Balanzas fiscales

ABC 27/10/14
ESPERANZA AGUIRRE

· La Transición llevó a crear el Estado de las Autonomías, que tiene sus ventajas, pero que también tiene el inconveniente de que, si se pierde de vista el sentido nacional de los impuestos y de los servicios que presta el Estado, las comunidades autónomas

Si en España no hubiera comunidades autónomas ni territorios con regímenes forales heredados del siglo XIX, las únicas balanzas fiscales que tendríamos que manejar y que analizar serían las balanzas fiscales de cada ciudadano. Es decir, al final de cada ejercicio presupuestario miraríamos cuánto ha pagado cada ciudadano con sus impuestos y lo confrontaríamos con lo que ha recibido del Estado en forma de los servicios que el Estado debe prestarle, según las leyes vigentes.

El ejemplo, Madrid «La economía de Madrid no era, ni mucho menos, la primera de España cuando se inició el régimen autonómico, y hoy sí lo es. Gracias a la gestión de sus gobiernos»

Planteado así el asunto, es evidente que prácticamente ninguna de los millones de balanzas fiscales individuales que tendríamos que considerar saldría equilibrada. Por la pura lógica que ha llevado a los países más desarrollados del mundo a la creación de un régimen impositivo, que consiste, precisamente, en que el que más gana más paga al fondo común, del que luego sale el dinero para pagar esos servicios comunes. Y sensu contrario, el que gana menos por su trabajo o sus rentas es el que paga menos.

Y es bueno que sea así. Más aún, que sea así, que haya quien paga más y quien recibe más, es la clave de la vida en común. Claro que siempre habrá algunos de aquellos a los que su «balanza fiscal individual» les salga negativa, es decir, algunos de los que pagan más de lo que reciben, que protestarán y que dirán que los impuestos les están esquilmando. De la misma forma que siempre habrá algunos a los que su «balanza fiscal individual» les salga positiva, es decir, algunos de los que reciben más de lo que pagan, que también protestarán y que dirán que los «ricos» deben pagar aún más impuestos para ayudarles a ellos, que, según estas «balanzas», son los «pobres».

Pero resulta que España, la España que hemos creado con la Constitución de 1978, tiene comunidades autónomas y, además, ha querido mantener los privilegios de los regímenes forales decimonónicos. Esto hace que, en la práctica, no haya una caja común de todos los españoles, alimentada por los impuestos de todos los ciudadanos, de la que luego sale el dinero para ofrecer los servicios a todos los ciudadanos, sino que existen distintas manera de recaudar y distintas maneras de repartir lo recaudado, según las diferentes comunidades autónomas y sus respectivos gobiernos.

De manera que en la gestión del dinero de todos, que a todos pertenece y que a todos debe beneficiar, influyen muchos factores que, si no son bien controlados, pueden llevar a desigualdades de trato fiscal y de servicios, que, por supuesto, también están proscritas por la misma Constitución de 1978, la que ha creado las comunidades autónomas y la que ha admitido los peculiares regímenes forales actualmente vigentes.

Estos factores que influyen en la gestión y administración del dinero de todos son de naturaleza estrictamente política, y sobre ellos habrá que reflexionar a la hora de analizar todo lo referente a las balanzas fiscales de las diferentes comunidades autónomas.

Para empezar el análisis de esos factores que llamo políticos, tendríamos que revisar a fondo el actual sistema de financiación autonómica, que es el heredado del anterior gobierno socialista, que lo creó con fines claramente partidistas, al favorecer a algunas comunidades en detrimento de otras por razones de afinidad ideológica con sus gobiernos o por simple y puro cálculo electoralista.

Pero también habría que analizar el comportamiento de las distintas comunidades y sus gobiernos en la gestión del dinero de los contribuyentes.

Es evidente que, igual que señalaba para el caso de las que he llamado «balanzas fiscales individuales», siempre habrá comunidades que den más de lo que reciben y otras que reciban más de lo que dan. Y, como en el caso de los individuos, es lógico y bueno que así sea, para que el vivir en común de todos los españoles sea ventajoso para todos. Pero también habría que estudiar por qué algunas regiones son más «ricas» que las otras. Porque, aparte de ventajas económicas heredadas de la historia, de su situación geográfica o de sus recursos naturales, es evidente que las diferentes gestiones de los diferentes gobiernos autonómicos generan distintos efectos en sus economías. El ejemplo de Madrid puede servir para entender esto. La economía de Madrid no era, ni mucho menos, la primera de España cuando se inició el régimen autonómico, y hoy sí lo es. Sin duda, en ese éxito de la economía madrileña ha tenido que ver la gestión de sus gobiernos. En el lado opuesto podría poner algunos ejemplos de otras comunidades autónomas, pero prefiero que sea el lector el que los ponga.

Creo que todas estas reflexiones deben estar siempre presentes a la hora de analizar las balanzas fiscales. En un estado unitario y jacobino, como el que diseñaron los revolucionarios de 1789, las cosas estarían muy claras, no habría más balanzas fiscales que las individuales, pero los consensos de la Transición llevaron a crear el Estado de las Autonomías, que tiene sus ventajas, pero que también tiene el inconveniente de que, si se pierde de vista el sentido nacional de los impuestos y de los servicios que presta el Estado, las comunidades autónomas pueden cultivar los agravios y olvidarse de ese sentido nacional que a todos debe unirnos.