Ambigüedades políticas

En la historia que tenemos que escribir de los últimos demasiado largos años no pueden aparecer ni ETA ni Batasuna como los que nos trajeron la paz, como los buenos. Son los que nos arrebataron la paz, el derecho a la vida, la libertad, los que nos sometieron a amenazas, a chantajes, a extorsiones, a persecución.

Puesto que la política es una actividad humana, y, a pesar de los malos tiempos que corren para ella, una de las más nobles, una actividad destinada a fortalecer la unión entre los humanos, está sujeta como el resto de actividades humanas a una inevitable ambigüedad. Muchas veces, sin embargo, a esa inevitable ambigüedad se le van añadiendo capas de mayor ambigüedad destinadas a ocultar intenciones, esconder razones, disimular motivos y fines. La política parece un campo especialmente adecuado para esa ambigüedad añadida. Y cuando la política se ve entremezclada por su negación, el uso ilegítimo de la violencia, la ambigüedad calculada se convierte en sistema.

Comparto la opinión de que es un gran acierto que el Gobierno vasco haya presentado al Parlamento un documento de trabajo para el reconocimiento de las víctimas de actuaciones de elementos del Estado sobrepasando los límites que lo convierten en Estado de Derecho. Y comparto también la opinión que concede una importancia especial al consenso que parece posible en esa cuestión.

Pero ni lo uno ni lo otro puede ser obstáculo para tratar de evitar algunas ambigüedades que se pueden introducir en torno a esta cuestión. No todas las víctimas son iguales, pues si bien el sufrimiento puede ser equiparado, el estatus objetivo de las víctimas se define por la motivación de la violencia, que es bien distinta: la violencia y el terror han sido, y siguen siendo, elemento estructural del proyecto de ETA, mientras que la otra violencia se deriva de la falta de sometimiento a lo que hace del Estado un Estado de Derecho: la sumisión al imperio del derecho y de la ley.

Por eso, la violencia y el terror de ETA tiene alternativa, el Estado de Derecho, y a la violencia ejercida por elementos del Estado le responde el mismo Estado desde su sumisión al derecho. La reparación del daño causado por ETA es la sumisión de esa organización al Estado de Derecho, es decir, su desaparición como organización terrorista, su autonegación como organización sustentada en el uso de la violencia y el terror. El reconocimiento de las víctimas causadas por la extralimitación de elementos del Estado no puede servir para desacreditar el Estado de Derecho. Y siempre se debe tratar de casos probados en justicia, no de sospechas.

Otro ejemplo de la tendencia a la ambigüedad lo podemos encontrar en las expectativas creadas en torno al proceso abierto en Batasuna y en lo que pueda suceder con ETA. Expectativas creadas por ellos mismos, sin que hasta el momento se haya materializado nada del núcleo duro que constituye la expectativa. Una de las ambigüedades que rodean esta situación -expectativa, proceso, tregua- es que parece que estamos dispuestos a ver con buenos ojos a quienes hasta ahora eran los terroristas y sus acompañantes.

El coordinador de Lokarri -entrevista en este mismo periódico, 28-11-10- nos quiere hacer creer que no existe derrota de ETA, ni que Batasuna se haya visto forzada a dar los pasos que dice que está dando a causa de la Ley de Partidos y de la ilegalización que le supuso su aplicación, ambas bendecidas por el Tribunal europeo de Derechos Humanos. Para el señor Ríos, ETA y Batasuna parecen dispuestos a hacernos un regalo desde su inmensa bondad: nos van a traer -no sé si como Santa Klaus, como Papá Noël o como Olentzero- la paz tan ansiada, sin que nosotros, los resistentes, las víctimas, la sociedad, el Estado, las fuerzas y cuerpos de seguridad hayamos hecho nada para ello.

El héroe de la película, que por desgracia ha sido una historia real de asesinatos y sufrimientos, no es una Batasuna que sólo forzada por las decisiones del Estado de Derecho y de la justicia parece, y de momento sólo parece, estar dispuesta a hacer política por vías exclusivamente políticas. Y el héroe de la película no lo va a ser nunca ETA cuando dé el paso, si lo da alguna vez, de desaparecer como organización terrorista. Nunca dará el paso si no se ve forzada a ello por la actuación del Estado, que es lo que ha propiciado el cambio de posicionamiento de la sociedad vasca en su mayoría.

En la historia que tenemos que escribir de los últimos demasiado largos años no pueden aparecer ni ETA ni Batasuna como los que nos trajeron la paz, como los buenos. Son los que nos arrebataron la paz, el derecho a la vida, la libertad, los que nos sometieron a amenazas, a chantajes, a extorsiones, a persecución. Y son los que, en todo caso a causa de la actuación del Estado de Derecho con todos los medios a su alcance, forzados porque el Estado de Derecho se ha ido abriendo paso, forzados porque las víctimas de ETA se han hecho visibles, porque comienzan a condicionar el relato que se está escribiendo, quizá den el paso de dejar de hacernos daño, de amenazarnos.

Pero las ambigüedades de la política admiten extraños saltos mortales, como el que ejecutan los futbolistas profesionales vascos. Ni la sociedad vasca, ni la española, ni la europea, ni la mundial tiene en estos momentos problemas más serios que la oficialidad de la selección vasca de fútbol. Qué digo: ni siquiera la oficialidad es el problema, sino que no ven que las autoridades responsables den los pasos necesarios para avanzar en esa dirección.

Y se atreven a escribir que sufren por no poder vestir la elástica verde, la elástica de la selección vasca de fútbol. Que sufren porque no pueden decidir si se apuntan a la elástica verde o a la elástica roja. Estamos ante la prueba de la felicidad: no se trata de tener o no tener trabajo, no se trata de acceder a contratos de trabajo con la continuidad necesaria para ir acumulando aportaciones que den derecho a la jubilación, no se trata de que haya personas que no puedan celebrar sin problemas las fiestas navideñas, no se trata ni de los millones de niños que mueren de hambre, ni de los problemas de Haití, ni de las guerras. Hay un sufrimiento que sobresale por encima de todos: el de los futbolistas vascos que no pueden decidir la elástica que les gustaría vestir. Y el problema es que no se avergüenzan de escribirlo y publicarlo.

Joseba Arregi, EL CORREO, 5/12/2010