¿Adónde va el PP?

Al lado de aciertos sectoriales, el PP siguió a partir del año 2000 una deriva irracional. Actualmente faltan aún en el PP un sentido del Estado y por consiguiente una voluntad de acuerdos políticos con el PSOE cuya recuperación a todos conviene, en la difícil coyuntura política que se avecina.

Mariano Rajoy declara que la comisión del 11-M «es una broma de la que nada va a salir». Hasta ahora, puede parcialmente acertar en cuanto a lo segundo: si bien conocemos más detalles de lo sucedido, la línea general del relato permanece. Eso no significa que el ejercicio haya sido inútil, y sobre todo no debiera serlo para el PP. Estaba cantado que las responsabilidades del Gobierno de Aznar habían de estar en primer plano a lo largo de las intervenciones. Pero más allá del balance que al final pueda establecerse en cuanto a fallos, omisiones o engaños concretos, lo que cuenta es la impresión general de que los cuadros dirigentes del PP estuvieron muy por debajo del comportamiento que cabe esperar, tanto de los miembros de un Gobierno como de los altos cargos por el mismo designados. Para muestra, la esperpéntica intervención de Fungairiño.

Ésta es la cuestión fundamental que el episodio de la comisión pone de manifiesto, como antes lo hiciera el asunto del Yak-42: tanto en el Gobierno como en la dirección del PP, quedaron al descubierto deficiencias espectaculares en la capacidad de hombres y mujeres designados para cargos de alta responsabilidad. Dicho con las palabras más directas de un amigo de este mismo diario, merced a estas crisis nos hemos dado cuenta de que buen número de esos gestores eran sencillamente impresentables y que por encima de las ideologías ha sido una suerte librarse de ellos. A primera vista, esta constatación resulta favorable para el socialismo y perjudicial para los populares. En realidad, el PP debiera ser el primer interesado de que en el futuro ese peso muerto de los Trillo, Palacio, Fungairiño o Acebes no sofoque la calidad política de hombres como Rodrigo Rato o Alberto Ruiz-Gallardón, o el éxito de líneas de acción tales como la que con la ayuda de la Ley de Partidos ha contribuido a la pacificación de la sociedad vasca. Tal vez la sombra de Aznar impida a corto plazo la separación del trigo de la paja, sobre todo en la medida que el ex presidente fue quien designó el último grupo dirigente de los populares. No obstante, mientras ese cambio no se realice habrá pocas esperanzas de que el PP recupere el talante y la imagen que propiciaron la victoria electoral del año 2000.

Más allá de la derrota, la crisis del 11-M sacó a la luz hasta qué punto la mentalidad de los populares se encontraba atrapada en una concepción patrimonial del poder. Los sondeos y las elecciones parciales favorables hicieron creer a Aznar y a los suyos que la derecha española había vuelto a realizar su sueño de traducir de modo inmediato su preeminencia económica en una hegemonía política duradera. Quedaban atrás los pequeños sobresaltos de la etapa de Gobierno socialista y España iba a encontrarse por mucho tiempo en manos de la gente bien, como en tiempos de Franco, como hasta 1931. Fue sorprendente contemplar la soltura con que una serie de ministros de absoluta mediocridad adoptaban, en momentos difíciles, decisiones apresuradas, despreciaban las críticas y manipulaban la opinión. El país era suyo, por más torpes que se mostrasen: si la realidad no coincidía con sus intereses, peor para ella. Es lo que les costó la continuidad en el Gobierno tras el 11-M. Los datos aparecidos con posterioridad confirman hasta qué punto llegaron a ver el Estado como un coto privado de caza, rozando incluso el ridículo y el escándalo: caso de los pagos para que el bueno de Aznar tuviera el precario momento de gloria con la medalla del Congreso en Washington. Ahora bien, nada encarna mejor ese espíritu patrimonial de la vieja política que la afirmación de Aznar en el sentido de que se ha llevado a casa todos los informes de los servicios de información. Regresamos a lo peor de la Restauración canovista.

Así que al lado de aciertos sectoriales, el PP siguió a partir del año 2000 una deriva irracional, en el curso de la cual reaparecieron los residuos de sus orígenes autoritarios y la carga de impericia que el autoritarismo suele arrastrar. Y la actuación de los populares ante la comisión del 11-M prueba que la rémora del último aznarismo todavía no ha sido superada. Faltan aún en el PP un sentido del Estado y por consiguiente una voluntad de acuerdos políticos con el PSOE cuya recuperación a todos conviene, en la difícil coyuntura política que se avecina.

Antonio Elorza, EL PAÍS 31/7/2004