Ante la arriesgada travesía

La necesaria toma en cuenta de la existencia de las víctimas se ha hecho sólo como algo moral; forma parte del aprovisionamiento para la singladura de Ibarretxe. Lo que corresponde a la institución política -hubiera sido el mejor homenaje a las víctimas- es formular un proyecto de deslegitimación y derrota del terrorismo, no un plan de enfrentamiento con el Estado.

Las descripciones marineras de un Fenimore Cooper, Robert Louis Stevenson o Emilio Salgari atendían de una forma muy viva y colorista a cómo se aprovisionaban los grandes veleros antes de emprender la arriesgada aventura de cruzar los océanos. Así, supimos de la existencia de plantas contra el escorbuto, fardos de pescado seco y barriles de manteca, de ron de Jamaica o de galleta, que en nuestras lecturas de infancia relacionábamos inmediatamente con las que nuestra madre guardaba en la despensa. Lo que nos hicieron ver aquellas descripciones de una manera inolvidable es que el aprovisionamiento del barco, generalmente el primer capítulo de una gran novela, era fundamental para seguir adelante con la aventura.

Probablemente, el Parlamento vasco hubiera seguido mudo ante la existencia y el sufrimiento de las víctimas del terrorismo -es decir, hubiera seguido ignorándolas-, si no estuviéramos partiendo hacia la arriesgada aventura del Plan Ibarretxe II. Hay que calafatear bien el casco y proveerse de todos aquellos elementos simbólicos para que luego no puedan ser utilizados en contra. Que nadie pueda espetar cómo se quiere surcar tan peligrosas aguas sin ninguna consideración previa a las personas que han dejado parte de su ser o la vida de personas muy cercanas por la acción del terrorismo nacionalista.

Un reconocimiento que no deja de ser contradictorio, porque, si por un lado se intenta dignificar y tener en cuenta a las víctimas, por otro se propone una aventura política que choca con la legalidad, lo que provocará una situación traumática y una evidente inestabilidad política que va a facilitar la presencia de la violencia, máxime cuando ETA no ha desaparecido. Este factor, por lo demás, no es tan grave, en mi opinión, en las actuales circunstancias. Porque, si hubiera desaparecido previamente, un proceso de enfrentamiento de tan importante dimensión como el propuesto por el lehendakari, de mantenerse empecinadamente frente a las altas magistraturas del Estado, le haría necesariamente resucitar. A no ser que estuviéramos -y es muy probable que lo estemos- no ante un relato de aventuras, sino ante uno de pícaros en el que nada es lo que aparenta.

La necesaria toma en cuenta de la existencia de las víctimas se ha hecho como elemento previo a la singladura propuesta por Ibarretxe, una toma en cuenta meramente moral, no la que correspondería a una institución política. Lo que ésta debería ofertar ante todo es la formulación de un proyecto político de deslegitimación y derrota del terrorismo, y no un plan de enfrentamiento con el Estado de derecho. Ese hubiera sido el mejor homenaje a las víctimas.

Plantear la decisión hacia la autodeterminación por capricho nacionalista asumiendo la conclusión de que la sociedad se rompa -aspecto asumido por casi todo nacionalismo-, no es el caldo de cultivo más adecuado para que desaparezcan los atentados terroristas. El homenaje a las víctimas, pues, puede haber servido para todo lo contrario, para intentar exculparse de toda responsabilidad ante el momento de aprobar por el mismo Parlamento un proceso que va a facilitar la violencia social.

Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 10/10/2007