Ausencia de piedad y coraje ciudadano

 

De la miseria moral.

Los ecos de las risotadas de los militantes del PNV, cuando en Altube Xabier Arzalluz dijo que los populares no tenían «ni casas del pueblo» y sólo contaban con «oficinas», reflejan de forma desgarradora el nivel de anestesia moral que carcome a una parte de la sociedad vasca respecto de los que más sufren. Esas risotadas riman con las risitas y codazos que con complacida fruición intercambiaba Ibarretxe con Zenarruzabeitia mientras hablaban Jaime Mayor Oreja y Patxi López en el pleno del día 27. Gestos que reflejan, de forma asaz expresiva, una gran voluntad dialogante y, sobre todo, una generosa visión de país.

Vivimos una etapa de falta de piedad, una fase de una hemorragia de odio. Ibarretxe, que ya demostró con creces su actitud respecto de las víctimas cuando fue asesinado Fernando Buesa, no está dispuesto a que los asesinados empañen su discurso fanático, solipsista y delirante. Él tiene un plan para separar al País Vasco del resto de España y le importa un rábano que ese plan acarree la ruptura de la convivencia, se base en el desprecio a las víctimas o agrave una crisis económica que se quiere tapar, pero que empieza a aflorar. No es que haga abstracción del terrorismo nacionalista, no es que no considere a ETA el problema más grave, al contrario de lo que hace la mayoría de la población vasca; es que sabe positivamente que sus delirios milenaristas no tendrían el menor pábulo de no ser porque existe una organización terrorista que se encarga de macerar a la opinión pública, depurar el censo y provocar la huida de miles de vascos, hartos de vivir en un país en el que el nacionalismo obligatorio les hace sentirse extranjeros por no ser nacionalistas.

En Altube -densidad de ‘mercedes’, ‘audis’ y ‘BMW’- se concentraron los beneficiarios del régimen nacionalista, aquellos que demuestran de forma empírica que ser nacionalista en el País Vasco es un saneado negocio político y un pingüe negocio económico. Fueron allí a exhibirse, a fichar, a dejar claro,sin necesidad de escoltas, que están con el caballo ganador. Rieron. Mientras, en el Frontón Atano III, apenas 2.000 personas concentraron a cerca de 200 escoltas, todo un catálogo de horrores: viudas, huérfanos, familias rotas. Lloraron.

Cuando había que luchar contra Franco para mantener la dignidad -Ibarretxe y el PNV ni estaban ni se les esperaba-, pensábamos que aquella dictadura infecta y casposa tenía que provocar el rechazo generalizado de la población. ¡Qué equivocados estábamos! En plena dictadura había mucha gente que vivía en la gloria, no se metía en política, ganaba dinero, tenía posición social, decía lo que pensaba, o hacía que pensaba, en voz alta y nos afeaba la conducta a aquellos inconscientes que osábamos denunciar la falta de libertades y nos íbamos a la cárcel por ello. Ahora, uno sabe cómo se tiene que conducir para salvar la vida y engordar la hacienda: hacerse nacionalista, no meterse en política -es decir, no ser del PSE-EE o del PP- y todo irá de maravilla. Que matan al vecino, es que era un aventado, un exagerado, un español.

Pensábamos que el PNV era un partido demócrata y cristiano y ahora resulta que se niega a cumplir resoluciones judiciales, incumple las leyes, dice que no le pararán ni las bombas ni las leyes, como si fueran lo mismo y, sobre todo, lo peor, se ríe del dolor ajeno, se carcajea de las víctimas. Legitima, con su espíritu amasado de kokotxas y Kutxa, que haya vascos de primera, los nacionalistas -a salvo, con el riñón cubierto-, y residentes de segunda, con votos, sólo 30.000 menos, pero sin sedes, con gente que les apoya pero en la clandestinidad. ¿Cuántas veces ha ido Ibarretxe o alguien del PNV a visitar la sede socialista de Rentería, que ha tenido que cerrar después de sufrir treinta ataques? ¿Cuántas veces han entrado en la Casa del Pueblo de Hernani para comprobar que aquello es un búnker? ¿Cómo es posible que el segundo partido más votado del País Vasco, el primero en el conjunto de España y con mayoría absoluta, no tenga apenas sedes, sólo cuente con ‘oficinas’?

Pero es igual, ETA limpia el censo; ETA establece el estado de excepción; ETA somete a la tortura diaria a socialistas y populares; ETA dice hasta la saciedad que, de no existir terrorismo, Euskadi se ‘españolizaría’ -quieren decir, perdería el miedo y se caerían los tabúes nacionalistas-; ETA sabe que, incluso en una tregua trampa, la gente se olvida de la totalitaria y aburrida agenda nacionalista y vive la vida. Y sobre todos esos escombros morales, Ibarretxe lanza un plan de ruptura y lleva a la sociedad al abismo, como si sus delirios fueran equiparables a las urgencias de la gente que se va del país, que vive aterrorizada, que no se atreve a decir lo que piensa y que cuando ejerce la solidaridad lo hace de forma clandestina.

La dirección actual del PNV quiere llevar a los vascos al abismo, quiere imponer su dogma parcial como si fuera consenso universal, involuciona a una fase prepolítica en la que los partidos políticos son secundarios y predominan los valores tribales frente a la agenda ciudadana. Pero no siempre ha sido así. Hubo un tiempo en el que el PNV declaró solemnemente que para ser vasco no era necesario ser nacionalista -costosa obviedad, pero avance al fin y al cabo-; hubo un tiempo en que se apostó por el pacto de Ajuria Enea, demócratas frente a violentos y no frente nacional; hubo un tiempo en que, Ardanza dixit, no se compartían ni medios ni fines con el terrorismo por muy nacionalista que fuese; hubo un tiempo, en fin, en que Arzalluz decía que la autodeterminación era una superchería marxista, servía para plantar berzas y conducía a la sangría yugoslava.

Ahora, la dirección del PNV hace abstracción de su pasado anterior al 98, se fuma entero el siglo XIX y dice, como le confesaba Ibarretxe a Rodríguez Zapatero, que somos un pueblo prehistórico. ¡Qué aliciente, a la hora de organizar la convivencia… a garrotazos! Las risitas y las risotadas demuestran desprecio a los otros, y la mirada lunática de Ibarretxe, diciendo que ve la consulta en esta legislatura y en ausencia de violencia (¿?) traduce un aliento totalitario, una negación de la realidad de un país ensangrentado y cuajado de víctimas y escoltas. La piedad es lo contrario del odio y aquí gentes creyentes, que van a misa y comulgan, se parten la caja de la risa cuando ven cómo otros creyentes practicantes -por ejemplo, muchos militantes del PP- viven como cristianos en las catacumbas esperando a que les echen a los leones .

La piedad es el sentimiento que nos hace sentir con los otros ,y aquí los otros, los no nacionalistas, sólo existen como un proyecto para ser aniquilado a tiros y a golpe de palabras hirientes. Frente a esta locura totalitaria sólo cabe defender lo obvio: somos iguales y como tales debemos ser tratados, no hay libertades y hay que luchar por ellas, existe un estado de excepción que mata y minusvalora a la mitad de la población y sólo con la Constitución y el Estatuto se puede acabar con él. Un gobierno está desautorizado si incumple la ley o veta resoluciones judiciales. Una ideología, en este caso el nacionalismo, esta desautorizada para gobernar si quiere imponerse como obligatoria. Hemos tenido cuarenta años de dictadura nacionalista y no queremos padecer otros treinta años de régimen nacionalista en el que mientras los nacionalistas radicales matan sistemáticamente, los nacionalistas no tan radicales deliran y hacen buenos negocios, y los no nacionalistas mueren, se exilian o sobreviven en la clandestinidad . Contra ese estado de cosas, contra un sistema que se lanza a la yugular de los disidentes, que lapida al presidente de los empresarios vascos cuando éste dice algo que desagrada al pensamiento único nacionalista, contra el nacionalismo obligatorio, que pretende romper y dividir a la sociedad para imponer sus delirios, nos vamos a manifestar miles de vascos, este sábado, en el Boulevard de San Sebastián, a las 17.30 horas.

Los principios de libertad e igualdad deben ser defendidos no sólo en los papeles, tienen que defenderse también en la calle, los principios de dignidad y convivencia entre iguales no pueden ser defendidos sólo por los más consecuentes. Estos principios tienen que ser defendidos no sólo por los más consecuentes, no sólo por los más brillantes, también por todos aquellos que sienten en sus carnes que no hay injusticia que cien años dure y que de todos depende que se acabe más pronto que tarde.

José María Calleja, EL CORREO, 17/10/2002