Baja el ‘soufflé’ y Mas sube la apuesta

EL CONFIDENCIAL 02/04/15
JOAN TAPIA

· Tras la euforia del 9-N, el CEO propinaba una severa bofetada a Mas. La respuesta sólo podía ser un nuevo acto que consagrara la unidad de los dos partidos en la hoja de ruta independentista

El pasado 18 de marzo el CEO –Centre d’Estudis d’Opinió, una especie de CIS de la Generalitat–, hizo públicos los datos de su primer barómetro del 2015, que golpearon con dureza al independentismo. Dos eran las bombas de dicha encuesta.

Primera. La suma de CiU y ERC, que ahora es de 71 diputados (50 de CiU) retrocedía hasta 61-63. No alcanzaba la mayoría absoluta (68 escaños) y para  mayor gravedad los diputados se repartían al fifty-fifty, con lo que nadie podía liderar. Y los votos sumados se quedaban en el 38,4%. ¿La gran Cataluña era el 38,4%?

El consuelo era que gracias a las CUP (un partido independentista, asambleario y antisistema), que obtenía un 7,3% de los votos y 10 diputados, no había alternativa matemática posible. Políticamente tampoco, porque un Gobierno catalán que fuera desde el PP y Ciudadanos hasta el PSC y Podemos es un imposible.

Segunda. El 54,4% de los encuestados, contra el 42,4%, no se siente independentista. Una ventaja de nada menos que 12 puntos del no independentismo que rompía la partición en dos mitades de los últimos años. A finales del 2014 la misma encuesta daba un 48,5% de no independentistas y un 49,1 de independentistas. Y preguntados directamente por si querían que Cataluña fuera un estado independiente, el 44,1% decía que sí y el 48% que no.

Tras la gran euforia de la pseudoconsulta del 9-N, en parte ilusoria porque 1,8 millones de independentistas son muchos pero no la mayoría, el CEO (pocos días antes ya lo había hecho la encuesta de El Periódico) propinaba una severa bofetada a Artur Mas. Y como el independentismo atribuyó este retroceso a la falta de unidad, la respuesta sólo podía ser un nuevo acto que consagrara la unidad de los dos partidos –y de las organizaciones transversales como Òmnium Cultural y la Asamblea Nacional Catalana (ANC)– en la hoja de ruta independentista.

La hoja de ruta es ganar las elecciones plebiscitarias y lograr la independencia en 18 meses sin sujetarse a la legalidad española 

Por eso, el pasado lunes un documento suscrito por CDC (no CiU), ERC, Òmnium, la ANC y la Asociación de Municipios por la Independencia insistía en el carácter plebiscitario que tendrán las elecciones del 27-S, en las que los partidos se comprometen a poner la independencia en el primer punto del programa. Y si las fuerzas que suscriban el pacto (abierto a otras formaciones) tienen mayoría absoluta (que no presupone forzosamente el 51% de los votantes), se iniciará el camino hacia la independencia pasando por encima (es grave que CDC suscriba ese mensaje) de lo que establece la legalidad constitucional española.

¿Significa eso que el Gobierno de Catalunya se situaría en estado de desacato? Algo huele a 1934. Luego se elaboraría una Constitución catalana (es de suponer que con la ayuda del juez Santiago Vidal) que en un plazo de 18 meses sería sometida a referéndum. Entonces se proclamaría la independencia y se negociaría con el Estado español y el mundo internacional.

O sea, que a un descenso del fervor independentista, Artur Mas (y Oriol Junqueras) responden subiendo la apuesta. Y con dosis de irresponsabilidad, como poner entre paréntesis la legalidad. Parece un error o incluso un disparate. Cierto que una gran mayoría de catalanes (el 64%) cree desde hace años que la actual autonomía es insuficiente. Pero lo que se está viendo es que la exigencia de más autogobierno no lleva siempre a un incremento del fervor independentista y que la voluntad de negociación y el pactismo siguen siendo altos.

¿Cómo el líder de un partido tradicionalmente pragmático como CDC ha puesto rumbo a un objetivo que no parece mayoritario y muy complicado de alcanzar? Es un misterio, ya que el propio Josep Rull, coordinador general de CDC y uno de sus dirigentes más enrages, admitió ayer martes en RAC 1 que “lo que quiere hacer Cataluña es algo que en la Europa Occidental no se hace con éxito desde hace muchos años”.

Y hay hechos que indican que duplicar la apuesta –lo que se hizo el lunes– es un intento algo desesperado para revitalizar un movimiento que –aunque todavía muy fuerte– parece que alcanzó su punto máximo hace unos meses. El primero es que el documento lo firma CDC, pero no su aliado político desde 1980, la democristiana Unió Democrática de Duran i Lleida. Ahí está el punto débil de Artur Mas. Quiere arrastrar a Cataluña a la independencia, imponerla a España y hacerla admitir en Europa, pero no logra persuadir ni a su aliado y socio político de 35 años.

Las encuestas señalan un reflujo del independentismo, y Mas y Junqueras intentan relanzar la ilusión con maximalismo

El segundo indicio es la dosis de clandestinidad, todo lo contrario a cualquier consagración. El documento se ha hecho público con la firma de los secretarios generales de CDC y ERC (Josep Rull y Marta Rovira) pero sin rueda de prensa conjunta y sin la aparición –ni fotográfica– de los grandes líderes. Sabiendo lo aficionados que son Mas y Junqueras a los grandes actos teatrales, la sobriedad del lunes –que tanto contrasta con la misa solemne de la conferencia de Artur Mas tras el 9-N, en la que quiso imponer la lista conjunta– indica que no se deseaba una comparecencia pública.

¿Porque hay problemas de fondo? ¿Porque no querían explicar la no firma de partidos que respaldaron la pseudoconsulta del 9-N como Unió, ICV-EUA o las CUP? La explicación la dio ayer el alcalde de Montblanch y vicepresidente de la Asociación de Municipios por la Independencia, Josep Andreu, en una entrevista en el diario Ara a Antoni Bassas, un respetado periodista del ámbito soberanista: “No podíamos esperar más, para no enfriar el proceso soberanista”. O sea, que tras los resultados de la encuesta del CEO, el desánimo de los militantes independentistas y el clima que el director de La Vanguardia, Màrius Carol, ha descrito como “la bajada del soufflé”, necesitaban dar una muestra de unidad y alguna señal de vida.

No forzosamente de vida inteligente. Para el catalanismo tradicional (el de CiU, el del PSC e incluso el de la ERC del tripartito), lo normal sería fraguar una entente que representara y dinamizara el 64% de insatisfechos con el autogobierno para poder negociar con el Gobierno de España que salga de las próximas elecciones, que debería ser algo más flexible que el actual.

Todo lo contrario de insistir en que menos de la mitad de catalanes independentistas arrastre a Cataluña a un enfrentamiento imposible con España e inédito en Europa. Porque el problema del independentismo no es sólo –ni mucho menos– la pugna entre Artur Mas y Oriol Junqueras, o entre CDC y ERC. En Cataluña se transita de un clima de irritación con el ninguneo que supuso la sentencia del Constitucional contra un Estatut que había  aprobado en referéndum a cierta fatiga e inicio de cansancio por una protesta que desemboca en un conflicto duradero y de difícil solución.

Además, como escribía el sábado Miquel Puig, uno de los economistas catalanes más brillantes –situado hoy en posiciones soberanistas–, el llamado procés no se ha podido frenar solo por la falta de unidad, sino por la de proyecto, “por no concretar el sueño”. Puig señala: “Independencia, para qué”. Y pone como modelo el movimiento escocés –pese a su fracaso el pasado septiembre– que puso por delante su ‘no’ al país neoliberal en el que se está convirtiendo Inglaterra y su apuesta por “un país nórdico con impuestos elevados, servicios públicos potentes y un fortísimo Estado del bienestar financiado con los recursos del petróleo”.

Esperanza Aguirre admite ahora que “votar contra el Estatut quizás fue un error”

Vale, pero Cataluña no tiene petróleo y el potente “independentismo de derechas” (el fenómeno nuevo de los últimos años) es más proclive a  Andorra que a pagar impuestos. El propio Puig lo viene a reconocer al decir que habría que “sacudirse el pasado”: “Oriol Pujol compareciendo en el parlamento escoltado por la cúpula de su partido; Duran i Lleida reuniendo al patriciado catalán para reivindicarse como su lobby en Madrid. Ninguno de los dos comportamientos es coherente con la pretensión de liderar una sociedad mejor”.

Quizás lo que pasa es que el independentismo ve la paja en el ojo ajeno (Bárcenas, el PER andaluz) pero cree pasajero, un mero desliz, la paja (o la viga) en el propio (la familia Pujol, el Palau de la Música, el clientelismo socialista en los municipios). ¿Y si Cataluña y España fueran dos naciones diferentes pero con bastantes pecados compartidos?

La conclusión errónea del nacionalismo español, del PP y de sectores del PSOE, puede ser dar el problema por resuelto. Y Artur Mas puede estrellarse (perseverancia no le falta), pero la demanda de más autogobierno y de un trato fiscal equitativo y moderno tiene el apoyo de los dos tercios de la sociedad catalana. Y sin una Cataluña integrada satisfactoriamente, España no conseguirá salir de su grave crisis económica, política y moral.

Quizás hay una España, nacionalista española, que empieza a entenderlo. Esperanza Aguirre, que hizo campaña contra el Estatuto del 2006, declaró el domingo a La Vanguardia: “Votar contra el Estatut quizás fue un error”. Y eso pese a que está en plena campaña electoral en Madrid. Y el mismo domingo José Bono le admitía a José Rico en El Periódico: “Hay que encontrar una solución inteligente, hábil y generosa para que Cataluña y España permanezcan unidas… El café para todos fue una salida pero no es la solución definitiva”.

¡A buenas horas, mangas verdes! Si los amigos de Esperanza y José Bono lo hubieran pensado antes, quizás habría menos desafección mutua y Cataluña y España estarían mejor.