«Levantarme cada día es una tortura»

Paqui Hernández y Josu Puelles Viuda y hermano de Eduardo Puelles, asesinado por ETA. La banda terrorista «destrozó» hace seis meses a la familia de Eduardo Puelles. «Vivía para mi marido y para mis hijos. ¿Qué voy a hacer ahora sin él?», dice su viuda.

Paqui Hernández, viuda del policía nacional Eduardo Puelles, apenas sonríe. ETA le «destrozó la vida» el pasado 19 de junio -hoy se cumplen seis meses- y para ella levantarse cada día «es una tortura». En su mente revolotean muchas preguntas que no han recibido respuesta: ¿por qué? ¿con qué derecho? ¿se podía haber evitado? ¿alguien vio algo? Dicen que la esperanza es lo último que se pierde y Paqui reconoce que todavía no ha asumido que no volverá a ver a Edu. Su rostro, reflejo del dolor y la rabia, sólo se suaviza cuando habla de su marido y de los recuerdos que atesora junto a él. «Vivía para mi marido y para mis hijos. ¿Qué voy a hacer ahora?», susurra.

Paqui enciende un cigarrillo. «¿Edu consiguió dejar de fumar?», le pregunta Josu, hermano del inspector. «No, lo íbamos a dejar juntos», contesta. En 1983 Paqui conoció en una sala de fiestas al que después sería su marido. Tenía sólo 19 años, pero, como ella misma asegura, «supe que era para mí». Desde entonces no se separaron. Y llegaron sus dos hijos, Rubén y Asier, que ahora tienen ya 21 y 17 años. Hace seis meses, cuando los terroristas arrebataron la vida a Eduardo, la pareja aún sentía «esa cosa en el estómago» cuando volvían a verse tras un duro día de trabajo. «Lo habíamos hablado unos días antes de que le mataran», evoca.

Paqui acude cada domingo al lugar en el que ETA asesinó a su marido. Una explanada de grava en el municipio de Arrigorriaga donde aquel fatídico 19 de junio explosionó la bomba lapa que los etarras habían colocado en los bajos del ‘Citroen C4’ de la víctima. «Nunca se me olvidará la imagen de mi marido quemándose. Eso no se supera», se sincera. Paqui, que mantiene su palabra de que los asesinos de Eduardo no la verán llorar, aprovecha sus visitas para depositar flores o jardineras en el lugar en el que Edu aparcó su vehículo la noche antes del atentado. «Pero cada vez que vuelvo las han quitado o las han roto», denuncia. La viuda de Puelles no da crédito. Asegura que ella nunca tendría un gesto así hacia la familia de un etarra muerto y no entiende por qué, tras quitarle lo que más quería, los radicales no respetan ni siquiera su dolor. Los allegados del policía nacional han solicitado al Ayuntamiento de Arrigorriaga que acote la zona en la que falleció Eduardo, pero hasta ahora sólo han recibido negativas. «Los asesinos tienen más derechos que las víctimas», censura Paqui.

«Necesitan a su padre»

El asesinato de Puelles ha dejado una huella difícil de borrar en toda la familia. Josu, que en la solapa de su abrigo lleva una chapa con la flor siempreviva -el emblema oficial de apoyo a las víctimas que presentó el Gobierno Vasco en su último homenaje a este colectivo-, sufre trastornos del sueño y asegura que una tragedia así «te quita las ganas de hacer planes de futuro». Para Paqui sus hijos son su apoyo más sólido. «La razón por la que sigo adelante», subraya. El mayor, Rubén, «es el que tiene más capacidad para evadirse, pero el pequeño, Asier, no. Ahora es cuando más necesita a su padre», apunta. Edu estaba muy unido a sus hijos. «Ha sido siempre muy niñero, hablaba y razonaba con ellos e incluso les hacía bizcocho. Era un cocinillas», describe.

Asier sorprendió a su madre hace unos días cuando escuchando la radio recordó una de las canciones preferidas de su progenitor. «Le gustaba mucho Sabina, Víctor Manuel y los Beatles. Cuando íbamos en el coche siempre poníamos ‘Kiss FM’. Eso sí, lo de bailar era otra cosa. Tenía dos pies izquierdos», evoca Paqui. De repente, su rostro dibuja una pequeña sonrisa. El matrimonio tenía muchos planes. «Ahora que Rubén y Asier eran ya mayores queríamos aprovechar para hacer cosas los dos juntos. Salir a cenar, viajar…», revela Paqui. De la noche a la mañana ETA acabó con ellos.

El atentado ha cambiado la rutina diaria de la viuda de Puelles. Prefiere no hacer las compras en los comercios de La Peña, su barrio de toda la vida. «Antes salía más, ahora cuando bajo a la calle es porque voy con mi madre. Si no, prefiero ir al centro de Bilbao», revela. Paqui reconoce que la mayoría de sus vecinos se han solidarizado con su brutal pérdida. «Ayer mismo una chica me dio el pésame y dos besos», señala. No obstante, es consciente de que «hay gente a la que le gustaría decirte algo, pero mira hacia los lados y le da miedo porque no saben con quién se pueden cruzar. Aquí nunca se ha podido hablar», critica. Si algo ha tenido muy claro desde el día en el que ETA asesinó a Eduardo, es que «los chivatos» de la banda terrorista están en La Peña, una de las zonas de Bilbao más castigadas por la lacra de la violencia. Pese a todo, se mantiene firme y asegura que nunca se le ha pasado por la cabeza la idea de abandonar su barrio. «Es mi sitio, mi casa», sostiene.

Las de este año serán las primeras navidades que Paqui y sus hijos pasan sin Edu, una época especialmente dura para ellos. A los días marcados en rojo en el calendario se unen dos fechas más: el 27 de diciembre es el aniversario de boda de Paqui y Eduardo, y el 8 de enero, el cumpleaños de la víctima. «Yo no quería celebrar nada, ni siquiera poner en casa los adornos que tanto gustaban a mi marido. Pero Rubén me lo ha pedido y por él hago cualquier cosa», expresa. Paqui y sus hijos pasarán la Nochebuena con la familia de ella y Nochevieja con la de Eduardo. Como siempre. Unidos.

Puntos de encuentro

Los allegados del policía nacional han encontrado un fuerte apoyo emocional en el resto de víctimas del terrorismo. «Saben cómo te sientes y nosotros sabemos cómo se sienten ellos. No hace falta ni siquiera hablar, sólo con mirarnos nos entendemos. No hay más que puntos de encuentro», explica Josu. Paqui asegura sentirse «muy identificada» con la viuda del guardia civil Juan Manuel Piñuel, asesinado hace año y medio por la banda armada en el cuartel de Legutiano. Ambas se conocieron hace quince días en el homenaje a las víctimas que el Gobierno Vasco celebró en Vitoria. «No nos habíamos visto antes, pero en mí va a tener una amiga para toda la vida», afirma convencida.

Los Puelles, que desde el mismo día del atentado afirmaron que no se quedarían callados ante la barbarie -«si te quitan lo que más quieres, ¿por qué no vas a dar la cara?», sostienen-, advierten a ETA y a quienes la respaldan de que «esto no es suyo, es de la gente que lo ha levantado», y animan a la sociedad a no permanecer impasible ante la sinrazón de la violencia.

«En el cara a cara la gente te dice que está contigo, pero de puertas para afuera, nada. Eso tiene que cambiar», defiende Josu. «Tienen que dejar de mirar para otro lado y ponerse en nuestro lugar», añade Paqui. Hace seis meses los terroristas le arrebataron a su marido. Hoy, intentando sobrevivir como puede al dolor de su pérdida, se volverá a concentrar junto a sus más llegados en un parque de su barrio de La Peña.


EL ATENTADO

19 de junio de 2009. Bomba-lapa en La Peña.

Una bomba lapa colocada en la parte posterior del asiento del copiloto estalla cuando el inspector de policía Eduardo Puelles García, de 49 años, pone en marcha su vehículo para dirigirse al trabajo. Son poco más de las 9 de la mañana y un estruendo se apodera del barrio bilbaíno de La Peña, uno de los más castigados por ETA. El coche se incendia de inmediato y atrapa a Puelles en su interior. El policía muere carbonizado ante la mirada atónita de unos pocos testigos que viven con impotencia su incapacidad para salvar al inspector. Es el primer atentado mortal desde que Patxi López ocupa el cargo de lehendakari. Él mismo cierra con un emotivo y contundente discurso la multitudinaria manifestación que recorre al día siguiente las calles de Bilbao en protesta por el asesinato.

EL DIARIO VASCO, 19/12/2009