Ayete o la ignominia

Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 21/10/11

Ha sido tan contundente el rechazo de la opinión pública española, naturalmente con la conspicua excepción de los palmeros habituales de Batasuna y cómplices terroristas de semejante ralea, a la llamada —o mejor, autodenominada- “Conferencia de Paz” para el País Vasco celebrada hace pocos días en el Palacio de Ayete en San Sebastián , que hasta los terminales mediáticos mas favorables al “final dialogado” de la violencia han debido recular para adquirir perspectiva y recuperar el sentido de las perdidas proporciones. A ello ha contribuido poderosamente el hecho de que los autoerigidos “mediadores” internacionales hayan suscrito- como no podía ser de otra manera, para eso fueron convocados y pagados- un texto que hasta el menos avisado de los observadores de la cosa pública identifica como dictado por los terroristas de ETA. Pensar, imaginar o desear que las cosas hubieran podido desarrollarse de otra manera puede ser solo achacado a un incurable optimismo o a una torcida e interesada mala voluntad. O, también pudiera ser, a un caso patológico de estupidez.

Parte importante de ese rechazo se debe indudablemente al hecho de que los españoles, tras cuatro décadas de sufrimiento y resistencia, tenemos interiorizada una doble convicción: la de que al final ganaríamos. Y que lo haríamos con nuestras propias y solas fuerzas. A ello ha contribuido de manera esencial la calidad y la cantidad de la lucha antiterrorista conducida de manera admirable por los cuerpos y fuerzas de la seguridad del estado y la progresiva mejora de la cooperación internacional. De ambos datos y con justicia se han hecho eco los diversos gobiernos españoles que han tenido que enfrentarse con la banda criminal. En particular y durante los últimos años tanto y tan a menudo han hablado Zapatero y Rubalcaba del final de ETA que, acumulándose sobre progresos anteriormente realizados y proclamados, nadie en sus cabales políticos podía pensar que estuviéramos en situación de recabar ayuda exterior para conseguirlo. Bien es cierto que Zapatero había derrapado gravemente en el curso de su primer mandato cuando abrió negociaciones políticas con los terroristas e invitó como terceros a grupos internacionales especializados en la mediación de conflictos. Pero aquello tuvo un final tan catastrófico que muchos bienintencionados, convencidos de que el género humano suele aprender de sus errores, estimaron que el hoy dimisionario presidente del gobierno no lo volvería a intentar. Pues bien, no ha sido así.

Para ETA y sus conmilitones la “internacionalización del conflicto” ha constituido siempre un elemento imprescindible de su estrategia. El terrorismo practica eso que los analistas denominan “lucha asimétrica” contra sociedades y estados sólidamente constituidos frente a los cuales solo caben recursos heterodoxos, aptos para compensar la inferioridad material y numérica. El principal, naturalmente, es la siembra indiscriminada del terror. El segundo es la invención del conflicto. El tercero es la reclamación internacional para resolverlo, de manera que los mediadores igualen el campo de batalla y concedan a los” agentes no estatales” —otro delicado eufemismo internacionalista para identificar a los terroristas- la razón en sus reivindicaciones, imposibles de satisfacer por otra via. Eso es lo que, con grados diversos de conciencia y muchos coincidentes de grave responsabilidad, han venido a practicar en San Sebastián un ex Secretario General de la ONU, Annan, los ex Primeros Ministros de Irlanda y Noruega, Ahern y Gro Brundtland, el ex Ministro socialista francés de Defensa Joxe y un tal Powell, ayudante del ex Primer Ministro de Gran Bretaña Tony Blair. Entre los tales no cabe incluir al que fuera miembro del IRA Gerry Adams., que a todos los efectos puede ser considerado como un miembro extranjero de ETA: tomarle por mediador es un insulto a los que se tienen por tales.

Las mediaciones internacionales para resolver conflictos suelen tener lugar cuando se trata de buscar salida a enfrentamientos internacionales o a otros de naturaleza doméstica cuya prolongación lleva a un “empate interminable” —precisamente lo que ETA buscaba- o cuando la debilidad de una estructura estatal aconseja buscar acomodos con sus adversarios. Otras causas y subcausas pueden aconsejar el recurso a tal mediación, que suele producirse con el acuerdo de las partes o por imposición de la comunidad internacional en el caso de estados “fallidos” o incapaces de garantizar la gestión nacional de sus asuntos. Es evidente que la aceptación y la práctica de la mediación conllevan un reconocimiento implícito de debilidad y una consiguiente traslación de responsabilidades soberanas a los mediadores. El país “mediado” es un país empequeñecido.

¿Necesitaba España una mediación para acabar con ETA? Evidentemente no: el gobierno afirmaba y sigue afirmando que estamos contemplando las últimas boqueadas del terrorismo. ¿Es imaginable o históricamente comprobable que algún país europeo y/o occidental haya solicitado mediaciones para resolver problemas derivados de la existencia de bandas terroristas en su territorio? Con la excepción del caso de Irlanda, en donde jugaban elementos varios que no se encuentran en España —la presencia colonial británica, el enfrentamiento religioso y social consiguiente, la presión de la minoría irlandesa en los Estados Unidos- ni Alemania con la banda Baader Meinhof, ni Italia con las Brigadas Rojas, ni Francia con los movimientos terroristas corsos o vascos, y por supuesto ni Turquía en el caso de los terroristas kurdos del PKK han llegado siquiera a plantearse ni la conveniencia ni la necesidad de solicitar la ayuda de mediadores internacionales en la solución de problemas sobre los que legítimamente tienen poder y capacidad de resolución. ¿Se imagina alguien a los terroristas de ETA convocando una conferencia internacional en el Palacio de Versalles, en las cercanías de París, e invitando a la misma a Kofi Annan para suscribir el manifiesto que él y sus compañeros de viaje han rubricado en el Palacio de Ayete? Solo desde una visión genuflexa e indigna de la soberanía nacional se puede llegar a esos extremos, que lógicamente hacen enrojecer de vergüenza a una inmensa mayoría de los españoles. Porque el texto rubricado contiene cláusulas que presuponen, tal como ETA ha venido sistemáticamente reclamando, la ruptura de la unidad territorial española tal como está recogida en la Constitución del 78. Su descalificación como “cláusulas de estilo” vacías de significado cuyo único cometido es facilitar a los terroristas la digestión del amargo caramelo de su derrota es inadmisible y culmina una larga serie de embustes y patrañas de amplio espectro y abarcando tanto a la opinión pública como a los mismos terroristas. Las viejas y siempre permanentes naciones del que “scripta manent” deben ser aplicadas con extremado rigor, aunque los firmantes sean, como diría Don Quijote, “follones y malandrines”. ¿Cuándo si y cuando no debemos hacer caso de los documentos que el gobierno, este crepuscular gobierno español, fomenta, patrocina o hace que otros firmen?

Porque, aunque gobierno y candidato electoral socialistas quieran mirar hacia otro lado después del evidente fiasco de la operación, sin su anuencia lo de Ayete no hubiera tenido lugar. No estarían por aquí los eternos mediadores tipo Currin, al que hubiera bastado con un aviso y la correspondiente interrupción de sus emolumentos para que no volviera a pisar tierra española. No estarían por aquí los varios “ex” que seguramente sin mucho conocimiento del entramado, y posiblemente mediante retribución, se han prestado a la maniobra: ninguno de ellos hubiera desembarcado en España sin haber consultado previamente con el gobierno la conveniencia o inconveniencia de su venida. En su momento el ex Presidente americano Carter quiso mediar en el caso de ETA y bastó con que el gobierno de Aznar le dijera cortés y firmemente que no se entrometiera en tales asuntos para que el americano se quedara en la sede del Centro Carter en Atlanta. La misma ausencia de Tony Blair, anunciada en el último momento y con un pretexto fútil, hace pensar que lo propio ha ocurrido con él: una llamada a su amigo Aznar, es fácil de deducir, habrá bastado para convencerle de que no se presentara en San Sebastián. En definitiva, sin el consentimiento del gobierno español la patética charlotada de Ayete no hubiera tenido lugar. (El hecho de tanto Carter como Blair hayan decidido posteriormente sumar sus firmas al documento de Ayete no invalida lo narrado pero si la calificación política y moral que ambos merecen: no tienen la excusa de haber sido sorprendidos en su buena fe: menudos sujetos).

Entonces, ¿para qué lo han hecho? ¿Piensan que efectivamente a los terroristas hay que darles algo para que se vayan? ¿Esperan que con estos regalos ETA pueda anunciar su desaparición el 19 de noviembre, pocas horas antes de que se abran las urnas electorales el día siguiente, para que los españoles voten socialista en vez de popular? ¿Creen con Currin, Eguiguren y Otegui que el abandono de las armas debe tener un precio? Son todas ellas preguntas sin respuesta cuya misma enumeración produce vértigo. ¿Cuál es la calidad del gobierno que los españoles han soportado durante los últimos siete años?

Tengo un amigo forofo de la historia y como tal dado a las comparaciones. Mantiene con firmeza y amargura que nunca desde los tiempos de Carlos IV y Fernando VII había llegado España a la postración a que Zapatero la ha sometido y me apunta como paralelismo con lo de Ayete lo sucedido en Bayona en mayo de 1808, cuando Napoleón obtuvo de los monarcas españoles, padre e hijo, un ciertamente indigno tratado en el que Carlos IV a anunciaba haber cedido “a mi aliado y caro amigo el Emperador de los franceses todos mis derechos sobre España e Indias”. Bueno. Afortunadamente la España de 2011 no es la de 1808. Aunque solo fuera porque con regularidad las elecciones nos invitan a pronunciarnos sobre la calidad de nuestros gobernantes. Pero si de la “marca” España se trata, de su buena reputación, de la calidad del aprecio que entre propios y extraños merece, por ahí se andan. Menos mal que se van pero buena es la que nos queda por delante. A salvo de lo que preparen en los días que les restan. ¿Otro Ayete, quizás? Bayona no está muy lejos.

PS
Me llega la noticia del anuncio de que ETA pone fin definitivo a la “lucha armada” cuando estoy terminando de escribir lo que arriba queda reflejado y me apresuro a reafirmarme en todos y cada uno de los aspectos que en el articulo he procurado transmitir. Está todo todavía más claro: ETA prepara un comunicado cuyo contenido exacto es que subscriben los fantasmones de Ayete y con cuyo endoso la banda terrorista se considera autorizada, en los mismos términos del texto de San Sebastián, a proclamar su anuncio. Menudo papelón el de los mediadores: avalar con su firma un texto en que la banda terrorista canta victoria. Pero, en fin, a cada cual lo suyo y a los mediadores el ludibrio, porque lo que verdaderamente importa es que los españoles no mareemos de nuevo la perdiz: ETA no se disuelve, cree que ha ganado, no pide perdón, no ofrece reparación a las víctimas y reitera su cantinela de que los gobiernos de España y Francia deben negociar con ella “la solución del conflicto”. Todo lo que no sea una rotunda, clara y final negativa por parte del gobierno español a esas locuras criminales agravará irremediablemente la ignominia de Ayete.

Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 21/10/11