Aldabonazo

Ignacio Camacho, ABC, 26/10/12

Aznar y Vargas Llosa levantaron al fin la primera réplica en un debate político monopolizado por el ímpetu soberanista

DESDE que la marea independentista catalana rompió olas en la Diada de septiembre el debate de la secesión ha sido casi un monólogo soberanista, un crescendo unilateral ante el que por razones tácticas y electorales se ha encogido el pensamiento nacional español, tanto el liberal como el socialdemócrata. Sólo los periódicos y las tertulias apuntalan un cierto estado de opinión desfallecido e inconexo al que le falta soporte intelectual y cohesión política. El Gobierno no quiere hacer olas y el PSOE carece de liderazgo para formular un discurso homogéneo. Ante ese estado de postración se ha levantado una inflamada crecida nacionalista, una corriente emocional arrebatada hasta el delirio que domina el escenario público sin enfrentarse a una respuesta articulada.

En la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes, bajo la Atenea de bronce que perfila las azoteas de la calle de Alcalá, se escucharon el martes las primeras voces significativas alzadas contra esa resignación declinante que ha cedido el terreno al ímpetu secesionista. Eran de dos personalidades que no están sujetas a la presión electoral ni a la coyuntura política: José María Aznar y Mario Vargas Llosa. El primero levantó en seis folios cargados de electricidad doctrinal un alegato contra la deslealtad histórica del nacionalismo; defendió la legitimidad del pacto constitucional como un acuerdo básico de convivencia, denunció la coacción del proyecto segregacionista contra la propia integridad social de Cataluña y pidió una reforma del Estado para hacer frente al «deslizamiento insostenible» del modelo autonómico. El Nobel de Literatura, en un impecable discurso sin papeles —un cuarto de hora de oratoria precisa y clara, rica de adjetivos y limpia de anacolutos—, identificó en el fundamentalismo nacionalista al enemigo contemporáneo de la libertad. Entre ambos pronunciaron al fin una réplica necesaria en un debate monopolizado hasta ahora por la pasión identitaria, que ha aprovechado la cautela del moderantismo para imponer el marco mental de la ruptura.

Lo hicieron ante Mariano Rajoy, que escuchó con su habitual perfil de impasibilidad galaica, sin más expresión de entusiasmo que la cortesía. Vargas Llosa dijo en palabras cristalinas que el problema esencial de España no es la crisis económica, al fin y al cabo solucionable cuando el Gobierno adopte las medidas adecuadas, sino la comprometida integración territorial de una nación de ciudadanos iguales. Y Aznar instó sin ambages a terminar con el desistimiento y la frustración que debilitan la voluntad incluyente del acuerdo fundacional democrático. Fue un doble aldabonazo en la conciencia política de un Estado obligado a defenderse a sí mismo. Acaso haya que esperar a las elecciones catalanas de noviembre para saber si se trata del comienzo de un rearme moral o un simple esfuerzo retórico destinado a la melancolía.

Ignacio Camacho, ABC, 26/10/12