Banalización y estandarización

Las escisiones que acompañan a las ideologías se deben siempre a que a algún grupo, a una nueva generación, se le hace intolerable la banalización de la pureza de la doctrina. ETA nace contra la relajación, la pasividad del viejo PNV. Incluso ahora se resiste a lo que ve como una postura acomodaticia de Batasuna.

El investigador francés Olivier Roy defiende la idea de que el islam está sufriendo un proceso de rápida y creciente occidentalización, en contra de la opinión corriente en Europa -el islam mundializado-. Uno de los elementos característicos en ese proceso de occidentalización es su banalización. También opina que las religiones están muy vivas en el mundo actual, religiones que sufren el proceso denominado fundamentalismo, al tiempo que se someten a una estandarización que les permite funcionar como ofertas adaptables a distintas circunstancias locales -la santa ignorancia-.

La banalización del islam es para este investigador el compromiso en el que debe incurrir el islam para sobrevivir en sociedades en las que el poder político va adquiriendo una autonomía creciente: para poder presentar sus exigencias en una sociedad en la que junto al poder del islam existe un poder político no sometido totalmente a las instancias religiosas, el islam admite una cierta rebaja de sus exigencias básicas, se conforma con que sean puestas en práctica más de forma aparente que real, que la sociedad en su conjunto tome la apariencia de ser una sociedad islamista, sabiendo que la realidad de los valores que guían la práctica de la vida diaria dista mucho de serlo. La banalización es el precio que paga el islam para poder comprar una supuesta o real hegemonía cultural en muchas sociedades llamadas islámicas, de las que Egipto puede ser un buen ejemplo.

El concepto de banalización es clave para entender lo que sucede no sólo con el islam en muchas sociedades tenidas por islámicas, sino con planteamientos ideológicos de lo más diverso a lo largo del siglo veinte, y que continua sucediendo en nuestros días. Y las ideologías que en un determinado momento han sido presas de un proceso de banalización no hacen más que seguir la huella de lo sucedido con las religiones preponderantes en Europa, con las sectas y con la lógica de división permanente de las mismas en busca de la pureza radical de la doctrina, como ha sido analizado por los sociólogos de la religión.

Las distintas versiones del marxismo y del comunismo, cada una de ellas creyendo haber encontrado la pureza de la revolución permanente que no pierde el núcleo de la verdad marxista, son un indicativo claro de la banalización que sufre el marxismo en un solo país, la Unión Soviética, como ideología que termina defendiendo los intereses de ese país y de la nomenclatura que manda en ella, y no los intereses de la revolución. Se defienden los planes quinquenales como si de ello dependiera la verdad marxista, se defienden los intereses territoriales y geoestratégicos de la URSS como si en ellos estuviera encerrada la promesa del paraíso comunista. Se repite la historia de la revolución de los santos pretendida por Oliverio Cronwell y cantada por Milton, revolución que termina estableciendo el terror, ocupando Irlanda y persiguiendo a los no puritanos.

Los nacionalismos de toda índole son otro ejemplo claro de banalización. La extensión de la idea, o del sentimiento radical se produce a expensas de la eliminación de los contornos más duros, de las exigencias más radicales. La idea de Sabino Arana sale de la huerta de Abando cuando se cumple la exigencia de De la Sota, quien pretendía que el PNV tuviera un programa político como todos los demás partidos: de la idea de que Euskadi es la patria de los vascos se pasa a la exigencia de la restitución foral.

Las escisiones que acompañan a las ideologías se deben siempre a que a algún grupo, a una nueva generación, se le hace intolerable la banalización de la idea radical, de la pureza de la doctrina. Los puros se rebelan contra los acomodados, los jóvenes contra los viejos, los radicales contra los relajados. Se trata de reconquistar una y otra vez la fuerza de la radicalidad inicial contra la banalización que es el precio por la extensión social de la doctrina. ETA nace contra la relajación, la pasividad y el aburguesamiento del viejo PNV. E incluso ahora se resiste a lo que entiende que es una postura acomodaticia de Batasuna por intereses políticos particulares.

Para ser tenido por vasco basta con decir agur y mis aitas. No hace falta ser competente en euskera y usarlo, tampoco conocer el país, su historia, el folklore, el cancionero. El nacionalismo de verdad, el que funciona es el que nos hace decir a troche y moche que somos los mejores en todo, los primeros en casi todo, que siempre estamos por encima de la media en todo lo que se pueda medir. Es un nacionalismo estandarizado, además de banalizado, porque según esta medida, tan nacionalistas son los andaluces, valencianos o murcianos, como lo puedan ser los vascos o los catalanes.

La banalización y la estandarización traen consigo el vaciamiento del significado de las ideas constitutivas iniciales. Estas se convierten en fórmulas que se repiten sin conocer su sentido, como antaño se recitaba el credo, incluso en el latín que no se entendía. Basta con asistir a fiestas masivas a favor de algo tenido como relacionado con las ideas iniciales. Al igual que basta con celebrar determinadas fiestas en los momentos en los que se celebraban antaño, aunque se desconozca totalmente el porqué de lo que se celebra. Un ayuntamiento puede organizar el aquelarre porque se ha olvidado el significado subversivo del mismo. Se puede organizar la cabalgata de reyes como homenaje de Bilbao a Galileo y al universo, sin referencia alguna a la epifanía.

Somos diferentes, proclamamos continuamente, aunque la manera de ser diferentes esté completamente estandarizada. Hasta el radicalismo nacionalista vasco tiene que encontrar su contexto en la estandarizada alterglobalización, en el movimiento de las naciones sin estado como motor de la historia ahora que la lucha de clases parece cosa pasada, la lucha de clases, que no la existencia de pobres y explotados. Porque al fin y al cabo la banalización y la estandarización son la mejor manera de ocultar la cruda realidad.

Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 7/4/2011