Acabar con el odio

La dictadura de ETA se ha basado en la organización del odio, la planificación de la muerte y la recogida de los beneficios del miedo. El día que desaparezcan los asesinatos, quedará la costra del odio. El terrorismo ha dejado una secuela de seres socializados en el odio al otro, que piensan que todo lo que se haga contra el enemigo está bien y no merece reproche moral ni político.

El pasado mes de enero hizo cuarenta años desde que la Brigada Político Social (BPS), policía política de la ya muy politizada policía franquista, quitó la vida al joven estudiante, 19 años, Enrique Ruano. Ruano fue detenido por luchar contra Franco, fue torturado y arrojado desde un séptimo piso. La autopsia certifica que un objeto cilíndrico -que podría ser una bala- le entró por la clavícula, que ésta le fue serrada, que el cadáver no pudo ser visto por la familia y tuvo que ser enterrado en la más absoluta soledad rodeada de policías. Fue hace 40 años, en 1969.

Fue también el mes de la matanza de Atocha. Cinco abogados laboralistas, vinculados a CC OO y al PCE, fueron fusilados por un comando de pistoleros de la extrema derecha que irrumpió en su despacho, les hizo ponerse de cara a la pared y disparó contra ellos. La matanza dio paso a un entierro, envuelto en sobrecogedor silencio, en el que el PCE, entonces ilegal, hizo una demostración de fuerza contenida y civismo que marcó la Transición y acercó a nuestro país a las libertades, entonces proscritas. Fue hace 32 años, en 1977.

Febrero es probablemente el mes en el que más personas han sido asesinadas por la banda ETA. Desde luego es el mes en el que más personas conocidas por los ciudadanos han perdido la vida a manos de la banda terrorista. Enrique Casas, Fernando Buesa y su escolta, Jorge Díez, Fernando Múgica, Francisco Tomás y Valiente, Joseba Pagazaurtundua, Víctor Legorburu Ibarreche, el guardia civil Benito Arroyo Gutiérrez, otros seis guardias civiles, de una tacada, en Ispaster-Ea, en 1980… La lista es interminable.

En el quicio entre enero y febrero de este año, la propuesta irlandesa de indemnizar a todas las víctimas mortales del conflicto de Ulster con 12.000 libras (casi 13.000 euros) ha reabierto heridas que el odio identitario aún no había cerrado. La iniciativa se inscribe en el proceso de reconciliación, aún pendiente de cerrar después de cuarenta años de terrorismo y de 3.700 asesinados. El dinero iría destinado al familiar más cercano al asesinado con independencia de si el muerto fue víctima o formaba parte de una asociación de verdugos. Familiares de víctimas protestantes han clamado contra esta medida y exigen que no se trate igual al que murió después de organizarse para matar que al que fue asesinado sin formar parte de ninguna estructura criminal. El odio sigue vigente en Irlanda once años después de que se firmaran los acuerdos de Viernes Santo (10 de abril de 1998), que abrieron el proceso de paz en aquella atormentada zona del mundo.

En Euskadi tenemos un problema de odio. Es el odio el que está en la base de los asesinatos, en la pervivencia terrible de la muerte a lo largo también de cuarenta años. Si la dictadura franquista fue la expresión de la utilización de la violencia, del miedo y del terror para aniquilar a la oposición superviviente de la guerra y para tratar de exterminar a los opositores a Franco que fueron surgiendo a lo largo de cuarenta años, la dictadura de ETA se ha basado desde el principio en la organización del odio, la planificación de la muerte y la recogida de los beneficios aportados por el miedo derivado de ambas.

Sostengo desde hace años que los demócratas estamos derrotando a los terroristas, que éstos, desde 1992, tras el golpe policial de Bidart, iniciaron una pendiente cuesta bajo en la que aún están y que les llevará irremisiblemente a su desaparición. Ojalá su final policial esté muy cerca y abroche su derrota política, pero el día que desaparezcan los asesinatos, quedará la enorme costra del odio. La práctica reiterada del terrorismo ha dejado una secuela de seres odiantes, socializados en el odio al otro, que piensan que todo lo que se haga contra el enemigo así etiquetado está bien y no merece reproche moral ni político.

El PCE fue capaz, nada menos que en 1956, en plena dictadura gris, de proponer a los españoles, desde su clandestinidad, persecución, cárcel y muerte a manos del franquismo, una política de reconciliación entre los españoles. Una política odiada por los franquistas, criticada por la ultraizquierda y que aspiraba a una definición de los españoles no en función del bando que ocuparon ellos y sus familiares en la Guerra Civil, sino conforme a su deseo común de ganar las libertades, vivir en democracia y lograr la convivencia entre distintos. Todo lo que hagamos en Euskadi desde ahora para bajar la hinchazón de odio que padecemos, para facilitar la futura convivencia entre los que han asesinado durante cuarenta años y los que hemos puesto las víctimas durante todo ese tiempo ayudará a acercar el final de la violencia, permitirá ganar la libertad definitiva. Una vez que se hayan terminado los asesinatos nos quedará otra tarea también muy complicada, pero que hay que llevar a buen término: el afán por desterrar el odio de nuestras vidas; acabar con el odio para sepultar definitivamente la violencia y acabar con el odio para que nadie nunca más vuelva a asesinar a otro por considerarle su enemigo.

José María Calleja, EL DIARIO VASCO, 11/2/2009