Con el voluntarismo hemos topado

La voluntad exagerada por conseguir un fin, como la nunca condenable de conseguir la paz y acabar con el terrorismo, puede devolvernos a las peores situaciones del pasado. Y ahora al Gobierno se le devuelve como un bumerang las consecuencias peores de los enunciados más idealistas y voluntaristas que político alguno haya planteado desde la reciente democracia.

Con el voluntarismo hace tiempo que topamos. Quizás fuese necesario contra el franquismo, a falta de otro elemento que diese visos de acabar con él. Con el voluntarismo jugábamos entonces como algunos desesperados juegan a la ruleta rusa sin ser conscientes de que tan atrevida y emotiva pose puede acabar muy malamente. En general, mientras más lejana e imposible es la meta a alcanzar más se apela a éste para que la gente no deserte y se vaya a su casa. Una conclusión radical del voluntarismo es el terrorismo. Suele ocurrir, a veces, que alguien va y cuenta que la tierra prometida va estar a cuarenta años de sacrificios y sin sabores y la gente se pone eufórica. Y es que religiones, o doctrinas políticas, que no están muy alejadas entre sí, acaba en muchas ocasiones ilusionando con discursos a la emotividad y pidiendo todo el sacrificio. En una sociedad en crisis suele tener mucho éxito.

Creí en una época que el salto que suponía Ibarretxe respecto al pragmatismo de la anterior etapa del PNV era por contagio del voluntarismo de ETA. Todo es posible si sabemos actuar y aguantamos los embates. Quizás algo de ello haya, pero el fenómeno se ha generalizado tanto en la política española que me temo que en compañía del izquierdismo es una enfermedad generacional. El “qué malo hay en ello” de Ibarretxe, tiene su formulación más generalizada en el “por qué no” de moda. Luego, estos jóvenes políticos se escandalizan y buscan razones de tipo personal en escándalo político tan llamativo, sin la menos sombra de autocrítica, en el hecho de que el Defensor del Pueblo haya planteado nada menos que recurso de inconstitucionalidad al nuevo estatuto catalán. Y es que el voluntarismo que cree que todo es posible no se da cuenta que todo sistema, más el democrático que ninguno, tiene sus limites y contrapoderes para garantizarse a sí mismo.

Esta falta de respeto a las barreras, sean legales o materiales, el entusiasmo por rutilantes ideas, una de ellas, por ejemplo, y qué más humana, que la solidaridad con los inmigrantes, puede provocar, por no ser consciente de la realidad y sus barreras, el movimiento xenófobo mayor desde la expulsión de los moriscos. La nunca condenable voluntad de conseguir la paz y acabar con el terrorismo, puede conseguir, llevada por el entusiasmo de su enunciación, devolvernos a las peores situaciones del pasado. La voluntad exagerada por conseguir un fin, levitando muchas veces en la exaltación ideológica, nos puede llevar a la consecución de los mayores desastres. Y ahora al Gobierno se le devuelve como un bumerang las consecuencias peores de los enunciados más idealistas y voluntaristas que político alguno haya planteado desde la reciente democracia.

Se podría añadir que ese voluntarismo proyectado al futuro, cuyas consecuencias se empiezan a atisbar, también se ha usado respecto al pasado, la Transición no fue positiva para la izquierda, la guerra no la debió de perder, la República fue todo bondad, intentando proyectar ese pasado hacia el futuro en el adobo hacia el futuro. El frentismo del pasado nos llevó a una guerra civil, el radicalismo de la República fue la base necesaria para lo anterior, y la guerra la perdimos bien perdida, para muchos durante cuarenta años, día tras día, y por eso nuestro voluntarismo llegada la democracia se transmutó en un realismo que hoy se tilda de conservador. Sin duda alguna no conocen que el chasquido de la bala al entrar en el cañón empujada por nuestro enajenado voluntarismo, a algunos les convierten en dioses. Resulta sorprendente, para algunos esperpénticos descubrir en la Santa Alianza contra el PP con el asunto del 11M,, que personalmente me parece un error para el PP, argumentar del desprestigio de las instituciones a Izuierda Republicana, al PNV, a IU y, nada menos, que a Nafarroa Bai. Pero ellos están en el halo inmaculado y purificador de la gesta voluntarista que impulsa esta generación que descubrió la democracia junto a un repleto supermercado. Creo que no es un problema sólo del PSOE, ni mucho menos, es de la genaración que ha entrado en polítca y supongo que sus efectos también atraviesan al PP, posiblemente desde el entusiasta y llamativo apoyo presencial a Bush en lla guerra de Irak.

Eduardo Uriarte, BASTAYA.ORG, 27/9/2006

2ª parte

Vistos los actuales comportamientos políticos habrá que concluir que no todo fue virtud y clarividencia en la Transición. Se actuó con responsabilidad y con el temor a una guerra que ni vencedores ni vencidos querían se repitiera, momento fundacional para todas las convenciones políticas fundamentales que en la historia han existido. Pero ya entonces se apreciaba un cierto “buenismo”, llegado hoy a su máxima dimensión, que creía demasiado en la actitud de las personas y mucho menos en los mecanismos legales que se estaban erigiendo.

El temor a esa guerra civil no era un elemento despreciable, ni mucho menos, es el origen del encuentro político que ha construido las naciones más estables, el Reino Unido tras la dictadura de Cronwell, por ejemplo, el espíritu de la concordia francés tras los vaivenes de la primera mitad del siglo XIX. Pero en España no hubo como en estos dos países una elaboración teórica tras la reconciliación que potenciara la convivencia nacional. Se quedó nuestra transición más en una formulación sentimental que en una elaboración política que la transcendiera, no produjo apenas elaboración teórica, menos consiguió un cierto nivel mítico que posibilitara cierta adhesión en las masas, y, desconocedores de las reglas de la democracia, el “por qué no” se ha abierto espacio conformando toda una moda en la izquierda mejor pensante y voluntariosa que se haya dado, deteriorando las bases fundamentales para la convivencia. La preocupación manifestada por IU, Nafarroa Bai, Ezquerra Republicana o el mismo PNV por el deterioro de las instituciones -que parcialmente puede ser cierta si el PP insiste sin miramiento en el asunto del 11 M- debiera trasladarse a otra cuestión y lugar mucho más importante: la mesa de partidos con Batasuna. Eso si que deslegitima y deteriora hasta su raíz las instituciones democráticas.

Leo en un editorial que la concesión en estos momentos de la mesa de partidos por parte del Gobierno sin que Batasuna se haya movido presentando unos estatutos legalizables constituiría un error por cuanto se le otorgaría a ésta una inicial victoria. Pero es mucho más. Si por primera vez eleváramos el alza y no nos quedásemos en la política de cocina de la que parece no queremos salir, podríamos observar que constituir una mesa de partidos con Batasuna, legalizada o no, supondría despreciar al Parlamento, despreciar la institución, despreciar el marco político, por cuanto se constituye un instrumento constituyente. Inmediatamente supondría un borrón y cuenta nueva, la legitimación de ETA, su razón de ser durante estos últimos treinta años, y la apertura de la posibilidad de una amnistía si el proceso negociador y constituyente continuase su curso.

Debiera apuntarse en esta cuestión el apoyo por la ruptura constitucional que ETA-Batasuna va a recibir del PNV, al menos de Ibarretxe y Egibar, mantenido en el reciente debate de política general del Parlamento vasco, a favor de la soberanía para el pueblo vasco, la autodeterminación, en coincidencia con ETA. La naturaleza de mesa constituyente está avalada por más de una voluntad, y tampoco debiera despreciarse la actitud que IU pudiera tener en este disparate.

Máxime, además, teniendo en cuenta la ausencia del PP. Un proceso constituyente sin la presencia de un partido con una representación de nueve millones de votantes sería, dicho burdamente, romper España. Uso este término tan manido, y carca, para que me entiendan, lo que se rompería sería la posibilidad de convivencia política, que viene a ser lo mismo que España. Es pues un tremendo error, una aberración política, lo de la mesa.

Y ello sin tener presente que en paralelo otra mesa estaría negociando con ETA, respecto a la cual nadie puede creer que sea un marco estanco que no influya en la otra. Es muy difícil asegurar que el final del terrorismo, es decir el terrorismo, no influya y chantajee el comportamiento de la otra mesa.

Aquí, en esta cuestión, en la mesa de partidos con Batasuna, es donde de verdad debiera mostrarse la sensibilidad de los partidos por el deterioro institucional, no tanto porque el PP aburra a los ministros y al presidente con preguntas con el 11M engolfándose en esta materia. Aquí es donde, de producirse el proceso tal cual ha sido presentado su diseño, se produciría una vuelta en el tablero, “no lo reconocería ni la madre que lo parió”, donde todo el sistema se vendría abajo. Todo por plantearse voluntarista y poco racionalmente el final del terrorismo. La solución la volverá a dar ETA, nos evitará los errores porque, primero, es incapaz de negociar, y, segundo, a cada concesión que realice el Gobierno más difícil será que ETA ceda en algo. Estamos en la vía de que el proceso sea un éxito si el Gobierno cede en todo, cosa realmente increíble. Pero recordemos que España es un país donde un rey se declaró en huelga y se escapó.

Así pues, el problema en el que el Gobierno se ha metido es mucho mayor que lo que las apariencias superficialmente indican. Por poner una comparación muy emotiva, el problema, si se constituyen la mesa de partidos y la de negociación con ETA, no reside sólo, ni mucho menos, en la situación en que queda la dignidad de las víctimas del terrorismo –eso también, por lo que debiera tratarse con mayor sensibilidad y sin reducir el asunto a que son unos fachas- sino cómo queda la legitimidad del sistema político. Porque en esa legitimidad está inclusa la dignidad de todos, puesto que en la mesa de partidos se va a poner en negociación principios fundamentales de la convivencia, soberanía, igualdad de derechos, justicia, etc., la legitimidad constitucional, ante a unos terroristas.

Tarea arriesgada donde las haya, ejemplo máxime de voluntarismo, mucho mayor cuando se realiza sin el apoyo de nueve millones que representa el otro partido mayoritario. Pero repito, tampoco de esto es conciente ETA, que será la que nos de la solución, es decir, rompiendo la negociación, porque nunca ha pensado en negociar, y no lo ha pensado porque por propia naturaleza no puede. Está concebida, desde su reformulación a partir de la democracia en España, para vencer, vencer y vencer, hasta su definitiva derrota. Y sólo habrá paz si el Gobierno cede en todo, es decir, le otorgue la victoria. Otra cosa, que parece no importa, es cómo quedan los derechos del ciudadano y la libertad.

Eduardo Uriarte, BASTAYA.ORG, 11/10/2006