JON JUARISTI – ABC

· Una bandera abandonada es del que la pilla.

Al ver cómo se reían Puigdemont y Junqueras mientras la oposición abandonaba el salón de plenos del Parlament, comprendí que ni siquiera queda el consuelo de citar aquello de Burke, lo de que si los buenos no hacen nada los malos ganarán. Al carcajearse ante la procesión de los vencidos, Puigdemont y Junqueras demostraban que la catarsis cómica es perfectamente reversible cuando no está claro quiénes son los buenos. La risa de Puigdemont y Junqueras no era ya aquella sonrisa de superioridad étnica a que se refirió alguna vez Boadella, sino la risa del caganer, risa floja de alivio intestinal, risa con fondo de pedorreta y trompetilla. Me resultaba imposible no imaginar una hilera de bacines oculta bajo el arranque de la bancada del Govern.

El espectáculo, todo lo avergonzante que quiera la vicepresidenta (eso, inventemos palabros cuando no sabemos hacer otra cosa), tiene su gracia, aunque sea su maldita gracia, no me lo negarán. Por ejemplo, la salida de los del PP abandonando en sus escaños las banderas. ¿Hicieron la mili estos señores? ¿Son del mismo partido que Regina Otaola, que María San Gil? Lo pregunto porque, si se iza una bandera, es para defenderla con la vida, no para entregársela a la primera chiflada podemita que pase por los alrededores. ¿Cómo no van a reírse los caganers? Hasta yo me río a mi pesar. Me río porque el acto de colocación de la bandera en los escaños y su simultáneo abandono al enemigo es cómico. Al izar una bandera, creas una fortaleza que te obligas a defender.

Y si capitulas y te retiras lo haces con tus banderas, no se las dejas al enemigo, y menos si el enemigo es un caganer o una caganera que puedes suponer para qué la usará. O sea que, sintiéndolo mucho, no creo que se pueda procesar a la Martínez (¡Martínez, valga’m Déu!) por apoderarse de las banderas abandonadas en un gesto inconscientemente delator de hasta dónde está dispuesto a llegar el partido del Gobierno. Una bandera abandonada es del o de la que la pille.

Otro aspecto cómico donde los haya. Frente a los que sostienen que el golpe de Estado de los caganers parece una reedición del golpe militar de julio de 1936 contra la II República, lo que en realidad han buscado imitar aquellos es el último y enésimo golpe de estado de Maduro contra la democracia o lo que de ella quedaba en Venezuela, el golpe de la Asamblea Constituyente. A la oposición desarmada al chavismo sólo le ha sido posible durante todos estos años una batalla jurídico-política por la legalidad democrática desde la oposición parlamentaria y desde enclaves como Zulia o Miranda, los estados en los que ha sido gobernador Henrique Capriles. Por supuesto, Maduro ha encarcelado y asesinado a mansalva, valiéndose de la Policía y del Ejército. En España, la situación es la inversa: la Asamblea Constituyente de los caganers separatistas amenaza y arrincona a un Estado cuyo Gobierno, con autoridad sobre el Ejército y las fuerzas de seguridad, incluidas las autonómicas, se defiende como si fuese el gobierno del estado desarmado de Zulia o Miranda. Díganme si no es como de Sopa de ganso. O así, que decimos en Bilbao.

Bueno, pues ya que no sólo no conviene hablar todavía del 155, sino menos aún del artículo 8, párrafo 1, que es el que verdaderamente sería pertinente aplicar (a la manera, por cierto, en que el gobierno de la II República resolvió otro problema parecido), permítanme terminar con aquello que le pronosticó Churchill a Chamberlain: «Habéis preferido el deshonor a la guerra, y tendréis las dos cosas». Sí, ya sé que no viene a cuento, pero de alguna forma hay que acabar. No con un estallido, sino con un suspiro (de España).

JON JUARISTI – ABC