Carnaval, carnaval

¿Dónde está la perversión en el párrafo de la nota episcopal? Lo que se ataca en los obispos es el ser, no sus manifestaciones, no sus actos. Uno sólo lamenta que la Conferencia Episcopal no haya inoculado ya ese mensaje a sus prelados vascos. Es más, ese párrafo era la doctrina oficial de los socialistas hasta hace bien poco. Y del PNV de Imaz. Es el Pacto de Ajuria Enea, troncos.

En España, a la política le pasa algo parecido a lo que le ocurría a la cocina, al decir de Julio Camba: que «está demasiado influida por el ajo y las preocupaciones religiosas».

El pollo que se ha montado a cuenta de la nota episcopal remite, aunque sólo vagamente, a la prédica del cura en la secuencia inicial de ‘Divorcio a la italiana’: «Por tanto, queridos y amadísimos conciudadanos, os exhorto a dar vuestro voto a un partido que sea popular, o sea, democrático, y por tanto respetuoso de la fe cristiana. Un partido, para concluir, que sea democrático y cristiano».

¿Es la España de 2008 como la Italia de 1961, año del rodaje de la película de Pietro Germi? No parece. También ha pasado tiempo desde el 13 de octubre de 1931, en que Azaña formuló su célebre y errado «España ha dejado de ser católica». No hay cuestión religiosa. ¿A qué viene entonces tanto lío? Vayamos a los hechos y veamos el párrafo que tanto ha molestado al Gobierno: «El terrorismo es una práctica intrínsecamente perversa, del todo incompatible con una visión moral de la vida justa y razonable. No sólo vulnera gravemente el derecho a la vida y a la libertad, sino que es muestra de la más dura intolerancia y totalitarismo. Una sociedad que quiera ser libre y justa no puede reconocer explícita ni implícitamente a una organización terrorista como representante político de ningún sector de la población, ni puede tenerla como interlocutor político».

Por más que se lea y se relea, no se acierta a ver donde está la perversión. Lo que se ataca en los obispos es el ser, no sus manifestaciones, no sus actos. No ha habido el menor revuelo por la explícita -ésta sí- petición de voto de la Junta Islámica para la izquierda, sin haberlo pedido nunca en los regímenes islamistas a favor de quienes prometan abolir la horca para los homosexuales o erradicar la ablación del clítoris a las niñas. Sin embargo, el párrafo episcopal es irreprochable. Hace muchos años que uno, fuera de la disciplina de la Iglesia, piensa eso mismo y lamenta que la Conferencia Episcopal no haya conseguido inoculárselo a sus prelados vascos. Es más, ese párrafo era la doctrina oficial de los socialistas hasta hace bien poco. Y del PNV de Imaz. Es el Pacto de Ajuria Enea, troncos (ver punto 1º).

El 25 de octubre de 1986 era sábado. Por la mañana, dos terroristas en una moto colocaron una bolsa con un artefacto en el techo del automóvil en el que viajaban el gobernador militar de Guipúzcoa, Rafael Garrido, su mujer y su hijo pequeño. Los tres murieron en el acto.

Aquella misma tarde, Herri Batasuna celebraba una manifestación multitudinaria en Bilbao con el lema ‘Negoziazioaren alde’ (Por la negociación). Los convocantes hicieron una pintada en la plaza del Sagrado Corazón con dicho eslogan. Las Juventudes Socialistas, cuyo secretario general era entonces Patxi López, replicaron escribiendo bajo el grafitti: ‘Negociar, ¿qué?’, a lo que los autores de la pintada original replicaron con una tercera: ‘La paz’.

Hoy sería perfectamente verosímil este diálogo de pintadas, aunque con los protagonistas cambiados. La pintadas de Herri Batasuna las harían hoy los jóvenes (y los no tan jóvenes) socialistas y el ¿qué hay que negociar? lo preguntaría alguien del PP o un obispo. Español, claro. Los prelados vascos, a los que Ramón Jáuregui llamaba al cisma, estarían ayudando a los pintores.

Hace cuatro años, la misma Conferencia Episcopal (bueno, la misma no; entonces sí la presidía Rouco Varela) emitía una nota en cuyo punto 5 se reclamaba el respeto a la legalidad internacional en la guerra de Irak, sin que el Gobierno concernido echara los pies por alto. Si se molestan en buscar, descubrirán que siempre, antes de las elecciones, los obispos recuerdan a la feligresía sus compromisos por pertenecer al club respecto a asuntos como: el aborto, la droga, la familia, el terrorismo y por ahí.

No se entiende que nadie discuta en estos tiempos su derecho a reflexionar en público y a pedir a quienes compartan sus creencias que lo tengan en cuenta a la hora de votar. En realidad, estamos ante una disputa entre católicos. Sólo un creyente puede blasfemar. Ahora que estamos en carnavales, sólo para la gente que observa la Cuaresma tiene sentido pleno esta fiesta de consolación pagana y un poco trasnochada. No es casual que sean los católicos socialistas (Pepe Blanco y Moratinos) los más mosqueados con la curia episcopal. Tampoco que el disfraz más abundante en el entierro de la sardina sea el de obispo o monja embarazada.

Llama la atención, por último, que los profetas de la Alianza de Civilizaciones se muestren tan reactivos contra la jerarquía de la que más cerca nos toca, y no sólo por razón de vecindad. Para encontrar una Iglesia Católica comparable a las teocracias islamistas hay que remontarse diez siglos atrás, a lo más negro de la Edad Media. Lo malo del anticlericalismo elemental y primario que en estos días admiramos los espíritus laicos es el pestazo a ajo que desprende. Y a extemporáneas preocupaciones religiosas.

Santiago González, EL CORREO, 4/2/2008