualdades flagrantes?

R.– Hay un término que se usa mucho ahora que es visibilidad. Hay quien cree que si un problema social no se deja ver no existe. Falso. La desigualdad, por ejemplo, ha crecido, pero no principalmente por la discriminación femenina. Visibilizar es salir a la calle, conseguir grandes titulares. Y eso distorsiona la realidad. La visibilización distorsiona la realidad social.

P.– Bajo el paraguas de la UE, todo el espacio político se achica, porque el margen de maniobra es menor… ¡Pero parece que el sectarismo está en boga!

R.– Se magnifican unas diferencias, que es bueno que existan, pero que son limitadas. Entre otras cosas porque la UE exige disciplina. Una ventaja, entre otras. ¿O cree que el AVE existiría sin la UE? Pero los partidos ponen por encima del interés colectivo el particular, el del partido o el del líder. Y eso queda en evidencia porque el sistema electoral lo permite. Soy partidario de cambiar la ley electoral, que no sé cómo se metió en la Constitución. Me inclino por un sistema que conduzca al bipartidismo, con una segunda vuelta, por ejemplo. Así, en la primera cada uno vota lo que te le apetece y en la segunda, lo que le conviene.

P.– ¿Cuándo el pluralismo se convierte en un problema para la sociedad?

R.– Cuando nos lleva a un momento de inestabilidad como el actual. En este momento, un buen Gobierno sería uno de coalición entre PSOE y Cs, evidentemente con Pedro Sánchez de presidente y un vicepresidente de Cs, y un equipo de Gobierno con un programa claro, pro europeo y ni agua para los independentistas. Siendo consciente de que, políticamente hablando, va a llegar el fin de una generación de separatistas, por lo que se podrá abrir un diálogo cuando se hayan ido. Si unes al PP al Gobierno, te quedas sin enemigo, sin adversario. Y ese juego hay que mantenerlo.

P.– Define la de Zapatero como una época más preocupada de la imagen que del contenido. ¿Ha superado el márketing político a lo propiamente político? ¡Se dice que en La Moncloa manda Iván Redondo!

P.– En La Moncloa manda Sánchez, que es bastante más listo que Redondo. Este márketing político existe desde hace años y ahora ha tomado unas dimensiones horribles: el cortoplacismo, la venta de la imagen… Todo esto no sirve para nada en política, pero hay gente que lo compra. Yo es que no creo que el pueblo sea muy sabio. «El pueblo nunca se equivoca», dicen. Cómo que no, no diga tonterías, no sea usted demagogo.

Su última novela, ‘Os salvaré la vida’, fue merecedora del Premio Alfonso X El Sabio. ‘La luz crepuscular’ es un testimonio político y sentimental. Condecorado en Francia, Argentina y Chile, el país de Allende supuso su gran aprendizaje político.