75 apellidos vascos

PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO 23/03/14

Pedro José Chacón Delgado
Pedro José Chacón Delgado

· La conclusión es evidente: los vascos votan más a los políticos con apellidos euskéricos.

Durante el rodaje de la película ‘Fuego’ en Lekeitio, la alcaldesa bildutarra de esta villa marinera, patria chica del gran Azkue, le ha regalado al director Luis Marías, sin contar siquiera con que es de Bilbao de toda la vida, despistada sin duda por su apellido no euskérico, un libro donde se da una interpretación de la historia vasca más afín a los postulados de la izquierda abertzale que la que se supone que nos va a ofrecer la película en cuestión. La obra, del norteamericano Mark Kurlansky, especialista en las bondades gastronómicas del bacalao y de la sal, ofrece una historia sobre un pueblo vasco oprimido y a la vez resistente a todos sus enemigos seculares. Que este mismo autor haya publicado otro libro, seguro que a traducir en breve, sobre la no violencia como método de lucha, ¿no nos sitúa ante todo un montaje de marketing político, de lo que la izquierda abertzale es maestra consumada, ahora que se han puesto tan estupendos en defensa de la paz? Y aun si no fuera así, chapeau: hasta de txiripa son capaces de aprovechar para su comunicación política cualquier ocasión que se les pone a mano.

Esta anécdota de rodaje se suma al éxito rotundo de la película ‘8 apellidos vascos’, y de las que sin duda vendrán en su estela, que llegan a un público ávido por relativizar tópicos, desmitificar tabúes y ventilar el aire viciado y monotemático que amenazaba ya con ahogarnos del todo. La cosa promete porque está dejando al descubierto a un nacionalismo cultural vasco que se mantiene todopoderoso en su nube y que no está dispuesto a aceptar que Euskadi es el lugar donde perviven muchas de las claves de la historia de España.

El Archivo de la Casa de Juntas de Gernika, por ejemplo, alberga todos los expedientes de hidalguía vizcaína concedidos entre 1526 y 1864: son 2.487. El genealogista guipuzcoano Juan Carlos Guerra compuso en 1923 un libro clasificándolos por orden de apellidos. Los hay euskéricos en sus dos terceras partes y el resto son o bien mixtos o bien no euskéricos. Quiere decirse que entonces el apellido, ni siquiera siendo euskérico, suponía por sí solo la hidalguía: había que demostrarla, y esta consistía en no tener antecedente judío, moro o de hereje, en ser católico sin mancha, para poder ejercer cargos, tanto en Vizcaya como en el resto de posesiones de la Monarquía hispánica.

Los vascos, como es sabido, fueron los que más se esforzaron por demostrarle al poder que la sangre vasca era más limpia que ninguna otra, inventándose la teoría del vasco-iberismo, base de la foralidad: que eran los últimos íberos, nunca sometidos, y el euskera la primera lengua de la península, algo que les otorgó el favor real durante siglos, dentro de los territorios de la Corona española. Fuera de ellos, como es obvio, eso no significaba absolutamente nada para nadie.

Cuando al calor de la primera industrialización, a finales del siglo XIX, empezaron a llegar en masa españoles, la inmensa mayoría sin ningún apellido vasco, fue la ocasión propicia para escoger el apellido como marcador de identidad y los primeros nacionalistas, ignorando u ocultando que la Casa de Juntas de Gernika certificaba la hidalguía sobre religión y no sobre raza, convirtieron los apellidos en distintivo racial y, cuando no, étnico. De cómo esta irracionalidad social se mantuvo entre nosotros hasta hoy tiene mucho que decir nuestra desgraciada historia contemporánea, con guerra civil, más industrialización, más inmigración y mucha ignorancia sobre nuestro propio pasado.

La estadística más solvente al respecto, la de José Aranda, da cuatro millones de españoles con uno de sus dos primeros apellidos euskérico, el doble de todos los habitantes de la CAV. Lo que pasa es que aquí están más concentrados y hay gente que tiene muchos más que dos, aunque, no obstante, solo el 20% de los vascos tiene los dos primeros euskéricos, mientras un 30% solo tiene uno y el resto, la mitad, ninguno. Entonces, ¿cómo se explica que en el Parlamento vasco actual, de sus 75 miembros, 50, dos tercios del total, tengan el primer apellido euskérico y nada menos que 36, casi la mitad, tengan los dos?

La conclusión es evidente: los vascos votan más a los políticos con apellidos euskéricos. Y no necesariamente por quien los porta, sino por lo que simbolizan. Los apellidos euskéricos constituyen el meollo de la singularidad vasca, su principal patrimonio histórico y cultural, y la clave de todo el entramado institucional, político y económico de Euskadi. Quienes han estado casi siempre en el poder lo saben perfectamente y es por ello que en el Parlamento vasco son los partidos nacionalistas quienes presentan, con diferencia, y desde el inicio de la Transición, un porcentaje de apellidos euskéricos en sus candidatos desproporcionadamente alto respecto de la base sociológica vasca, la misma que mayoritariamente les vota. Y de entre ellos, la llamada izquierda abertzale bate récords, desde 1980, con parlamentarios de apellidos euskéricos, más que los jeltzales. En cambio, candidaturas que reflejan de modo más fiel la realidad apellidística vasca, como las no nacionalistas, no consiguen por eso premio electoral.

Dicho de otra forma: para tener el poder en Euskadi hay que asumir que los apellidos son la seña de identidad vasca por antonomasia, la distinción colectiva que nos beneficia a todos. El monopolio nacionalista se ha conseguido, simple y llanamente, presentando más candidatos con apellidos euskéricos que los demás, y por ahí se han apropiado del euskera y de la historia vasca, ante un socialismo siempre a remolque cultural del nacionalismo, y ante el desistimiento de la derecha, que consiente, de modo suicida e inexplicable, que toda su cultura foral legendaria haya pasado en su integridad tanto al nacionalismo moderado como también a la izquierda abertzale.

PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO 23/03/14