«Teo» Uriarte: «Zapatero ha dado a ETA la mayor legitimación de su historia»

La sesión del 17 de mayo de 2005 en el Congreso de los Diputados en la que Zapatero pidió «permiso» para acercarse a ETA está subrayada en negro en la memoria de Eduardo Uriarte, Ex etarra, ex parlamentario vasco y hoy gerente de la Fundación para la Libertad. Buen conocedor de una banda, «Teo» sólo ve contra ella una receta efectiva: aplicar la ley.

Incluso en las tripas de titanio del Guggenheim de Bilbao hay una serpiente. Forjada en hierro por el escultor Richard Serra (sí, el de la obra robada en el Reina Sofía) y de dimensiones colosales. Los visitantes se pasean por sus entrañas en un juego sinuoso y opresivo, fagocitados por su magnetismo. Llueve mansamente sobre la ría, a un par de días para el pretendido «congreso» de Batasuna. La cita con Eduardo («Teo») Uriarte está concertada a unas pocas manzanas de allí, a expensas de la coordinación entre el entrevistado y sus dos «sombras», los escoltas que cobijan sus pasos desde hace años. Uriarte fue miembro de ETA condenado a muerte en el proceso de Burgos, episodio que detalla en sus jugosas memorias («Mirando atrás», Ediciones B), donde desmenuza también cómo se descabalgó del terror cuando, conseguida la democracia, comprendió que la banda no era la revolución, sino involucionismo asesino. Salió luego elegido diputado del Parlamento vasco por Euskadiko Ezkerra y terminó en las listas del PSE, sin dejar nunca de mirar a sus espaldas: «Antes, por si me detenían; después, por si me mataban». Por su identificación con las tesis constitucionalistas de Nicolás Redondo quedó, como él, apartado de la primera línea política, pero mantiene en pie la lucha cívica como gerente de la Fundación para la Libertad.

-¿Qué ha pretendido demostrar Batasuna con esta asamblea, que parecía más una exhibición de fuerza que una reunión orgánica?

-Lo que pretenden es demostrar que el Estado de Derecho no tiene nada que hacer frente a un «pueblo en marcha», frente a la capacidad movilizadora de la izquierda abertzale, y que todas las fórmulas represivas para resolver el conflicto no sirven, lo que supone que hay que llegar a resolver las cosas de una manera dialogada, sin que haya vencedores ni vencidos, preámbulo claro y explícito de que por ese camino los únicos vencedores son ellos.

-¿Podemos dar por hecho, a estas alturas, que el PSE, o incluso todo el PSOE, ya ha sucumbido a la validez de ese planteamiento?

-Yo creo que el PSOE está tentado ante una solución técnica de «llegamos a la pacificación y aquí no ha pasado nada», que aparentemente resolvería el asunto, y creo que esa concepción es nefasta, porque las meras vías «técnicas», más que acabar con el terrorismo, lo colocarán en otra etapa más favorable para ETA y quienes la sustentan.

-Muchas voces denuncian que además de una aparente connivencia del PSE y del Gobierno con ese «aquí no ha pasado nada», se puede entrar también en una fase de «tragaderas» políticas en la que se podría llegar a admitir la mesa de partidos que ETA exige…

-No, de momento el PSE aquí ha dicho que no se va a sentar con Batasuna, y hay que creerles. Esperemos que eso se mantenga, sobre todo hasta que Batasuna no condene el terrorismo. A mí lo que me preocupan son las tendencias pragmáticas históricas en el Partido Socialista. Primero fue la frase de Felipe (que, por cierto, en otros aspectos era mucho más reflexivo) de «¿qué importa el color de los gatos si al final cazan ratones?», con lo cual se le colaron todas las mofetas del mundo, y ahora el ansia por soluciones regidas por un pragmatismo inmediato lleva a planteamientos de gran riesgo.

-Los socialistas reprochan al PP que Aznar también habló con ETA y encima sin publicidad…

-Cualquier relación política con el terrorismo tiene que ser vista en el contexto político del momento. En principio, toda relación de un Gobierno o de instituciones del Gobierno con un grupo terrorista legitima al terrorismo. Ahora, puede ser más o menos justificable en función de la coyuntura política, si existe algún indicio sólido y creíble de que los terroristas vayan a abandonar las armas. Pero yo, en todo este periodo reciente en el que se ha hablado de posibilidades de solución definitiva del terrorismo, he detectado una serie de síntomas que no me han permitido adivinar que exista una voluntad de los terroristas de abandonar las armas. He visto, por ejemplo, que no ha habido una excesiva preocupación por los presos por parte de ETA, y, por el contrario, he visto un énfasis llamativo en las reivindicaciones históricas del nacionalismo más radical. Cuando una banda terrorista plantea la solución, su solución, la que le interesa, esa solución hace hincapié en el futuro de los presos a la vez que se desdibujan las exigencias políticas. Pero es que además, en este caso, las reivindicaciones de los asesinos coinciden con las de fuerzas declaradas democráticas que están haciendo más o menos las mismas. Con lo cual las actuales condiciones para un diálogo son mucho peores que en el tiempo pasado. Y no lo digo sólo por el PNV, sino también por Esquerra en Cataluña.

-¿Es culpable el Gobierno de un exceso de expectativas en el proceso?

-Bueno, todo Gobierno quiere resolver la cuestión, eso es natural y loable. El propio Gobierno nos ha dicho «hay excesivo ruido», es verdad que lo ha dicho, pero muy tarde. El exceso de ruido empieza con la famosa resolución de las Cortes el 17 de mayo de 2005, con la que Zapatero ha dado a ETA la mayor legitimación de toda su historia. Porque una cosa son los contactos del Gobierno, a través de grupos policiales o de inteligencia con los terroristas, y otra muy diferente que el órgano soberano plantee condicionalmente la posibilidad de un diálogo con ETA. Es el mayor honor que se le puede conceder a un grupo terrorista. El famoso pacto de Ajuria Enea no fue ni siquiera un acuerdo en el Parlamento vasco, se trató de un acuerdo entre partidos, y en un contexto político muy diferente en el que no había unas reivindicaciones exageradas por parte de los nacionalistas y se daba una condena unánime del terrorismo, absolutamente clara.

-¿La condescendencia del Gobierno con el Estatuto catalán ha resucitado el plan Ibarretxe, le ha dado un oxígeno inesperado?

-Hombre, no, porque el plan Ibarretxe nunca acabó en un cajón. Fue tapado por alguna otra cosa inmediata, como constituir el propio Gobierno vasco o sacar los Presupuestos adelante. Pero el plan Ibarretxe queda ahí «per secula seculorum» salvo soluciones más traumáticas. El problema de todo esto es qué tipo de sistema político e institucional nos hemos dado que cualquiera puede plantear su traumática transformación, y además desde fuera de los organismos que deberían tratar estas cuestiones. En ese nivel de osadía estamos. ¿Qué estabilidad política se ofrece en España para que desde la periferia se pueda llegar a dar la vuelta a la Constitución? La nueva generación de políticos que ha accedido al poder, de la que el primer exponente es Ibarretxe, tiene como única ideología la del «¿qué mal hay en ello?» y la del «¿por qué no?». Es una ideología de naturaleza higienista, que funciona a base de protocolos, y de cierta concepción misionera, por la trascendencia que atribuyen a lo que se disponen a hacer. Eso les imbuye de un radicalismo político propio del viejo doctrinario de los años treinta del siglo XX.

-En su libro de memorias usted hace la reflexión de que el plan Ibarretxe, lejos de ser moderno, es una vuelta al modelo imperial de relación pactada con las periferias…

-Es una manifestación más del carlismo integrista que está en los orígenes del nacionalismo vasco. Pero lo malo no es que ese proyecto sea el del PNV, que eso ya lo sabemos. Es que es también el de Zapatero. Quiere aplicar a España un modelo a imagen del propio PSOE, que hoy se llama «federal» pero que es en realidad «confederal», conceptos que pueden parecer lo mismo pero que no tienen nada que ver. Zapatero se ha dicho: «Constituyamos la organización territorial del país a semejanza de cómo funciona el partido». La cultura fundamental de los nuevos políticos es la de partido. Y además, si un partido está en el poder, el poder aglutina, no hay asomo de contestación interna. Las corrientes de opinión de otros tiempos no existen. A lo más que se llega es a asumir la organización en clanes. Son una estructura organizada como la vieja España imperial, una tendencia que aún no se ha visto en el PP, pero que aparecerá. El confederalismo de Ibarretxe y Maragall es otra cosa. Ellos, como Escarlata O´Hara, se han jurado que nunca más volverán a pasar hambre, o sea, que no dejarán el poder nunca y que siguen organizando lo mejor que pueden el tejido clientelar. Y como el confederalismo, a diferencia del federalismo, es el gran chollo, con el que «estoy unido al resto para lo bueno, pero no para lo malo», pues ya sabemos dónde empieza y dónde acaba su proyecto político.

-De alguna manera usted sostiene en sus memorias que fue ese clientelismo nacionalista el que hizo que en última instancia los constitucionalistas perdieran las elecciones de 2001 en el País Vasco…

-Yo creo que sí. En España es en la periferia donde se materializan fórmulas políticas que se parecen más a un régimen que a un sistema jurídico, hasta el extremo de que se puede llegar a percibir como más fácil quitar al presidente del Gobierno español o, incluso, me atrevo a decir, llegar a descabalgar a la Monarquía, que echar a un presidente de Comunidad autónoma. Es tal la inmediatez de la relación política, es tal la relación del administrado con la Administración que los lazos de dependencia son enormes. Esta organización territorial de España habría sido el sueño de los caciques de la etapa canovista. Y eso se nos vende como progresismo. A mí me da mucha más garantía una Sala judicial a la que recurrir en Madrid que no la de ese con el que tomo chiquitos en el «batzoki».

-La plataforma de Albert Boadella en Cataluña, que está a punto de convertirse en partido, ¿sirve de referencia en el País Vasco, podría echar a rodar aquí una iniciativa similar?

-En Cataluña se han hecho algunos análisis según los cuales el 40 por ciento del electorado se ha quedado sin alternativa, sin opción política, y eso alienta iniciativas como la plataforma. En principio, no es malo que en el ámbito de la izquierda, donde se habla tanto de pluralidad, existan verdaderamente distintas opciones. Visto desde aquí, lo de Boadella es un fenómeno digno de consideración. Es verdad que los partidos políticos en España son monolíticos y sería una sorpresa que iniciativas de esta naturaleza salieran adelante, pues tenemos experiencia de fracasos como el de García Damborenea o como el de Euskadiko Ezkerra. Pero quizá en otra coyuntura política tengan más futuro, porque además estas cosas no surgen de manera forzada, las genera la propia situación.

-Cuando llegó al poder José Luis Rodríguez Zapatero, ¿cabía esperar este tipo de actuaciones y el punto en el que nos hallamos ahora?

-Había cosas que se apuntaban. Lo que había pasado en el PSE era una especie de prólogo que se podía repetir, y por tanto podía pasar cualquier cosa, con esas típicas manifestaciones y expresiones de tipo moral que se contradicen después con el ejercicio de la política. Se expresa solidaridad con las víctimas, rechazo moral del terrorismo, pero eso se queda en el vacío, cuando no en el cinismo y la hipocresía. Hay que decirle a Zapatero que ya está bien de discurso moral, hay que hacer discurso político. Y sólo vale el de derrotar todos los planteamientos del terrorismo. No va a haber solución del terrorismo si no se le condena social y políticamente. En qué país estamos si un asesino puede montar una cristalería en los bajos del edificio donde vive la viuda de aquél al que mató. Con eso el etarra quiere lanzar el mensaje de que el de la victoria política será él frente a la viuda «apestada» que tiene que pasear por su pueblo con dos escoltas. Por eso, yo pregunto qué pasa con las víctimas, qué pasa con los empresarios o con los ciudadanos extorsionados ante el escándalo político de la ambigüedad frente a ese acto de Batasuna. ¿Con qué autoridad van a pedir a los ciudadanos que cumplan con sus deberes si no lo hace el poder ejecutivo? No hay apaño posible, hay que vencerlos. Que Batasuna haga su congreso es como si pusiera una cristalería como la del edificio de Pilar Elías en el corazón de la sociedad vasca.

-Si ha habido retroceso tras la ruptura del pacto antiterrorista, ¿hay aún solución para el País Vasco?

-Claro que la hay. Estado de Derecho e imperio de la ley, como en toda democracia. Cuando hace cinco o seis años apareció el Estado de Derecho en Euskadi, todo el mundo lo notó. Prosigamos con la fórmula y no la destrocemos. Funcionó, y no la inventó Aznar, sino que nació de los grupos cívicos vascos. Le recordaría al Gobierno que hay que ser agradecidos con el sistema que te sostiene, porque si tienes coche oficial es porque estás gestionando ese sistema, ergo defiéndelo. Sólo cabe la derrota de ETA, y esa derrota técnicamente es posible. Los mayores problemas son las «escarlatas O´Hara» como Ibarretxe, que le pone el colchón a ETA para que no abandone el terrorismo, y el propio PSOE, que de manera voluntariosa pero lamentablemente equivocada, también facilita que ETA no deje la violencia con la resolución del 17 de mayo en el Parlamento. Zapatero actúa tentado por esa inmediatez que condiciona a los nuevos políticos, la de tomar sólo lo que nos sirve a corto plazo y desechar lo demás. Y esa actitud es el origen de todo totalitarismo.

ABC, 22/1/2006